Hace cuatro meses una bomba sacudía el universo político argentino y, particularmente, la galaxia kirchnerista. Tras unas breves horas en las que Eduardo Wado de Pedro apareció como el candidato presidencial ungido por el ala mayoritaria del oficialismo, ese viernes 24 de junio, a poco del cierre de listas, una nueva movida de fichas (¿orquestada por CFK?) reseteó todo el tablero y dejó a Sergio Massa como el candidato de unidad del peronismo. Entre el estupor y la frustración, mucha militancia de paladar negro y cierto cristinismo silvestre se deshicieron en críticas y objeciones a una decisión que se tomó de arriba para abajo y que llevó su tiempo digerir.

Cuatro meses después, con una inflación que no para de crecer, una paliza electoral en contra en las PASO y una devaluación del 20 del peso, el ministro candidato conquistó hasta la emoción a buena parte de sus detractores internos, sumó nuevos, amplió el horizonte discursivo y la capacidad de representación de la identidad kirchnerista, y tradujo todo eso en un rotundo triunfo en las elecciones generales del 22-O que nadie tenía en el radar de posibilidades.

El peronismo más que estiró su sobrevida cuando parecía enterrado tras las primarias, y el milagro electoral de haber quedado en las puertas de ganar la presidencia en un contexto de inflación de tres dígitos y una pérdida del poder adquisitivo del salario que se acarrea año tras año, tiene distintos responsables. De entre ellos, la figura rutilante por lo central de su candidatura y la campaña imposible que protagonizó, es Sergio Massa.

El candidato de Unión por la Patria sumó 2.926.941 votos más que en las PASO, prácticamente la totalidad de los nuevos electores que incrementaron la participación electoral del 69% en agosto al 77,6% este domingo. Massa mejoró su performance en todos distritos del país y dio vuelta el resultado en ocho provincias. En dos de ellas, Corrientes y Entre Ríos, le arrebató el primer lugar a Patricia Bullrich. En las otros seis, La Pampa, La Rioja, Río Negro, Santa Cruz, Tierra del Fuego y Tucumán dejó segundo a Milei, que se había impuesto hace dos meses.

Pero la histórica remontada, de unos 15 puntos si se cuentan sus votos individuales en las PASO, no se explica sólo con números. El ministro recorrió un largo trayecto para llegar a estar más cerca que nunca de su sueño de ser presidente de la Argentina, y en ese trayecto debió enfrentarse a situaciones que fue ordenando o, si se quiere, domando cual leones a los que, en algunos casos, terminó convirtiendo en gatitos mimosos.

Uno de esos obstáculos, que funciona como gran explicación sobre cómo el peronismo llegó a esta situación límite, es la furiosa interna entre el kirchnerismo y Alberto Fernández. Massa entendió desde el inicio del FdT cuál era su lugar de tercer accionista del frente y se movió desde allí con inteligencia. Al frente de la Cámara de diputados vehiculizó iniciativas determinantes para el conjunto, que sacó adelante con su poder de negociación con propios y extraños. Trabó allí también un vínculo clave con Máximo Kirchner, que lo acercó cada vez más a la dueña de la última palabra en el kirchnerismo.

Sin enlodarse en la interna, Massa compartió en general con el kirchnerismo la postura frente a los grandes temas y, cuando hubo disensos como con el acuerdo con el FMI, hizo lo posible para garantizar la unidad conteniendo. La confianza de CFK en Massa fue creciendo al tiempo que el líder del Frente Renovador supo esperar el momento que inevitablemente le llegaría. Con la intempestiva renuncia de Martín Guzmán y el paso fugaz de Silvina Batakis por Economía, fue su turno de subirse al tren que confiaba lo traería hasta donde está hoy.

En ese punto Massa demostró una de sus principales virtudes, la ambición combinada con vocación de liderazgo. Cuando la vicepresidenta le reconoce haber “agarrado la papa caliente”, lo que se pone sobre la mesa es el paso al frente del tigrense ante un penal decisivo que nadie se atrevía a patear. Porque Massa no sólo asumió un Ministerio en llamas, sino que pidió toda la botonera de la economía del país para hacerse cargo, para bien o para mal, de los resultados que pudieran surgir de una situación extremadamente delicada.

