CFK ante el espejo de la historia
La ex Presidenta es hostigada por todo el poder de fuego de la colación dominante, sólo como en el pasado lo han sido Yrigoyen y Perón, para evitar que pueda convertirse nuevamente en mayoría
"Esas fuerzas, señores, son como ciertos ríos subterráneos que a veces brotan o se hunden y hasta parecen secarse, pero siempre avanzan empecinada, victoriosamente"- Aníbal Ponce.
No poca tinta ha corrido para señalar las diferencias entre el gobierno anterior y el actual. No poco del espacio etéreo se ha ocupado con palabras que buscan evidenciar las virtudes y las calamidades del macrismo y del kirchnerismo, y viceversa, nombres que expresan la contradicción central del sistema político argentino actual. Anteriormente hemos asistido a la oposición de peronistas y radicales, de radicales y conservadores hasta llegar a unitarios y federales, durante la primera parte del siglo XIX.
Cierto es que las identidades políticas no son estáticas e inmutables. Se construyen y modifican y en función de la representación de intereses sectoriales en cada período histórico que, de alguna manera, se expresan políticamente está dada su propia existencia. Como la historia no es curso inalterable, tampoco lo son las manifestaciones políticas que surgen de ella. De todos modos los intereses contrapuestos de los diversos sectores sociales forjan sus propias manifestaciones identitarias con diversos tópicos aglutinantes pero con un sustrato que le da sentido y que es la búsqueda de poder en favor de defender, acrecentar o mantener el propio interés.
La clase dominante argentina originalmente amalgamada alrededor de la renta agraria y asociada al capital británico, logró un consenso político posterior a Pavón en 1861, que le permitió manejar las riendas políticas, institucionales y económicas del estado. Esta preponderancia posibilitó su configuración como una clase nacional, trascendiendo el interés local, ya que confluyeron las oligarquías provinciales en articulación con la porteña que, luego de la batalla en la que Mitre vence a Urquiza, encabezó la construcción de la Argentina liberal que busca incorporarse definitivamente a la división internacional del trabajo.
Los sectores populares son de más lenta maduración en cuanto a la construcción de herramientas políticas capaces de incidir de manera efectiva dentro del sistema político. Su derrotero suele ser más zigzagueante y está más cargado de defecciones, divisiones y pasos en falso. Su menor capacidad de influencia directa dada su mayor dificultad de organización, hace que se necesiten tiempos más largos para amalgamarse en torno de una representación aglutinadora de sus intereses. Claramente, mientras las elites liberales de Brasil, Argentina y Uruguay avanzaban sobre los pantanos paraguayos, las montoneras federales de las décadas del 60 y el 70 del siglo XIX eran expresión de la voluntad de resistir toda la potencia de un proyecto político y económico, que trascendía a las aristocracias vernáculas, y que se insertaba en ultramar dentro del esquema que proponía el pujante capitalismo industrial decimonónico. Obviamente que la elite respondió con toda su vehemencia aplastando militarmente a los nobles caudillos federales, a la par que a fuego de Remington conquistaba los campos patagónicos. El año 80 marcó la institucionalización definitiva de ese proceso, así como la hegemonía de la oligarquía terrateniente.
Luego, las luchas populares adquieren su expresión más extrema en el anarquismo (mayoritariamente formado por inmigrantes de baja condición social) de principio de siglo, un revulsivo de la elite con los sectores obreros urbanos que veían en la represión la única respuesta. Mientras tanto, una expresión más morigerada que tenía un componente social más amplio y heterogéneo, pero no menos rechazada por las elites encuentra su expresión en el radicalismo yrigoyeniano quien, aún con sus límites y contradicciones, representaba el mayor desafío a los valores tradicionales de la elite. El viejo caudillo fue perseguido, difamado y proscripto como luego lo será el peronismo, que es el cenit de la representación política de las clases trabajadoras en Argentina y, no por nada, aquella identidad perenne de los sectores populares. El Coronel Perón logra construir una alianza sectorial que, entre otras cosas, expresa los intereses del proletariado urbano industrial de su tiempo, vacío de derechos y conquista social alguna. La proscripción, la difamación y los golpes de estado fueron la respuesta de la elite de los 30 con el radicalismo personalista y, a partir del 55 lo será con Perón y su movimiento.
El bipartidismo post dictadura encontró su límite en su incapacidad de inclusión de las grandes mayorías. Una mueca virtuosa de la suerte hizo que un sureño poco conocido llegara al sillón de Rivadavia. Los otros dos candidatos con chances, que increíblemente sumaron arriba del cuarenta por ciento de los votos, eran versiones con matices del proyecto rentístico- financiero que devino hegemónico en Argentina luego del febrerazo del 89 y las dos hiperinflaciones aleccionadoras.
El kirchnerismo fue configurándose como expresión política a lo largo de los años de ejercicio del poder hasta llegar a interpelar a muchos sectores que inicialmente no se habían visto seducidos del todo, o en nada, por el candidato que había apadrinado Eduardo Duhalde. Los gobiernos de Cristina son, de alguna manera, la consolidación definitiva de ese peronismo, devenido en “K”, atravesado por tradiciones políticas diversas: el peronismo, sectores de la izquierda, del progresismo intelectual, del radicalismo alfonsiniano; al igual que en su momento el peronismo clásico reunió conservadores, radicales forjistas o antipersonalistas como Hortensio Quijano, o el mismo radicalismo tanto el alemista como el yrigoyeniano, que fundían sus raíces en el alsinismo, en los autonomistas del setenta e incluso el rosismo. Tanto el radicalismo hasta 1930, el peronismo hasta 1989 y largos, y ahora el kirchnerismo, han sido tratados como aberraciones bastardas de la política vernácula.
El macrismo, en suma, viene a ser, en términos históricos, la gran (y nueva) apuesta de los sectores del poder argentino en su afán de restituir un país, que entienden desbordado, a su estado de cosas natural. La ley de residencia de 1902 buscaba evitar ese desmadre, el golpe de 1930 corregirlo, el de 1955 erradicarlo, y el de 1976 cambiar de raíz el país que lo había hecho posible. En suma, asistimos hoy a nueva versión del proyecto histórico del liberalismo argentino.
Cristina, enfrente es hostigada por todo el poder de fuego de la colación dominante, sólo como en el pasado lo han sido Yrigoyen y Perón, para evitar que pueda convertirse nuevamente en mayoría, es la cuña que actualmente impide la conformación de un nuevo consenso liberal. Esta capacidad de obstruir los deseos imaginarios del “círculo rojo”, la transforman en el único actor, o actriz para ser exactos, del sistema político, que es realmente antisistema por su capacidad potencial de acumular políticamente en contra de la búsqueda de esa nueva hegemonía que se juega en octubre. Intentarlo no es gratis de hecho nadie que lo haya pretendido salió ileso, pero a veces los papeles en la historia no se eligen, se aceptan.
Historiador-Periodista