Educación de plataformas: jaque a la educación pública, laica y gratuita
Aún no existe la forma de que el actual sistema burocrático pueda ir a un ritmo parecido a lo que un nativo digital está acostumbrado a vivir actualmente.
El 26 de junio de 1884, el Congreso sancionó la Ley de Educación fundacional del sistema nacional de Argentina. Desde ese momento y hasta nuestros días si hay algo que distingue a la educación en nuestro país es su carácter de “laica, gratuita, común y obligatoria”.
En los últimos días se anunció el aterrizaje de la “primera escuela Google de Hispanoamérica”, que estará emplazada en el municipio de Vicente López, provincia de Buenos Aires. El establecimiento en cuestión se llama Manuel Dorrego, es de formación primaria y según trascendió en los medios la empresa se encargará también de la capacitación de sus docentes.
La noticia de esta escuela llega a una semana de otra “bomba Google”, un cable de fibra óptica en Argentina que, una vez operativo, se convertirá en el más largo del mundo. La autorización del Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) avala que todo está en regla y se sabe también que la compañía a cargo del proyecto será Google Infraestructura Argentina SRL. El cable ofrecerá una conexión con una velocidad de unos 15.03 TB por segundo y bajará desde Carolina del Sur en Estados Unidos hasta Las Toninas, en la provincia de Buenos Aires.
Desde hace unos 20 años el ecosistema digital mundial propone desafíos para la cultura analógica. Así, el correo postal cedió terreno frente al email, los libros y diarios pierden su lucha contra la tinta digital, los cines o videoclubs son reemplazados por las plataformas de contenido a demanda y podríamos seguir con cientos de ejemplos similares. La diferencia de velocidades y de posibilidades en adaptar la prueba/error entre ambos universos hacen que este tipo de confrontaciones sea casi una victoria de antemano para las nuevas tecnologías.
Hace algunos meses Facebook hizo temblar el mundo tech al anunciar algo que se viene cocinando desde hace años: el Metaverso. Para explicarlo simple se trata de la nueva forma en la que vamos a navegar la web, en modo tridimensional, utilizando gafas de realidad virtual, con mundos inmersivos y donde nuestro ser se transformará en un avatar, una entidad que podrá vivir todo tipo de sensaciones y experiencias sin moverse de su domicilio físico.
En términos estéticos y prácticos podemos imaginar al metaverso como un enorme videojuego en el que pasaremos gran parte de nuestras vidas, al que se le incorporarán todo tipo de edificios virtuales que podremos visitar, como por ejemplo cines, supermercados, centros de deportes, shopings y obviamente: instituciones educativas.
Pensemos específicamente en cómo puede impactar esto en el mundo de la educación. En 2021 en nuestro país ya existían alrededor de 19 millones de gamers según la Asociación de Deportes Electrónicos y Electromecánicos Argentina. Es decir, cada 10 personas que vemos por la calle 4 o 5 ya están habituadas a los entornos de videojuegos. ¿Qué porcentaje de esos ciudadanos, ya adaptados al mundo de la navegación en tres dimensiones, son actualmente docentes y qué porcentaje son potenciales alumnos de las futuras escuelas en el metaverso?. Es una asimetría que el sistema educativo estatal tendrá que analizar y corregir lo más rápidamente posible si quiere liderar el proceso.
En estas las escuelas digitales -gafas virtuales de por medio- podrá dar la clase de historia argentina el propio San Martín, que será recreado mediante inteligencia artificial o podremos aprender cómo funciona el cuerpo humano caminando en su interior, navegando entre venas y arterias. Recorrer un museo como el Prado de la mano de Velázquez, ser espectador de una charla TED de Albert Einstein o Platón, serán actividades habituales en las escuelas del Metaverso.
Otras tecnologías ya disponibles en varios prototipos de metaversos incorporan avances tales como, por ejemplo, la traducción automática. Con lo cual un mismo grupo de estudiantes podrá estar conformado por compañeras y compañeros situados en distintos lugares del planeta, incluso si se expresan en idiomas diferentes, sin ningún tipo de inconvenientes para conversar.
No solo los alumnos, también docentes y administrativos verán modificados sustancialmente sus oficios. Los profesores y asistentes virtuales trabajan 24 por 7 los 365 días del año, del mismo modo que ya lo hacen los tutores y asistentes de de los videojuegos en línea. Las escuelas del metaverso no necesitan personal de limpieza, celadoras ni jardineros que corten el césped. También se reducirán las horas laborales de los docentes, que seguramente se remitirán a dar clases, pero ya no a tareas que llevaban horas y pueden ser realizadas por un sistema informático, como por ejemplo generar materiales didácticos, evaluar exámenes o pasar planillas.
Todas estas maravillas necesitan de hardware como computadoras, fibra óptica, servidores y periféricos. También necesitarán software en cantidades industriales. De hecho se espera que muchos de los puestos laborales que se perderán en el cambio puedan ser absorbidos por oficios informáticos entre los que se destacan centralmente los analistas de sistema y los programadores.
Del mismo modo que no nos es posible pensar la educación formal que hoy tenemos sin la previa invención de la imprenta, cuando la historia analice nuestro período será prácticamente inimaginable interpretar la educación que está llegando sin la posibilidad de comprender la potencialidad de internet ni la de los algoritmos de inteligencia artificial.