Allí comenzó la tarea que peor le salió al ministro candidato, si se quiere, el león al que sigue intentando domar infructuosamente. Ordenar la economía argentina es una epopeya de por sí, y la complejas variables económicas que agarró Massa en agosto del 2022 se complicaron en extremo con la peor sequía de la historia este año. Sin embargo y excusas aparte, lo cierto es que la administración de la escasez y sus tensiones llevaron a que el 2023 electoral iniciara con un panorama negro para el peronismo por un crecimiento inflacionario que no paraba, una permanente tensión cambiaria que corría el arco todo el tiempo y la consecuente caída del poder de compra de los salarios. El combo perfecto para que un oficialismo pierda una elección.

Pero Massa insistió y construyó la candidatura que le cayó a última hora, a pesar de cualquier reflexión de sentido común que le hubiera recomendado no quemarse en un turno electoral dificilísimo y con oponentes que ya se daban por ganadores. Otra vez en palabras de CFK, Massa apostó, y una vez que tuvo el consenso de la mayoría de la dirigencia del peronismo comenzó el verdadero desafío de lograr una aceptación popular que le aparecía refractaria en cuanto estudio de opinión pública se consultase.

En el medio había otro escollo que superar. El gran ancla de la Argentina, llamada Fondo Monetario Internacional, apretaba clavijas en un país sin reservas, ahogado por la sequía y con nula capacidad de repago. Las condiciones estaban dadas para que Washington volviera a digitar ilimitadamente las políticas económicas argentinas, aquel objetivo por el que le otorgaron a Mauricio Macri el mayor préstamos de la historia violando hasta sus propios estatutos.

Fueron tal vez las semanas más duras del proceso. La Argentina incumplía metas del acuerdo, Massa las renegociaba, pero cada vez la soga apretaba más y los vencimientos se acercaban a lo imposible. El Fondo pedía una devaluación del 100% alentando la tensión cambiaria y el espiral inflacionario en el país, se acercaban las elecciones y el ministro candidato quedaban entrampado en su doble rol, que decantaba en una falta de conducción de la campaña que a todas luces se pagó con el resultado de las PASO. El nuevo acuerdo que pateó el problema hasta noviembre llegó muy cerca de las urnas, no sin antes una ingeniería financiera creativa que la gestión del ministro habilitó para sacar al Fondo de su lugar de prestamista en última instancia y pagar los últimos vencimientos con fondos rasqueteados por todo el mundo.

El golpe del 13-A fue otra de las instancias que podría haber volteado a más de uno o a casi todos. Fundamentalmente si, al día siguiente del tsunami libertario, la medida impuesta por el FMI era una devaluación del 20%. Pero Massa tenía otras jugadas armadas y, tras el retroceso que significó la devaluación en pleno auge de un Milei al que todos veían presidente, rápidamente activó su ametralladora de medidas económicas para atender a todos los sectores posibles de la economía y la sociedad. Ese fue el punto en el que pudo colocarse finalmente en el centro de la agenda a partir de medidas positivas y de impacto directo en los bolsillos que empezaron a cambiar el aire.

Gestión y campaña al mismo tiempo parecían un imposible. Pero con sus rivales definidos tras las PASO, Massa tomó también la totalidad de la botonera de la campaña, que previo a agosto funcionó como un cuerpo colegiado que remitía a los momentos menos florecientes del FdT. El ministro candidato sabía que ese era el momento a apretar el acelerador y lo hizo. La campaña creció en las redes y en los territorios. La dirigencia del peronismo empezó vislumbrar una conducción que marcaba por donde ir y que tenía algo para ofrecer. La narrativa se ordenó en torno al perfil de Massa, convocando a un gran acuerdo nacional, planteando propuestas concretas y polarizando desde allí con los dos espacios que sólo ofrecían destruir algo, uno al kirchnerismo, el otro a la casta.

Massa empezó a construir en las bases el convencimiento que estalló este domingo cuando se conocieron los resultados de los comicios. Los que lo fustigaban por su pasado anti k o sus vínculos con el poder económico, comenzaron a ponderar su presencia al frente de la campaña. Los que consideraban un ancla sus resultados económicos, se empezaron a entusiasmar con las nuevas medidas que construían una agenda positiva que militar. Los que daban por perdida la elección y habían iniciado el alambrado de sus pagos chicos, fueron viendo que la boleta de Massa no sólo ya no restaba, sino que de a poco seducía cada vez más frente al salto al vacío que buena parte de la sociedad interpretaba en la opción Milei y la caída en desgracia de una Bullrich agotada en su interna.

