El dolor de ya no ser
Las horas crueles de Mauricio Macri
Es muy probable que Mauricio Macri esté experimentando, en estas horas crueles en que el poder se le escurre como agua entre los dedos, la misma sensación extraña que lo habrá aquejado cuando estalló la crisis económica el año pasado, lo que le impidió resolverla y, por ende, lo llevó al borde de la derrota electoral. Si entonces no pudo entender cómo podía ser que los mercados le fallaran justo a él, al hombre que tal vez siempre soñaron tener en Balcarce 50, ahora se preguntará por qué lo abandona el establishment local, que se había jugado por su candidatura como por ninguna otra antes, pero que el 11 de agosto cantó game over. El Presidente descansó excesivamente en la íntima convicción de que su sola presencia bastaría para saltar por encima de los límites que las inconsistencias políticas y económicas de su construcción marcan, en los últimos días con cada vez mayor contundencia.
Para Macri, la mejor prueba de que su vida útil se agota deberían ser las especulaciones de operadores que desde la sorpresa de las PASO trasladan aceleradamente su juego hacia un hipotético futuro conflicto interno entre los Fernández. Su cartera de incondicionales se vacía aceleradamente y la representación que antes ejerció cómodo hoy busca la sobrevida que no se advierte en el ingeniero desde que el Frente de Todos lo goleó.
La sorpresa que provocó en muchos propios y en la totalidad de los extraños la dimensión que alcanzó Todos fue idéntica a la que generaron los resultados de las primarias, en buena medida porque no se le prestó la debida atención al proceso de unidad que se fue tejiendo entre el Instituto Patria, la sede del PJ nacional en Capital Federal y las de los peronismos locales en el interior, con Alberto como nexo en común de todas las partes.
Si se hubiese estudiado eso con menos superficialidad, se habría advertido que dichos acuerdos, que funcionaban con naturalidad, venían tomando buena altura incluso en los centros urbanos de las provincias, lo que habría ayudado a desmentir la sensación de paridad presidencial. Si se hubiese revisado el rol que el Fernández varón cumplía en dichas negociaciones, se habría comprendido la lógica que guió a CFK en su designación.
Por todo esto es poco probable que haya turbulencias al interior del eventual nuevo oficialismo, si el ex jefe de gabinete confirmara su performance en octubre próximo. Como dijo Martín Rodríguez, el frente fue verdaderamente de todos: la conformación plural a nivel nacional se complementa con esquemas similares en los territorios. Nadie tendrá fuerzas suficientes como para tirar del mantel, menos en el marco delicado que dejará Macri, con una deuda impagable por rediscutir, una población ajustada a un grado tal que vuelve inviable el mercado doméstico y a la enorme mayoría de las empresas argentinas, un dólar como bomba de tiempo siempre a punto de estallar y default como palabra prohibida. Ése es el cuadro que lleva a los hombres de negocios hacia las costas justicialistas, y también a otros influyentes como la iglesia católica.
Con un oficialismo que según Marcelo Bonelli puertas adentro ya reconoce que la remontada es imposible y sólo se propone un aterrizaje decente, siendo incierto en tal caso el futuro de la coalición que venció en 2015 (lo que podría derivar en un bonus track para Todos por disgregación del rival) y con los recursos institucionales peronistas bastante bien repartidos, toda la atención estará puesta en la dinámica del nuevo artefacto en el contexto de un mandato que necesariamente deberá ser muy charlado por las dificultades arriba señaladas.
Así cobra sentido la definición que Alberto Fernández, cuya agenda telefónica no adelgazó ni en sus peores horas de llano, y que dedica esfuerzos notorios a tender puentes en forma de asterisco, dio de su momento: una solución adecuada al tiempo que le toca protagonizar.