En cuanto al primer interrogante, a la hora de evaluar el lugar de la Argentina en el sistema internacional de hoy día, hay que tomar en cuenta cinco elementos: la desaceleración de la economía china, una verdadera aspiradora de materias primas procedentes del resto del mundo (de la soja y derivados argentinos) entre 2002 y 2012, a partir de 2013; las elecciones de 2016 en los Estados Unidos, que implicaron el reemplazo de una administración -la del demócrata Obama- que respaldó el sistema liberal internacional, el multilateralismo económico y un rol protagónico del G-20 en plena sintonía con la visión liberal-desarrollista del gobierno de Macri, por otra -la del republicano Donald Trump-, que exalta el proteccionismo y desconfía de la globalización y de toda instancia multilateral, desde la OTAN y el G-20 hasta la ONU y la Unión Europea, cambio que descolocó inicialmente al gobierno de Cambiemos; la guerra comercial, tecnológica en torno al dominio de la tecnología 5G y estratégico-económica en torno al dominio de la región indo-pacífica, sus mares y sus recursos energéticos entre Estados Unidos y China; el estallido de la gripe porcina en China y el resto del Asia-Pacífico y su negativo impacto en las exportaciones de soja argentinas; y la profundización de la crisis política, económica y social en Venezuela y el efecto de polarización y rigidez que provoca en las relaciones entre los Estados Unidos y los países latinoamericanos como entre estos últimos una crisis que, en el caso puntual argentino ensancha la grieta ideológica existente entre los partidarios de Macri y los de Cristina Fernández, en tanto los primeros respaldan una política de presión hacia el gobierno de Caracas y los segundos la critican.

El peso relativo de estos tres datos del sistema internacional se combina con las falencias históricas de la estructura productiva argentina, cuyo motor proveedor de divisas es  un sector agropecuario dotado de ventajas comparativas naturales para exportar, pero también de un alto grado de vulnerabilidad interno: factores climáticos y sanitarios que afectan la producción (sequías, inundaciones, fiebre aftosa) y externo: súbitas interrupciones de la demanda internacional (crisis comerciales, financieras, adopción de barreras proteccionistas). Esta combinación de vulnerabilidades externas e internas explica el comportamiento ciclotímico de la economía argentina con sus fases de crecimiento y contracción, así como también la construcción de vínculos con los centros de poder internacional claramente asimétricos, que conspiran contra la posibilidad de exportar productos argentinos de mayor valor agregado a mercados como el chino o el estadounidense. 

En cuanto al segundo interrogante planteado, podemos distinguir elementos de cambio, pero también de continuidad de la política exterior del gobierno de Macri respecto de la de su predecesora Cristina Fernández. Son ejemplos de los primeros la posición crítica frente al gobierno venezolano de Nicolás Maduro; el fin del cepo al dólar y de la disputa con los fondos buitres; y los intentos de recomposición de las relaciones con los Estados Unidos y la Unión Europea. Por su parte, son poco conocidos ejemplos de continuidad como  la ruta que une a Chile, Argentina y Brasil a través del Paso de Agua Negra, pautada en el Tratado de Maipú de 2009; la utilización por los gobiernos de Fernández y Macri de los acuerdos swaps entre los bancos centrales argentino y chino; la continuada cooperación satelital con los Estados Unidos; y los contactos económicos con las naciones del Golfo Pérsico.

*Doctor en Historia (Universidad Torcuato Di Tella) y Máster en Relaciones Internacionales (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales- Programa Argentina). Especialista en política exterior argentina y estadounidense.