Un país llamado Facebook
Por Ezequiel Salas. Esta red social se convirtió en la arena de lucha de la política y el espectáculo a todo nivel. Muestra divinamente a la grieta; es más, vive de ella
León Gieco en los años 70 escribía "Búsquenme, me encontrarán, en el país de la libertad". Hoy nos buscamos en Facebook. A nuestros amigos, los conocidos del colegio, del trabajo, a nuestro equipo de fútbol y a cuanta figura política y del espectáculo se nos ocurra. Y Facebook, luego de apenas 13 años de aparecer como herramienta entre los alumnos de la Universidad de Harvard, se conformó en el mayor país ocupado de la tierra más de 1800 millones de miembros así lo atestiguan (con su like).
Es una plataforma que nos atrapa de manera total. No solamente medido en horas, sino en atención principalmente. Cada vez es más difícil salirse de ella. Incorpora de manera constante apps y desarrollos, donde el feed te brinda todo lo que podés llegar a necesitar. Está intencionalmente pensado para celulares y juegos.
El secreto de Facebook, sin dudas, es el algoritmo que decide qué vemos de nuestros contactos y su constante reinvención. De comenzar como un servicio estudiantil a cotizar en bolsa, o de permitir subir una foto a transmitir en vivo desde un celular, esta red social ha sabido cómo darle espacio a todos, y en la mayor cantidad de idiomas posible.
La colaboración hizo el resto. Nosotros, solitos, sin obligación alguna, dimos nuestro bien más preciado la privacidad. Y no fue que dejamos que ingrese a nuestra vida y se lleve lo que quisiese cual ladrón, sino que nosotros aportamos cada uno de los detalles más mínimos de nuestra existencia. El nombre de nuestra primera novia, mascotas, nuestros hijos y todo lo que consumimos.
Después somos los primeros en quejarnos si nos llaman por teléfono para ofrecernos un tiempo compartido en Brasil o nos bombardean correos electrónicos de viajes a lugares que encajan con nuestros deseos, aduciendo que no pedimos ser molestados y preguntamos al cielo cómo consiguieron nuestro número. La respuesta es fácil nosotros mismos somos quienes filtramos esa información.
La enorme virtud de Facebook fue verlo antes que los demás, por eso la gigantesca inversión en la compra de WhatsApp y el perfeccionamiento del streaming, entre otras cosas. Ese casi infinito volumen de información es dinero. Y todo se lo damos de manera gratuita.
Si nuestra atención se centra en lo que pasa en las redes sociales es porque nos dejamos atrapar en esta vida alternativa y decidimos darle menos pelota a la otra vida, la real de carne y huesos. Es un escape, no es natural; pero lo naturalizamos al extremo de no distinguir diferencias entre ambas virtualidades (o realidades).
La soledad de este siglo pasa por la hiperconectividad, por eso el fenómeno Facebook se torna necesario para los tiempos actuales. Cumplen una función fundamental de alienación, de generación de falsas acciones, del ruido en las conversaciones.
Facebook se convirtió en la arena de lucha de la política y el espectáculo a todo nivel. Muestra divinamente a la grieta; es más, vive de ella. El "¡¿no viste lo que dijo X sobre Y en el video del programa tal?!" es moneda corriente para que de un lado y el otro de la grieta comience su guerra o juego, según como lo vivan.
No es casual que su creador, Mark Zuckerberg, para este cumpleaños haya expresado "existe una división de la sociedad como no se había visto desde hacía mucho tiempo. No solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Por eso queremos generar comunidad. En nuestro 13 cumpleaños, queremos acercar a familiares y amigos". Y propuso a cada usuario un video-collage para compartir y comenzar a instalar la idea de Día Internacional de los Amigos.
Para finalizar, me pregunto ¿los países no nos estamos pareciendo a Facebook? Nos unimos a grupos de pseudo pertenencia, criticamos de manera descarnada, discriminamos, burlamos y nos queremos convencer que dando un like y un compartir podemos curar el cáncer de un chico o hacer que un gobierno tuerza su brazo ante una causa que creemos justa.
La batalla que debemos dar, sigue estando ahí afuera, esperando por nosotros.