La conciencia en tiempo presente sobre el espíritu de una época, la claridad sobre el ADN de un tiempo histórico que se está viviendo es, generalmente, algo difícil de alcanzar. Los terremotos del día a día sacuden las cotidianidades y se avanza sorteando obstáculos por el mero instinto de seguir, sin demasiado tiempo para la pausa y el detenimiento necesarios para pensar en los futuros que se construyen en el hoy. Así las sociedades caminan, tantas veces con los ojos vendados o con lentes oscuros, hacia destinos que, cuando llegan, resultan dolorosos, tristes e incomprensibles.

Los despidos masivos con los que hoy el Gobierno nacional desguaza la estructura del Estado son historias de trabajadores y trabajadoras que, en muchos casos, pusieron su vida en la construcción de algo importante para los demás, para el bien común. Pero también son políticas públicas y derechos ciudadanos que van quedando por el camino y, desde ese plano, serán historias truncadas de argentinos y argentinas que tendrán hoy y mañana menos oportunidades que ayer para desarrollarse, para construir otras vidas posibles, para soñar futuros que sin esas oportunidades se vuelven imposibles.

Diagonales se lanzó al desafío de contar hoy el espíritu con el que este tiempo histórico será visto desde el mañana, y narrarlo con las historias de sus protagonistas anónimos, esos con los que el poder se ensaña sin criterio ni razones, esos que pierden trabajos, proyectos de vida y oportunidades de algo mejor. En la historia de Micaela Fernández se conjugan la falacia de oponer la meritocracia a las oportunidades que brinda el Estado, la perversa operación de ocultar su complementariedad, con el alerta hacia adelante que representa la destrucción de la cultura. De una niña de 8 años a la que le ofrecieron un sueño y un camino para recorrer, a los miles a los que hoy les apagan la música y les proponen el silencio o el ruido de la motosierra.

UN SUEÑO Y UNA VIDA DIFERENTE LLEGAN AL BARRIO

En el 2006, Micaela Fernández tenía 8 años. En su casa se escuchaba música y su hermano tocaba la guitarra, pero “de onda nomás”. Cuando mira hacia atrás, Micaela no encuentra raíces muy claras en ese núcleo suyo para la pasión que hoy orienta su vida. “Yo no tenía nadie en mi familia por quien dijera: voy a estudiar música. Mi mamá, con la realidad con la que vivíamos en el barrio, quería que yo sea contadora pensando que esa carrera me podía sacar de ahí. Yo la miraba y le decía, mamá, apenas que puedo ir a esta escuela, ¿cómo querés que sea contadora?”, recuerda.

El barrio es El Tambo, en Isidro Casanova, partido de La Matanza, y la escuela es la Nº 188 y lleva el mismo nombre. Allí llegó, hace 18 años, el programa de orquestas infantiles Andrés Chazarreta, provocando lo que Micaela recuerda como una revolución. “Fue la primera orquesta que se trajo de música popular. Las orquestas siempre existieron pero de música clásica, nunca hubo algo específico de música latinoamericana. Arrancó con tres instrumentos, percusión, vientos y guitarra. El Tambo era la escuela con más vacantes del barrio y cuando trajeron el proyecto se anotaron como 180 chicos, entre ellos yo, que tenía 8 años, un montón para sólo 3 instrumentos. Entonces empezaron a  traer más  instrumentos como violines, charangos, y se formó la orquesta, que a fin de ese primer año ya hizo un concierto en la escuela. Se generó tanta revolución que los chicos empezaron a ingresar no sólo a la música sino también a la cultura”, relata.

Como en muchos otros casos, fue la iniciativa del Estado la que llevó otros horizontes posibles a un territorio donde las alternativas no abundaban. “En ese momento en el barrio la única opción de algo diferente, la única materia extracurricular, era fútbol para los varones y patín para las nenas, que encima tenías que tener los patines y plata para pagar una cuota, algo que yo no tenía. La orquesta siempre fue gratuita y un taller, algo para sacar a los chicos de la calle”, cuenta Micaela.

En el artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, se consagran los derechos culturales como la posibilidad de tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad y gozar de las artes. Como tantos otros derechos humanos, el acceso a una vida cultural plena es casi una utopía en sociedades marcadas por la desigualdad, tanto material como simbólica. Allí es donde solamente desde las políticas públicas los marcos de lo posible pueden expandirse.

“En ese momento era muy difícil acceder a un instrumento o a escuchar o ver una orquesta, fue una revolución tan grande que a muchos chicos como a mí nos impulsó a seguir”, recuerda Micaela justo antes de recorrer los 18 años de crecimiento de la Orquesta El Tambo. “El Ministerio de Cultura siempre aportó los instrumentos, y se pedía a los que podían ayudar. Yo iba con la guitarra de mi hermano en ese momento. Pero cuando se vio el interés que despertaba en los chicos y el bien común que generaba, Cultura empezó a proporcionar muchos más instrumentos y la orquesta se amplió”, prosigue. En 2012, cuando la primera camada de estudiantes ya tenía 6 años de trayectoria, la orquesta se dividió entre infantiles y juveniles.

