El peligro de subestimar al otro y la falta de astucia política
¿Tal vez la derecha esté representando mejor a los trabajadores y a los sectores sociales desamparados o es posible que la izquierda haya perdido el contacto con estas realidades y se haya convertido en una “élite iluminada”, más preocupada por sus discursos que por sus acciones y los resultados?
Además de lucha por el poder, la política es la búsqueda del bien común, es decir, un espacio de confrontación entre visiones del mundo. Los intelectuales tienen la responsabilidad de analizar y contribuir al debate público, aunque también de evitar los sesgos que distorsionan la realidad. En diversas latitudes, una de estas distorsiones recurrentes es la subestimación que muchos intelectuales–aunque también muchos políticos– de izquierda muestran hacia la derecha política y sus ideologías. Este fenómeno, lejos de ser anecdótico, tiene graves implicancias para el diálogo en las polarizadas y agobiadas sociedades contemporáneas.
La subestimación ideológica actúa como un velo que impide este reconocimiento, reduciendo al otro a un estereotipo o negándole perspicacia intelectual.En el caso de la izquierda, esta actitud hacia la derecha se manifiesta en juicios descalificadores que simplifican un espectro ideológico diverso y complejo. Términos como "retrógrada", "antidemocrática" o "rancia" son ejemplos frecuentes que reflejan más una intención de desacreditar que de comprender. Subestimar a la derecha bajo estas etiquetas no solo distorsiona el análisis, sino que perpetúa una desconexión con una parte significativa de la sociedad que se identifica con esos valores y posturas.En la actualidad, valen los ejemplos de Argentina, EE.UU. e Italia, por poner algunos.
La derecha, lejos de ser un bloque monolítico, integra corrientes tan diversas tales como el liberalismo, el conservadurismo y el nacionalismo.En efecto, ello es así, quizá, más que nunca. Además, en las últimas décadas, “la derecha” ha demostrado una notable capacidad de aprendizaje, adoptando estrategias propias de la izquierda en su manejo del poder y en la movilización de bases populares. Desde el uso de discursos emotivos hasta la construcción de identidades colectivas, la derecha ha sabido aprovechar herramientas que antes se atribuían casi exclusivamente a sus adversarios ideológicos.
Esta actitud de superioridad desde la izquierda no solo distorsiona el análisis político, sino que también genera desconexión con una parte importante de la sociedad. Para quienes se identifican con la derecha, el desdén de ciertos intelectuales de izquierda refuerza la percepción de que sus ideas y valores son sistemáticamente ignorados o ridiculizados. Esto, a su vez, alimenta la polarización y fortalece discursos que capitalizan el resentimiento.
En el plano político, la subestimación puede llevar a errores estratégicos. Al no tomarse en serio las capacidades organizativas o el alcance de los mensajes de la derecha, es posible que sus avances sean malinterpretados o desestimados, como ha sucedido en varias coyunturas electorales recientes (el caso de EE.UU. no solo es el más reciente, quizá sea el más paradigmático). Además, asumir que el electorado que apoya a la derecha lo hace por ignorancia o manipulación resulta una postura peligrosa, porque desvía la atención de las verdaderas razones detrás de esa elección. La desafección hacia ciertas narrativas progresistas, el deseo de estabilidad frente a cambios abruptos o, incluso, una percepción de amenaza cultural son factores que, ignorados o subestimados, terminan por consolidar la fuerza de las propuestas de derecha.
En este panorama, surge una pregunta –para algunos– inquietante: ¿no es, acaso, la derecha la que está representando mejor a los trabajadores y a los sectores sociales desamparados? Mientras tanto, en algunas sociedades contemporáneas, ¿es posible que la izquierda, históricamente vinculada a las luchas sociales, haya perdido el contacto con estas realidades y se haya convertido en una “élite iluminada”, más preocupada por sus discursos que por sus acciones y los resultados? Este alejamiento de las bases populares podría explicar por qué muchas personas desahuciadas optan por líderes o propuestas que, aunque criticadas por los intelectuales de izquierda, parecen conectar de manera más directa con sus miedos, aspiraciones y necesidades.
Para finalizar, estas cuestiones obligan a reflexionar sobre qué visión parecería estar expresando mejor –al menos discursivamente– el bien común en la política actual. Así, lejos de fortalecer una postura ideológica, la subestimación puede estar dejando de lado una oportunidad crucial para comprender las razones detrás del apoyo creciente a propuestas de derecha. Porque, si bien –como magistralmente reflexionó Julien Freund– la astucia no es un medio específico de la política, como sí lo es la fuerza, en estos casos no sólo se requiere de la fuerza, sino también de la astucia. El bien común no es algo que un grupo de iluminados detente per se, por la fuerza, sino que se construye reflexiva y pragmáticamente, es decir, con astucia.