Hay un cuento de Borges que habla sobre dos reyes y dos laberintos. El rey de las islas de Babilonia había hecho construir un laberinto muy complejo y un día, para burlarse de su simplicidad, encerró en él a su invitado, el rey de los árabes. Éste “vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde”, cuando pudo dar con la puerta. Sin reproches, le prometió al rey de Babilonia invitarlo a su tierra y mostrarle su laberinto. De regreso a Arabia, preparó su ejército, invadió Babilonia, tomó prisionero al rey y lo abandonó en el desierto, su laberinto sin puertas ni escaleras, donde murió de hambre y sed.

Las figuras de los dos reyes y de los dos laberintos se entremezclan en la pasmosa realidad electoral argentina. El propio Alberto Fernández, en una de sus primeras actividades de campaña utilizó la imagen del laberinto para graficar la situación en la que nos encontramos en 2019, de la que “sabemos cómo salir porque ya estuvimos ahí”, con Néstor Kirchner, en aquel lejano 2003. Alberto se refería a la situación económica y social que nos hace vivir el macrismo, que más allá de números y tecnicismos, se resume en dos lapidarias palabras: hay hambre. Y que haya hambre significa que estamos mal, muy mal, porque para que la panza suene hace falta perder el trabajo y no encontrar ni una changa, que los precios de los alimentos básicos estén por las nubes, al igual que los medicamentos, los servicios y el transporte y que haya una ausencia flagrante del Estado.

Pero para sacarnos del laberinto económico, había que encontrarle la vuelta al laberinto político. Antes del domingo, muchos teníamos la sensación de que el Frente de Todos iba a salir primero en las preferencias electorales, pero evitábamos ilusionarnos con una diferencia tan amplia como la que finalmente se dio. Sin embargo, más allá del número, estaba en el aire la sensación de que algo se había ganado: la sensación de que el Frente de Todos había encontrado la salida del laberinto de la política. Frente al discurso macrista entre perverso y atemorizador de la imposibilidad de torcer el rumbo (“este es el único camino posible”, “si gano voy a ir en la misma dirección pero más rápido”), el Frente de Todos supo inventar nuevos recorridos para hacer política con y para aquellos para quienes se hace política antes que nada, ante todo: aquellos cuyo horizonte de existencia se inscribe en la posibilidad esperanzada de la justicia social y cuyo único recurso para dar la pelea por ser un poquito más iguales es formar una fuerza política que sea capaz de expresarse también en una mayoría electoral. Es justo decir que quien encontró la salida fue Cristina: “le he pedido a Alberto Fernández que me acompañe como candidato a presidente”, abriendo la puerta para construir la tan mentada unidad que se reclamaba desde abajo y no se resolvía por arriba. El desafío de acá a octubre para el Frente de Todos es mantener y ampliar esa apertura escuchando, hablando y convenciendo sobre la posibilidad real de tener una vida y un país vivible.

En la vereda de enfrente, el macrismo aparece desorientado y encerrado en su propio laberinto hecho de gurúes del marketing político, mandatos del FMI y oídos sordos al mensaje del electorado. Y su propuesta, a juzgar por el mensaje de Macri el lunes, se reduce a optar entre este laberinto o el desierto del dólar por las nubes, inflación descontrolada y poder adquisitivo por el piso. Es difícil que pueda recuperarse electoralmente enojándose con los votantes y no dando respiro en lo económico. Es peligroso e irresponsable institucionalmente que persevere en aleccionar al electorado mediante el terrorismo económico. Sería bueno que esa autocrítica que reclama el presidente para quienes lo derrotaron el domingo, la aplique un poco sobre sí mismo, por el bien de todos.

*Docente UBA, politóloga .Comisión Directiva FEDUBA / Sec. Adjunta CTA CABA. Twitter: @maribelensotelo