En 2015 se creó una orquesta de tango con los jóvenes que seguían desarrollándose, y en 2017 se abrió el ensamble de cámara: “ahí llegamos los que habíamos estado 10 años ininterrumpidos en la orquesta. Eso se creó porque había muchos casos, como el mío, de chicos que ya estábamos estudiando el profesorado, con otro nivel de formación y experiencia. El ensamble a mí me dio herramientas más profesionales, veíamos mucho más postura, técnica, era ya para formarnos como músicos, una formación más académica, ya no había profesores sino músicos y director”, narra Micaela.

Para muchos chicos y chicas del barrio El Tambo la llegada de la orquesta significó la posibilidad de soñar cosas que antes no existían, de imaginar y proyectar una vida diferente. Micaela lo recuerda compungida por sus alumnos, a quienes hoy la motosierra de Milei les recorta esos sueños: “El programa de orquestas trajo al barrio otra salida, hubo muchos chicos que sin ella quizás hubieran estado en cosas peores o más comunes, y entre ellos me incluyo a mí. Las salidas eran pocas, laburar de cualquier cosa, hacer changas, cosas así, capaz hasta ni terminaba el secundario. Siempre lo digo y me emociono, porque la orquesta le dio un futuro a muchos chicos. Yo no sé qué hubiera sido mi vida, no sé qué sería hoy. La orquesta me sacó de la calle y me dio una carrera, eso le están quitando hoy a los chicos”.

SOBRE MERITOCRACIA Y OPORTUNIDADES

“Y no hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas, que sin oportunidades esa mierda no funciona”, canta Wos con mucha razón en su tema “Canguro”. Micaela hoy es profesora de música, un camino que comenzó a los 15 años anotándose en el profesorado a la par que continuaba sus estudios secundarios. “Cuando se lo dije a mi mamá no quiso saber nada, porque para ella era un hobbie. Yo me anoté sin que ella supiera y cuando se enteró mis profesores de la orquesta tuvieron que hablarle y decirle que me deje probar, fue muy importante esa ayuda. Este camino fue algo que se me presentó por el programa y dije ´lo voy a intentar´. Me gustó y me esforcé mucho, ni había terminado el secundario y ya me metí en el profesorado”, recuerda entre las risas y el orgullo.

Tras muchos conciertos, desde su escuela hasta en otras provincias o en la famosa Ballena Azul del CCK, llegó la pandemia que puso todo en pausa. Micaela seguía estudiando con videos de Youtube, pero continuar la orquesta se volvió difícil. Con la vuelta de la normalidad, y tras muchos años de formación, el regreso sería con una nueva oportunidad. “En pandemia tuve que trabajar de otras cosas pero nada terminaba de llenarme. En 2022, cuando se normalizó todo, me llamaron porque se abrió una vacante de profesor de contrabajo. Yo había tocado guitarra toda mi vida, pero cuando hice la transición a la orquesta de tango quería cambiar, no quería quedarme en la guitarra toda mi vida, yo quiero ser música, no guitarrista, entonces aprendí de todo. Igualmente dudé, porque sentía que no estaba a tiro con ese instrumento, pero dije ´me voy a subir a este barco porque es lo que me gusta´, y por suerte salió re bien”, relata la música y profesora.

Desde su nuevo lugar, Micaela empezó a transmitir toda su experiencia como ex alumna a sus nuevos estudiantes. “Se subestima mucho a los músicos, como que laburamos para cobrar algo, comprarnos una birra y chau. Y la verdad que no, yo hoy me sigo formando e incentivo en mis clases que los chicos estudien música. A mis alumnos les inculcó eso, que estudien, que se formen, incentivarlos a que si quieren ser músicos lo sean, que se puede”, exclama con pasión por lo que hace.

El círculo virtuoso de la importancia del Estado y sus oportunidades queda tan a la vista como la falacia de oponerles la meritocracia. Micaela no llegó a dar toda la vuelta, de alumna a profesora en algo que nunca hubiera imaginado, ni solamente por la puerta que le abrió el programa estatal de orquestas infantiles, ni tampoco solamente por su esfuerzo y sus condiciones personales. De lo que se trata es de entender la complementariedad entre ambas, y de superar la malintencionada pereza intelectual con la que se suele resaltar sólo el mérito y no las oportunidades sobre las que ese mérito se desarrolla, esa perversa operación desde el status quo para limitar justamente las oportunidades de quienes no las tienen por su pertenencia a una determinada clase social.

