El Movimiento Evita: hacia una riesgosa herramienta partidaria propia
Los gobiernos de esta democracia imperfecta no los representan.
Recientemente, en el marco de un clima plagado de polémicas por las enunciaciones de CFK, la renuncia de Guzmán y la llegada de Batakis, se llevó a cabo el sexto Congreso Nacional del Movimiento Evita. Este evento tuvo lugar en el microestadio Malvinas Argentinas de Argentinos Juniors y congregó a 2570 delegados y delegadas de una de las organizaciones sociales más importantes del país.
Mediante este acto, la organización conducida por Emilio Pérsico confluyó en un proceso de síntesis de las discusiones internas que se venían desarrollando a lo largo del país. Se definieron sus autoridades y se diseñó una línea de acción estratégica con el enfoque puesto en una nueva etapa política con los movimientos populares como protagonistas centrales de las discusiones más relevantes sobre la pobreza, la inclusión social y el trabajo.
En dicha cumbre social, se trazó un recorrido que reconstruyó el camino transitado. Este Congreso Nacional representa, según expresaron sus oradores, el punto de llegada de un proceso de varios meses, qué incluyó 24 congresos provinciales, 6 congresos regionales y decenas de congresos municipales y locales.
A su vez, en este encuentro se plantearon las diversas líneas estratégicas con lógicas productivas, sociales y económicas diferentes a las formuladas por otras agrupaciones del "campo nacional y popular" que también pretenden “sacar adelante al país” y “poner a la Argentina de pie”.
El Movimiento Evita ofreció en este encuentro un diagnóstico de la crisis socioeconómica que transita la Argentina. Diversos dirigentes plantearon que, frente a los 6,5 millones de trabajadores formales del sector privado y los 3 millones del sector público, los 11 millones de trabajadores y trabajadoras que solicitaron el IFE en plena pandemia son parte de un universo aún mayor, ya que serían 18 millones de personas excluidas de toda formalidad laboral ante un mercado de trabajo formal que no crece hace varios años.
Ante dicha circunstancia, proponen desarrollar la Economía Popular como respuesta. Según plantearon varios oradores, para esa organización social, en el capitalismo del siglo XXI la nueva clase obrera la representan los trabajadores que quedan excluidos del sistema a causa de la prevalencia de la actividad económica financiera por sobre la actividad productivista. Ese sector excluido, ante la falta de respuestas del sistema y la incapacidad del Estado para reinsertarlos, se genera sus propios medios de subsistencia autogestivos en el marco de lo que hoy se conoce como "Economía Popular", “Economía Social” o “Economía Solidaria”.
Una cuestión interesante a señalar es la concepción que mostraron sobre los gobiernos de Néstor, Cristina y Alberto, a los cuales consideraron como “gobiernos de transición hacia transformaciones de fondo”. Según argumentan algunos oradores, “los gobiernos de esta democracia imperfecta no son gobiernos que los representen. A los movimientos sociales no los representan ni los gobiernos de corte neoliberal ni los gobiernos populares, reformistas y progresistas; en todo caso estos últimos serían considerados gobiernos de transición hacia gobiernos que realmente encaren transformaciones de fondo.
En suma, como conclusión del Congreso, los movimientos sociales arribaron a la necesidad de construir una herramienta partidaria propia que les permita participar con mayor protagonismo y relevancia de la discusión por el país que se viene.
Sobre este punto se refirió Gildo Onorato en una nota publicada en este mismo medio, quien explicó que cuando se plantea el carácter político y organizativo de las organizaciones populares no se habla necesariamente de un partido del Evita en particular, sino de la posibilidad de institucionalizar una propuesta más colectiva de un sector social que viene impulsando transformaciones productivas, económicas y sociales hace varios años.
Desde las organizaciones aclararon que la construcción de un partido que represente a los excluidos no implica abandonar el justicialismo ni mucho menos el Frente de Todos. Por el contrario, implica ampliarlo, diversificarlo y hacerlo más heterogéneo incluyendo otros interlocutores que resistieron la era de Macri y sobrevivieron a la pandemia.
Ahora bien, la gran pregunta que hay que hacerse es hasta qué punto esta nueva institucionalización va a beneficiar al Frente de Todos como conjunto y coalición. Es decir, si ya con tres interlocutores (Kirchnerismo, Massismo y “Albertismo”) mostraron más defectos que virtudes y serios problemas de cooperación y coordinación. ¿Hasta qué punto un cuarto interlocutor con poder (como los movimientos sociales) va a proporcionarle al Frente de Todos más estabilidad, más legitimidad, más cooperación y coordinación? Si siendo tres no se pueden poner de acuerdo, siendo cuatro es aún más difícil que prevalezca el consenso que necesita el Gobierno para gobernar y mostrar capacidad de gestión de cara a las próximas elecciones.
Los movimientos sociales ya anunciaron que iban a hacer uso de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) para dirimir candidaturas. De hecho, el Diputado Toniolli, vinculado a los movimientos sociales, señaló que “las PASO no muerden, son una herramienta que propuso el peronismo”. Ante el antecedente de Julián Domínguez en 2015 (quien luego de perder las PASO con Aníbal Fernández no habría acompañado a éste en su disputa contra Vidal llevándolo a la derrota), lo que aquí cabe preguntarse es si luego de estas PASO que se presuponen cada vez más sangrientas y conflictivas dentro del Frente de Todos, el que pierde acompaña. De no ser así, le podrían dejar la victoria servida en bandeja a Juntos por el Cambio otra vez.
De esta forma, se hacen evidentes los riesgos y las implicancias de esta jugada perpetrada por parte de los movimientos sociales. Institucionalizarlos como partidos políticos que peleen puestos de poder al interior de la coalición puede ser contraproducente. Más que acrecentar el poder o el caudal electoral de la coalición, podría acrecentar los conflictos y traer más incertidumbre en un contexto que demanda consenso y certezas. No obstante, está claro que los movimientos sociales tienen mucho para ganar, en el marco de una coalición político-electoral que tiene mucho por perder.