Con la segunda fase del aislamiento social preventivo y obligatorio, puede arriesgarse un balance sobre lo que políticamente deja la primera. Sí, en realidad, sería el tercer capítulo, pero los dos iniciales transcurrieron casi como si hubiesen sido uno sólo, mientras se creía que el confinamiento podía de veras ser algo pasajero. Ahora hay mayor conciencia y –aunque quizá resignada- aceptación de que un modo de vida menos callejero (por decirlo suave, para dura ya va a estar la realidad) va para largo, aunque pueda aflojarse un poco en algún momento. A lo mejor. Ojalá.

En lo que podría denominarse gestión, que a su vez habría que dividirlo en salud y economía, no hay mayores modificaciones en relación a lo que aquí se dijo hace diez días.

Respecto de lo primero, el consenso es abrumador: sólo focos aislados (aunque poderosos, por eso se hacen oír) discuten el rumbo sanitarista oficial. Y para satisfacción de Alberto Fernández, esto empieza a mostrar algunos resultados, siempre con cuidado de no confiarse. Conseguido el famoso achatamiento a partir de las medidas de cuarentena parcial (cierre de fronteras, suspensión de ciclo escolar, home office donde es posible), cabe esperar que se consolide cuando impacte de lleno el encierro absoluto (más allá del desastre del reinicio del cobro jubilatorio), y hasta empieza a coquetearse con que los contagios caigan. En tanto se siga agrandando la capacidad hospitalaria, aunque todos pasemos alguna vez por el Covid-19, no habrá drama. La contracara del éxito podría ser el relajamiento, si más buenas noticias hacen perder el miedo.

En materia económica, en cambio, sigue faltando mayor dosis de valentía, pese al atenuante de que muchos de los escollos que se topan en el camino de las buenas intenciones son achacables a un Estado no siempre todo lo eficiente que haría falta, y a una economía con alto grado de informalidad, más otras particularidades muy poco manejables por la letra de la ley. Derivaciones de décadas de neoliberalismo, potenciadas en los últimos cuatro años, que doce años de peronismo de Néstor Kirchner-CFK y cuatro meses de su versión albertista no han podido domesticar aún. Pero más difícil de saltar es una barrera mental a ambos lados de la grieta, y el dogmatismo opositor, que impiden comprender que parte de la cura está en otra economía.

Si en el statu quo eso es esperable (para eso lo son, para no querer ceder nada), de ninguna forma se explica que al interior del gobierno nacional no se decidan de una vez por todas a encarar la transformación con la que allí se coincide, y que, si era deseable en tiempos normales, se ha vuelto imprescindible ahora. Hay todo un mundo a pensar a partir de un disparador conceptual: quien vende, no lo hace porque quiere o porque es más habilidoso, sino porque existe quien puede comprar y opta por sus productos. Lo central son los segundos, pero no conviene prescindir de los primeros. De ésta saldremos todos más pobres y con consumo menos diversificado. Habrá que robustecer la capacidad de compra de la población y reencontrar la oferta que no tenga destino con esa demanda ahora más acotada: no hay ente capaz de hacerlo, salvo el Estado. Se insiste: no se trata de echar a nadie, pero no será posible resurgir sin un ente coordinador fortalecido.

Y esto último nos lleva a la política; la clave, siempre y en todo lugar. Si a veces suena contradictorio el discurso del segmento opositor más ruidoso, es debido a que no se acepta que, como dice Alain Roquié, el eje organizador del litigio político nacional no es el peronismo, sino el antiperonismo. Que, cuando se rasca apenas un poco, siempre está allí, agazapado esperando. Entonces, el Presidente podrá insistir en privilegiar la vida, o un día, súbitamente, virar hacia la ruta pretendidamente economicista de Donald Trump o Jair Bolsonaro. No importará: siempre tendrá al antiperonismo agitándole el piso porque no se trata del contenido de las definiciones, sino de la intolerancia con el dato de que sea un justicialista quien las elabora. Con el radicalismo perdido en una polémica de bajísima audiencia entre la autopercepción socialdemócrata alfonsinista y otros que no tienen drama en asumir su gorilismo, y con el PRO dividido entre quienes pegan fuerte pero no gobiernan y quienes acompañan a Alberto porque el desastre de una pandemia descontrolada podría empiojarle los distritos, el gobierno nacional construyó un pack robusto para empujar su carro porque enfrente no hay alternativa o adolece de músculo. Es decir, el tal acuerdo carece todavía de raíces sólidas: la incógnita es si le crecerán del combate contra el coronavirus.