La Patria Grande, cada vez más chica
Por Ezequiel Salas. El cambio en Argentina al neoliberalismo de manual marcó un nuevo norte en la región, y un llamado de atención al progresismo de América del sur
"¡Pobre patria mía!", decía con otro sentido, más bien opuesto, el escritor Marcos Aguinis sobre el no destino de la Argentina y su brillo de otrora frente al estilo de gobierno de CFK.
El cambio en Argentina al neoliberalismo de manual marcó un nuevo norte en la región, y un llamado de atención al progresismo de América del sur. Muchos países intentan migrar a la derecha con suerte dispar. Pero, hay que destacarlo, con métodos distintos. Veremos si pueden tildarse de democráticos, pero sin militares a la vista.
En Ecuador, la derecha, recientemente derrotada, apenas, pero derrotada tiene ejemplos en otros países como para continuar intentando hacerse del poder.
En tiempos de posverdad el uso de la palabra democracia ha sido bastardeado ex profeso para que todos procuren adueñarse de ella más allá de su correlato. Por ende, en nombre de ella, se puede destituir a un gobierno legalmente electo, clamar por un golpe o encarar un autogolpe. El tristemente famoso partido judicial tiene versiones a lo largo de todo nuestro continente que nos hace dependientes, puesto que son los únicos que pueden interpretar la Constitución de cada república.
Lenin Moreno deberá continuar con el rumbo trazado por Correa, pero, sobre todo, tendrá que focalizar e interpretar mejor que otros colegas latinoamericanos, la voluntad popular y no entrar en el juego de la grieta tan utilizado, desde Estados Unidos hasta Argentina.
La luz que se mantiene encendida por la Patria Grande en Ecuador está debilitándose a horrores en el resto del continente. En Venezuela se mostró patéticamente esta semana.
En enero de este año, la Asamblea Nacional (suspendida por desacato por un par de días por decisión del Tribunal Supremo de Justicia) desconoció al Presidente Nicolás Maduro. Votaron a favor de ese golpe de estado constitucional casi todos los diputados de la oposición, incluidos tres que, se demostró en la justicia, fueron comprados en su voluntad, entre otras muchas irregularidades. La Asamblea, al no rever su posición ante semejante mamarracho, ingresó por propia voluntad en la figura de desacato. El Tribunal asume, a través de sentencias, y con el objeto de preservar el estado de derecho, el rol que le confiere la propia Carta Magna, las tareas parlamentarias necesarias hasta que se retorne a la normalidad.
Venezuela parece condenada a no tener viabilidad democrática a pesar de que ambos bandos de la grieta se ufanen de ser ellos los ungidos por la voluntad popular.
En Paraguay han habido disturbios (prendieron fuego la sede del Parlamento en Asunción) y hasta un muerto por el intento de enmendar la Constitución (reformada en 1992, y que reza que el cargo de Presidente es "improrrogable") y permitir la reelección del Presidente.
Brasil nos da peores ejemplos, puesto que Eduardo Cunha, ex-presidente de la Cámara de Diputados de Brasil y principal impulsor del golpe de Estado a Dilma Rousseff, está siendo condenado a más de 15 años de prisión por delitos de corrupción y lavado de dinero, entre otros. Las protestas contra Temer (que en poco tiempo pudo reinstalar a la oligarquía en el poder), muy numerosas también, muestran una oposición mejor organizada más allá de las figuras de Lula o Dilma, sino con mayor conciencia de clase.
En suma, la grieta de los modelos recorre el continente como la cordillera de los andes vociferando "Venezuela o democracia" y "libertad o muerte cruzada", en Ecuador; empresarios "exitosos" accediendo a la presidencia, como en Paraguay y Argentina, de manera demagógica y encarando ajustes salvajes que apuntan a disolver las conquistas sociales obtenidas. Aquí también aparece la conciencia de clase y por eso gobiernan para su propio sector; un sector que ejecuta de manera brutal la lógica del capital y que condena al ostracismo a las clases populares.