Abdicación intelectual, (i)responsabilidad y estupidez
En una sociedad como la contemporánea es irresponsable acusar de idiotas a quienes sólo con suerte tienen para comer
Radicalmente situados en el presente, podríamos pensar que ciertos intelectuales abdicamos del pensamiento (que es una forma de acción), es decir, de nuestra responsabilidad. Seguimos utilizando fórmulas trilladas que repiten siempre lo mismo. Cuando intentamos innovar, no damos muestras más que de estar perdidos sin comprender el clima de época. No tenemos reales intereses colectivos que intenten poner en discusión–racionalmente aunque en la lucha y en la correlación de fuerzas– los medios más eficaces para lograr el bien común. Solo nos miramos el ombligo. En éste contexto, veamos un poco en qué andamos los intelectuales para salir de la estupidez, pero también para no ser idiotas.
Como es sabido, estamos viviendo una época fatídica y, ante ella, cabe reflexionar sobre la responsabilidad que nos cabe a los intelectuales. Al referirme a los intelectuales, no estoy hablando de una ideología en particular, que quede claro. Sino, siguiendo una definición más o menos tradicional, aunque por supuesto discutible, intelectuales seríamos aquellas personas que trabajamos con ideas, sean éstas del signo que sean. Seamos académicos, profesores, científicos, periodistas, publicistas, consultores, artistas, economistas (¿también políticos?), el campo es basto y variable, más por estos días en que la tecnología casi que podría hacernos intelectuales a todos... Incluso, intelectual sería alguien a quien le interesa debatir con el mozo que le sirve el café, con amigos o un simple curioso al que le gusta indagar en los pensamientos de otros en el espacio público. De modo que, no cercenando la categoría de intelectual a una vanguardia o a una elite iluminada, a contrapelo del progresismo de moda, quienes podríamos considerarnos intelectuales deberíamos tener interés en la cosa pública poniendo en discusión nuestras ideas y argumentos.Es fácil echarles la culpa de todo a los políticos. Ahora bien, el problema de la responsabilidad de los intelectuales (al igual que la de los políticos), como siempre, creo que no puede disociarse de su relación con la estupidez, mucho menos con la idiotez, más aún en momentos donde parece que ambas abundan. En lo que sigue, me explico.
En su mordaz ensayo sobre la estupidez, Carlo M. Cipolla hace notar que, cuando abundan los estúpidos en una sociedad, se reciente el bienestar colectivo. Mientras que, por el contrario, cuando abundan los inteligentes, aumenta el bienestar. Mientras que los inteligentes logran un beneficio particular aumentando el beneficio colectivo, los estúpidos no sacan ventaja de sus actos (incluso, a veces, se perjudican), aunque –al mismo tiempo– son una de las causas (tal vez, la principal) del malestar colectivo. Arena de otro cantar son los malvados –siempre en la concepción de Cipolla–, porque estos aumentan su bienestar perjudicando a otros, como también queda más que claro en Argentina. Para Cipolla, además de los incautos, estos tres grupos de personas se encuentran en cualquier sociedad del pasado, del presente y del futuro, y en cualquier latitud. Si bien no creo en las esencias, después de leer a éste autor y a los demás estupidólogos, podría llegarse a la conclusión de que la estupidez formó, forma y formará parte de la vida humana mientras sigamos siendo humanos –algo que, por cierto, no sabremos hasta cuándo será así, o bien por transformación tecnológica (teniendo en cuenta los avances de la IA, entre otros), o bien por aniquilamiento, considerando la latente guerra nuclear, o bien por una combinación de ambas posibilidades.
A la vez, otras formas de entender a la estupidez tienen en cuenta la necedad, la soberbia e, incluso, la locura (como lo demuestra las diversas traducciones del Elogio de Erasmo), características que, dicho sea de paso, observamos cotidianamente en los diversos ámbitos intelectuales. En efecto, podría considerarme un estúpido al estar escribiendo esto. Sin embargo, otro asunto es la idiotez que, desde los griegos, se vincula a aquellas personas que, escapando de su vinculación con lo público, solamente tienen en cuenta sus intereses particularísimos. De modo que distinguir entre personas estúpidas e idiotas no es sencillo. Puesto que alguien que podría pasar por idiota podría simplemente no serlo por el solo hecho de que nunca asumió un compromiso con lo público. Siempre siguiendo a los griegos, a diferencia del idiota –quien no asume responsabilidad pública–, los intelectuales sí asumimos esa responsabilidad y, desde este punto de vista, abdicar de este “rol” o simular que se ejerce cuando en realidad solo quiere obtenerse algún tipo de ventaja a costa de otros, nos lleva a una sociedad en la que, siguiendo a Cipolla, solo hacemos más perjuicio en lugar del beneficio colectivo. Muchas veces, ciertas vanguardias portadoras de “la verdad” creen ver idiotas y estúpidos por todos lados, salvo en su quintita.
En consecuencia, en una sociedad como la contemporánea, que es mucho más compleja que la griega, considero que es irresponsable acusar de idiotas a quienes sólo con suerte tienen para comer. Estos, más que votar obligatoriamente, no tienen responsabilidad sobre lo público, dado que nunca asumieron ese rol. Éste sí lo asumimos quienes cumplimos otros roles sociales, es decir, los intelectuales (aunque en otra dimensión que los políticos) tenemos la responsabilidad (moral y práctica) de buscar el bien común mediante la discusión de ideas innovadoras, no diciendo y haciendo siempre lo mismo, siendo sagaces e inteligentes, intentando contribuir –intelectualmente y mediante la acción cotidiana– al bien común en contraposición a aquellos que solo traen perjuicios. En definitiva, creo que eso podemos intentarlo sustentándonos, como insistía Charles Wright Mills, en una política de la verdad que, imaginación sociológica mediante, sepa reconocer los principales problemas públicos que asolan, no dejan dormir y angustian a la diversidad de personas en sus diferentes interfaces biográficas e históricas.