LA RULETA LOCA

Cuando la insensibilidad y la estupidez se imponen a la racionalidad y la planificación social, los círculos virtuosos tienden a cortarse. Eso sintió Micaela el 27 de marzo, cuando recibió un correo del ex Ministerio de Cultura degradado a Secretaría que decía “a partir del día de la fecha usted ya no presta más servicios en su área de trabajo”. No fue la única. La notificación llegó también a Karen, una amiga suya que también fue alumna de la orquesta y hasta esa comunicación fría y despersonalizada trabajaba como profesora de la misma, a Carolina y a Edgard, uno de los fundadores del proyecto.

“Yo me la veía venir para mí, porque estaba hace sólo 2 años. Pero fue muy fuerte el golpe de Edgar Colque, que era profe de aerófonos desde el 2006 hasta hoy, nunca se fue. Yo soy joven, me la puedo rebuscar, pero le sacaron el trabajo a una persona que nos hizo tanto bien, que hacía 18 años estaba trabajando en ese programa y hoy yo no tiene contrato. Con su salida dejaron a un montón de chicos fuera de esto, porque fue el profe de aerófonos de siempre”, relata Micaela.

En total, 4 de los 9 profesores de la Orquesta El Tambo fueron despedidos en la ola de Semana Santa. En otra orquesta llamada El Campito fueron 5 despedidos entre 8 docentes. “Nos fuimos comunicando con las otras orquestas y vimos que estaba pasando lo mismo, que era una ola general. Esa semana teníamos ensayo, empezamos a ver cómo seguir, cómo pelear por las reincorporaciones y convocamos a las familias y la comunidad del barrio para hablar sobre la situación”, cuenta Micaela. Y aclara que hoy por hoy temen más por posibles nuevos despidos que la esperanza que tienen por una reincorporación que no llegó ya pasados los 3 meses de los suyos.

Karen y Micaela hicieron todo el camino de alumnas a profesoras y eran un ejemplo a seguir para sus estudiantes. “Los profesores siempre lo recalcaban, ´ellas fueron alumnas y hoy son profes´. Yo hoy en día tengo una chica que era mi alumna y se anotó en el profesorado. Eso de decir yo estudié, me formé, y veo que mis alumnos también lo hacen y siguen, situaciones de haber sido alumna-profesor y hoy ser colegas, es algo para decirle a los chicos. Que hay otra salida, no solo de la zona de confort o del barrio, sino que hay cosas para hacer”, cuenta angustiada ante la posibilidad de que ese mensaje positivo se debilite frente a una realidad cruel que refleja lo contrario.

La motosierra libertaria, además de insensible, se muestra en todos los casos como profundamente irracional. Se investigue dónde se investigue, los despidos en el Estado no responden a ningún criterio lógico más que el de echar gente. Pueden caer bajo sus dientes al mismo tiempo ex alumnas que hoy son profesoras de una orquesta y un ejemplo de crecimiento y mérito para sus estudiantes, como el profesor que empezó a formarlas hace 18 años. “Para mí fue la ruleta loca, al que le tocó, le tocó. Obviamente cuando los primeros mails que llegaron fueron el mío y el de Karen, pensé que estaban sacando a la gente que está hace menos tiempo, quizás era más fácil por nuestra antigüedad, o que no conocían nuestras historias de que fuimos alumnas y ahora somos profes. Pero cuando llegó para Edgard me revolucionó, no podía creer que  estuvieran despidiendo a la persona que fundó y creó todo esto”, sintetiza Micaela y no deja mucho más por decir.

“DÉNME SEGUIR SOÑANDO”

Tras la ola de despidos, que en la tanda de marzo/abril afectó a unos 248 trabajadores de Cultura, las estrategias de visibilización y las luchas por continuar se multiplicaron. En El Tambo se hicieron rifas y colectas para solventar gastos y que los profesores despedidos pudieran seguir asistiendo para sostener la orquesta. Micaela, que ya no vive en el barrio, tiene que tomar dos colectivos para ir y dos para volver. Es uno de muchos ejemplos de las dificultades que atraviesan hoy miles de dispositivos estatales desmantelados por el Gobierno nacional y que intentan seguir garantizando derechos a la ciudadanía. “Los profesores despedidos que seguimos yendo, no nos pagan nada, es todo a pulmón y con rifas y colectas de la comunidad, pero no se puede vivir de eso”, describe Micaela, y cuenta que tuvieron que recortar clases semanales para poder sostener al menos un ensayo en el cual mantener juntos a todos los estudiantes.

El apoyo de la comunidad y de sus alumnos es un combustible que sigue empujando a Micaela y sus colegas a pesar de la crueldad del Gobierno. El pasado 6 de abril, poco después de los despidos, ATE organizó un festival cultural en la explanada del CCK para reclamar por la reincorporación de 280 trabajadores echados de Cultura. Las orquestas tocaron aquella tarde con un mix de profesores y alumnos mayores de edad, y Micaela recuerda con emoción ese día.

