Ni el temor de los británicos a perder los más de 3 millones de puestos de trabajo que dependen del comercio internacional con la Unión Europea, ni el anhelo por la paz tras 50 años de horror y guerras fratricidas en Colombia fueron suficientes para frenar un fenómeno que parece hacer eco a lo largo y ancho de Occidente. Una construcción que podemos individualizar a grandes rasgos como un profundo escepticismo sobre la capacidad de la política de resolver los problemas cotidianos, catalizado a través de un creciente protagonismo de la comunicación de impacto por sobre el interés cívico de conocer en profundidad y participar de los debates nacionales. 

Uno de los exponentes más claros de este fenómeno fue la nominación de Donald Trump como candidato a presidente por el Partido Republicano, luego de derrotar por knockout a Marco Rubio y Ted Cruz, quienes desde hace algunos años aparecían como la esperanza del Tea Party. La aplanadora neoyorquina pudo arrasar con facilidad los cimientos del partido fundado por Amos Tuck, pudo banalizar sus símbolos e incluso pareció encaminarse a la destrucción del tan codiciado sueño presidencial de la ex secretaria de Estado Hillary Clinton. Pero, al igual que los nazis en su intento de llegar a Moscú, encontró un obstáculo que no pudo superar.

El mismo personaje que despertó simpatías cuando atacó al establishment político que prometía construir un muro en la frontera mexicana sin poner un centavo y que hablaba con sorna de las andanzas extramatrimoniales de Mr. Clinton, fue capaz de generar un amplio rechazo por parte de toda la sociedad incluso de su propio vicepresidente- luego de que se conociesen audios y declaraciones que pintaban de cuerpo entero a un depredador sexual con un profundo menosprecio por el género femenino.

Actualmente, los mismos analistas que daban ganador a Trump a las pocas semanas de finalizadas las primarias por aproximadamente 6 puntos de diferencia, aseguran que Hillary lidera la contienda por 9. En Estados Unidos, las mujeres representan el 53% del padrón y su voto fue determinante para llevar al Salón Oval al primer afroamericano en más de 200 años. De acuerdo a un estudio realizado por PEW el electorado femenino que en 2008 se había inclinado por Obama sobre McCain (56-43) y luego sobre Romney (55-44), hoy se vuelca decididamente en favor de Hillary con un contundente 59-35. Lo curioso es que este estudio fue realizado en junio, previo a que se conocieran las denuncias por abusos contra Trump.

En ese sentido, son las mismas herramientas que llevaron a Mr. Donald a un sorprendente ascenso en las encuestas, las que hoy le ponen un techo difícil de romper. A diferencia de las legiones de empleados y voluntarios con las que cuenta Hillary para hacer llamadas telefónicas, golpear puertas y reproducir propuestas en las calles, los equipos del empresario nacido en Queens son considerablemente más rudimentarios. A dos semanas de las elecciones, es muy tarde para que los republicanos logren revertir las tendencias entre los afroamericanos (91-7), hispanos (66-24) y entre los jóvenes (60-30). Indudablemente, es muy tarde también para las mujeres.

Las lecciones del Brexit y del No a la Paz en Colombia pusieron en jaque el mecanismo de democracia directa, a causa de la enorme influencia que poseen los medios de comunicación en sentido amplio incluyendo a las redes sociales- de influenciar la opinión colectiva mediante una comunicación de impacto, dejando sin relevancia el contenido real de una noticia o su posterior desmentida. La lección norteamericana nos muestra que, a pesar de todo eso, las sociedades tienen un límite. En este caso fue el respeto por las mujeres. Será tarea de los políticos encontrar el equilibrio entre un discurso que garantice ser escuchado y la frontera que sus compatriotas no están dispuestos a transgredir.