Massa se multiplicó en los últimos meses. Un mismo día podía tenerlo en un par de provincias distintas, en actos y/o anuncios con diferentes sectores, entrevistas en medios de comunicación y plataformas de streaming. Su nivel de actividad y presencia sin cometer errores no forzados, como los que abundaban en sus contrincantes, comenzó a generar la sensación de que era el único candidato realmente presidenciable. Hábilmente, Massa llevó esa construcción a los debates presidenciales, que marcaron picos de rating y en los que logró mostrarse serio, amplio y sólido frente a los derrapes de unos y las atrocidades de otros.

Sobre todo, lo que se fue generando fue una confianza que antes no estaba por parte de una sociedad que ahora veía a un candidato dejando literalmente todo en la cancha y con argumentos como para pelear hasta el último round una batalla en la que no pocos hubieran tirado la toalla. La fórmula “lo estamos dando vuelta” hizo crecer un optimismo que transmutó en una micro militancia que copó los hogares, las calles, los negocios, las fábricas, los espacios públicos y hasta se transformó en jingles de campaña que hoy suenan en todos lados.

En términos estratégicos, Massa minimizó a Bullrich y atrajo a Milei a la jaula del balotaje. El trabajo en tándem que JxC lamentó hasta el hartazgo entre el peronista y el libertario descolocó a la candidata amarilla, que entre las PASO y las generales perdió 628.789 votos. Pero el ministro candidato tuvo también la habilidad para llevar las discusiones prelectorales a un terreno favorable, ayudado por la falta de claridad de Javier Milei.

Las discusiones planteadas por Unión por la Patria en torno la gratuidad de la educación, de la salud, la venta de armas y órganos, o las críticas a la dolarización, prevalecieron frente a lo que debería haber sido, a convenir de las oposiciones, un escenario totalmente dominado por la inflación descontrolada. El león se mareó con los movimientos del domador y terminó cometiendo una sucesión de errores que, en vez de subir el piso que había conquistado en las PASO, terminaron consolidando su techo.

El punto máximo de eso se vio tras los resultados y en los discursos posteriores. Milei se movió de sus posiciones para intentar acercarse a la línea de una Bullrich que fue vapuleada en las urnas. Dejó de hablar de casta y empezó a mandar mensajes desesperados a parte de esa casta para “terminar con el kirchnerismo”. Dos errores en uno. De toda la casta, no hay segmento al que la sociedad haya repudiado electoralmente más que al macrismo duro al que Milei le habló ayer. Este domingo fue otro ejemplo de ello. Pero, además, el libertario fue a boxear con el fantasma K al que sólo una porción del electorado identifica linealmente con Massa.

Otro acierto allí, tanto del ministro candidato como de CFK. La centralidad de Massa y la línea en torno a su perfil de amplitud y acuerdo nacional, sumada a la ausencia de la vicepresidenta en la campaña, dejaron pedaleando en el aire al discurso anti k. Ese mismo al que Milei quiere subirse desfasado en el timing para disputar el balotaje.

Massa, por su parte, profundizó su mensaje de una nueva unidad. Mientras Milei propuso más grieta, el candidato de UP la dio por cerrada. Mientras el libertario trata de traidores a los radicales, Massa les promete un gobierno de unidad nacional. Mientras Milei exacerba su postura violenta, Massa se ubica como un padre de familia protector que dice que abrazará a todos, piensen como piensen.

Queda mucha agua por correr bajo el puente hasta el día del balotaje y todo puede pasar en la Argentina instantánea. Pero la foto de las generales mostró a un Massa enfocado, seguro en su línea y dispuesto a profundizarla, frente a un Milei que pasó de sus exultantes cantos de ganar en primera vuelta a verse complicado para la segunda y yendo a pedirle ayuda a Macri. El domador de leones lo hizo una vez más, y bastaba ver la emoción en la juventud y la militancia que cantó por él anoche en Chacarita para imaginar que seguirá contagiando optimismo. Deberá repetir su faena en 27 días, porque la Argentina suele ser un león feroz con quienes salen segundos.