“Era un festival para mostrar que la cultura hace bien a la sociedad y los chicos querían participar. Decidimos que los que eran menores no tocaran, para no exponerlos, pero fueron igual y sostenían carteles con mensajes muy fuertes. Recuerdo uno que decía ´Yo toco la flauta traversa en la Orquesta el Tambo ¡¡Déjenme seguir soñando!!´. O un alumno que recién había empezado y se sacaba fotos con un cartel que yo había hecho y decía “Sin profesores no hay orquestas”. Me pedía sacarse fotos conmigo, llevaba el cartel por todos lados y me decía ´profe ojalá que podamos volver a las clases´. Esas son cosas que te re llenan, hacía re poco que había empezado y se ve que le gustó y lo movilizó porque estaba ahí bancando”.

Hoy, unos 70 chicos y chicas del barrio El Tambo de Isidro Casanova ven peligrar sus sueños. Como expresó Micaela en su cartel, y como repite ante Diagonales, a pesar de que el programa de orquestas infantiles no fue cerrado, los despidos de profesores hacen muy difícil su continuidad. “Sacar a 4 de 9 profesores hace que los que se quedan terminan haciendo lo que pueden, es difícil sostener 70 alumnos con 5 profesores. Por eso nuestra consigna es que sin profesores no hay orquesta”, explica.

MÁS MÚSICA, MENOS MOTOSIERRA

“Yo acepté mi despido sabiendo que igualmente voy a seguir estando. Fui alumna, profe, es mi barrio, siempre fui parte. No me afectó tanto en ese sentido, pero sí me dio miedo porque si sacan a los profesores de las orquestas lo más probable es que las orquestas cierren. Eso es lo que peleamos y nuestro miedo”, relata la profesora despedida por Milei.

En sus palabras no hay trazos del individualismo insensible que el Gobierno libertario pretende instalar como clima de época. Más bien, en su historia resisten los lazos de lo comunitario: “Me encantaría mañana abrir los ojos y ver que todo fue un chiste, que estamos todos bien y contentos, reincorporados. Mi preocupación es que cierren el programa, porque yo sé que aunque despidan a profes vamos a seguir, porque hay fuerza de voluntad. El barrio le abrió la puerta al programa de Orquestas, lo tomó excelentemente a pesar de un miedo inicial de que quizás a los chicos no les gustara, y hoy tenemos tocando a hijos de chicos que fueron alumnos. Mientras el programa no se cierre yo sé que vamos a seguir, con la voluntad de los profes y el deseo de los chicos, que van a seguir viniendo y no van a querer faltar, y también de los padres y la comunidad del barrio, que va a seguir defendiendo y participando todo lo que pueda”.

Hilando fino, tampoco el ajuste económico parece ser un elemento que justifique los despidos: con el de Micaela, el Estado nacional se ahorra unos míseros $200.000 mensuales, ni una jubilación mínima. “Si me decís que fuese un programa con pocos chicos, pocos ingresos, etc., yo te lo banco. Pero llevamos 18 años ininterrumpidos, ni siquiera en la época de Macri pasó esto. Ahora nos cortan las patas de la mesa y así es imposible sostenerla”, cuenta frustrada.

Micaela piensa que cortar los recursos para iniciativas como las orquestas “es sacarle la posibilidad a chicos que sin esto pueden terminar en otras cosas. Yo espero que ninguno termine en nada raro, porque después hablan de pobreza, exclusión y que se yo, pero con estas decisiones no es que dejan a chicos tirados en la calle, pero sí afuera de cosas como la música, la cultura. Nosotros no venimos a enseñarles a los chicos a tocar dos temas en la guitarrita y ya está, les enseñamos historia, cultura, a leer, compañerismo, como se tiene que comportar”.

Mirando hacia atrás, Micaela mira hacia adelante y explica desde su propia experiencia lo que significa la oportunidad que el Estado le brindó, y que hoy empieza a negarle a otros chicos como ella: “el sueño de mi mamá era que fuese contadora porque quería algo que me sacara de ahí. Y fue la música lo que me sacó de la calle, que para mí es lo más importante, no del barrio. La música me dio otro pensamiento, otro futuro, una carrera. Yo hoy miro para atrás y no lo puedo creer, de donde vengo, del barrio donde estuve, donde hice la orquesta, todo lo que hice y hoy tengo esto, una carrera con la música, algo que para mí y principalmente para mi familia era impensado. Eso es lo que no quiero que otros chicos y chicas puedan perder, esas oportunidades de imaginar una vida diferente”. Sus palabras suenan como una melodía de resistencia, en un presente donde anida el futuro que vayamos a construir. Que ojalá sea con más música, y con menos silencio o ruidos de motosierra.