Enfrentamos la encrucijada de un proceso preelectoral clave para el futuro, inmediato y -al menos- del mediano plazo de la sociedad argentina. Una posibilidad, aún latente, consiste en la reelección de la alianza “Cambiemos”, más allá de la nominación de sus candidatos, y/o de la incorporación eventual de nuevos asociados. En caso de concretarse ello en los comicios venideros de octubre, resultaría impredecible el porvenir de un país sumido en un marasmo, a partir del desempeño caótico -durante tres años y medio- de la coalición gobernante actual, en todos los órdenes institucionales y de la vida cotidiana.

La alternativa de un frente armado por los sectores políticos alineados en “coreanos del centro”, intermedios, o -ambiguamente- antigrieta, representa un magma de dirigentes variopintos, incluyendo gobernadores “justicialistas”. Este conglomerado de posiciones heterogéneas, inencuadrables ideológicamente, apuntaría a captar sufragios de los desencantados del gobierno vigente, aunque también de quienes destilan un arraigado sentimiento de odio/rechazo hacia el “kirchnerismo” o, en general, al peronismo en su conjunto. La pretendida avenida del medio sería una “bolsa de gatos” que cobija a Alternativa Federal, en consonancia -internamente conflictiva- con las aspiraciones personalistas de Lavagna, y ¿Massa?

La opción por boletas de la izquierda clasista debe estimarse, pese a su caudal total de adherentes, rondando un 5-10% y reflejar una expresión cuasi-testimonial, además proclive a diversificarse. Ante la perspectiva tricotómica, que vislumbran varias encuestas, siempre relativas, y sin desdeñar la incidencia que pudiese ejercer ese marxismo puro o radical, en una eventual segunda vuelta, resta el análisis de la fuerza política que asoma pujante, luego del anuncio reciente de Cristina Fernández de sumarse como precandidata a vicepresidenta, secundando a Alberto Fernández, en vista de la primera magistratura…

La dos veces presidenta de la Nación, que cuenta con el apoyo de la base firme más abigarrada de seguidores, dentro del conjunto de postulantes de otras alianzas, optó por una estrategia -cuanto menos- sutil. En el supuesto escenario de indecisión, reflejada en cerca de un tercio de los electores, fracción con gran relevancia cuantitativa, y con una dimensión notable de ciudadanos fuertemente permeables a las operaciones del periodismo de guerra, se requería un “giro de timón”.

La nominación de la fórmula Fernández-Fernández aseguraría la lealtad de los sufragantes kirchneristas, por convicción ideológica coherente, sumada a aquel contingente, de distintos estratos sociales, degradados en sus condiciones generales de existencia, bajo el comando de los poderes fácticos, delegado formalmente en el “Pro” y sus secuaces. Ante el legado infernal que deja un tendal ruinoso en lo económico-social, político-institucional, cultural-educativo, y subhumano, que potenció el enriquecimiento y la corrupción de las corporaciones, aledañas o próximas al “gobierno” actual, CFK eligió endosar la centralidad opositora simbólica en Alberto.

AF, pragmático por antonomasia, flexible en las negociaciones, que ha transitado por distintas corrientes partidarias, cristalizaría en la presente coyuntura la precandidatura adecuada, debido a sus principios nodales y capacidad indiscutida de gestión. Si triunfara en octubre, regresará la política, propiamente dicha, en lugar del marketing duranbarbista, que hegemonizó -vergonzantemente- el discurso narrativo gubernamental desde el 10-12-2015. Y, sin ninguna dura, retomará el sendero de ampliación de derechos, de la producción y del trabajo, del respeto a las minorías, del “empoderamiento ciudadano”, etcétera. Dada la derechización de una porción considerable del electorado, un leve corrimiento al “centro” devenía imprescindible: dentro del barro de la política, “lo ideal es enemigo de lo bueno” (volveremos mejores).      

                              *Posdoctorado Humanidades [FFyLL-UBA], Dr. Ciencia Política [UGR-España], Lic. Sociología [FFyLL-UBA]