Propongo que, a esta altura del artículo, llevemos nuestras cabezas por unos instantes al plano de la administración pública. Confrontemos esos mundos, el del metaverso por un lado y el de la burocracia estatal por otro: esta sí que es una grieta. No hay forma, o aún no la hay, de que el sistema burocrático actual pueda ir siquiera a un ritmo parecido a lo que un nativo digital está acostumbrado a vivir diariamente en el mundo de hoy.
Jaque. Se está planteando un nuevo dilema, moderno y contundente, a la forma en que hasta hoy se aplica prácticamente la ley argentina de 1884. Que la educación en nuestro país sea “laica, gratuita, común y obligatoria” es un derecho que debe estar garantizado por el Estado. También es un orgullo patrio y una posición filosófica y práctica frente al dilema de educarnos como ciudadanos. ¿Pero qué pasaría si el Estado, ahora producto de semejante disrupción tecnológica, no se encuentra en condiciones de brindar una educación de calidad que pueda competir ante las plataformas internacionales?
Jaque. Google proponiendo una escuela en la provincia de Buenos Aires no es más que el comienzo de lo que llegará muy pronto y sin pedir permiso: las escuelas virtuales. Y llegarán a nuestro continente con sus diferentes propuestas de metaversos y universos digitales y cada cual tendrá diferentes opciones para educarse en ellos.
Jaque. A niveles de educación superior es importante destacar que la gran cantidad de estudiantes lo hacen para poder tener un futuro laboral que los sustente económicamente. Graduarse en carreras u oficios en establecimientos físicos o virtuales que tienen conexión directa con empresas como Google, Apple, Meta y otras similares garantizan mejores posibilidades de insertarse laboralmente en los puestos mejores pagos del mundo. Esto mismo antes era potestad exclusiva de los títulos de grado y posgrado otorgados por las universidades tradicionales.
El desembarco de estos nuevos formatos y prácticas en el mundo de la educación es inexorable, cuestión de tiempo. Frente a esto podemos imaginar, a modo de un muy grosero ejercicio prospectivo, al menos tres escenarios posibles para la educación pública: un Estado garantizando metaversos educativos públicos, laicos y gratuitos; un Estado haciéndose a un costado y dejando que las empresas tecnológicas lo hagan todo; un estado que se valga de las empresas pero las audite y fiscalice de modo que intente garantizar calidad educativa para toda la población.
El primero de los escenarios podría ser el deseado, pero es poco probable que la población lo encuentre atractivo si los gobiernos no pueden ir al ritmo de sus competidores privados. El segundo es una posibilidad que seguramente van a abanderar los partidos afines al libre mercado. Mientras que el tercero podría ser una opción coherente para los dirigentes que piensen el problema desde el punto de vista de un progresismo pragmático (o justicialismo si nos centramos en nuestro país).
En lo que viene se abren nuevos interrogantes para la educación pública en Argentina. ¿Habrá que revisar la ley que históricamente nos ha contenido como sociedad? ¿Tendremos que revisar qué porcentaje del presupuesto nacional se utiliza en infraestructura basada en ladrillos? ¿Será conveniente pensar discontinuar o reducir el cupo de carreras que pronto no tendrán anclaje laboral? ¿Es un tema relativo a la educación pública el formar en nuevos oficios a los trabajadores que comienzan a ser desplazados por bots? ¿Debería el sector privado participar formalmente en la discusión e inversiones necesarias para esto último?
Vivimos en un mundo en el que millones de niños no llegan a completar la cantidad de proteínas ingeridas para desarrollarse físicamente y subsistir en forma saludable. Al mismo tiempo, y en este mismo mundo, hay un puñado de padres billonarios pensando en mandar a sus hijos de paseo a Marte y soñando con modificar su secuencia de ADN para que puedan vivir sin problemas mundanos -nunca mejor usado el término- por mucho más tiempo que el promedio de la humanidad. Estas disparidades tienen que ver con el mayor o menor acceso que han tenido esas familias a educarse durante generaciones.
Hasta aquí el uso que la sociedad en general le ha dado a internet, sumando beneficios y restando inconvenientes, solo logró colaborar en hacer del planeta un lugar mucho más injusto de lo que era antes. Las plataformas digitales son propiedad de muy pocas personas y al resto solo nos queda la resignación de convivir allí, celular en mano, cada vez más tiempo conectados y bajo la sensación de que en algo nos mejoran la vida.
Hace pocos días se viralizó una entrevista al Pepe Mugica, en la que el ex presidente uruguayo señalaba: "tengo la sensación que hay un avance brutal en tecnología pero que no hemos avanzado nada en valores, la humanidad parece un gorila con una ametralladora". Es un hombre sumamente sabio, algo de eso debe haber.
Una vez más los avances de la tecnología ponen en jaque a nuestra sociedad, a nuestras costumbres históricas. No es la primera ni será la última. La solución debe ser una jugada que nos permita sortear el momento y salir mejores. Será cuestión de la política y de nuestros dirigentes tomar el desafío de la educación de plataformas con el respeto y la sabiduría necesarios como para que en algunos años podamos seguir diciendo orgullosos que en este país todas y todos, si lo desean, pueden educarse en forma pública, laica, gratuita y de calidad.