Javier Milei: política, racionalidad y ciencia
¿Un presidente científico o un político apasionado?
El presidente Javier Milei, tanto cuando sólo era un ciudadano más como siendo el ciudadano que ocupa la mayor magistratura, se vanagloria de su know how y expertise científico; en particular, en Economía. Al mismo tiempo, su gobierno lleva adelante un histórico ajuste apoyándose, paradójicamente, en un saber de tipo científico. No puedo evaluar los conocimientos del presidente en la ciencia en la que se ha formado y sobre la que ha dictado clases y conferencias –según él suele decir– en diversas universidades y centros de estudios a nivel mundial (tal vez, pueda señalarse, como sostienen algunos analistas, que sea un difusor de cierta perspectiva sesgada de la economía; cuestión no menor, porque –al fin y al cabo– todos tenemos sesgos, la cuestión es intentar alivianarlos y someterse a la crítica constante). A pesar de que actualmente, quizá, los conocimientos de las distintas ciencias no sean compartimentos estancos, sí cabe advertir que quien se formó en una disciplina (la economía, la física, la sociología, la matemática, entre otras tantas) aprehendió y posee un saber –algunas veces– esotérico, es decir, no asequible para quienes se formaron en otros saberes científicos. Bien o mal, son anteojeras desde las cuales se ve el mundo, sea éste el social, el natural o el que fuese. Y mi metier no es la economía; en principio, ése sería el de Milei y sus colegas.
Estas palabras, sobre el conocimiento científico de quien gobierna y toma decisiones hoy en el país al más alto nivel, sirven para reflexionar y hacerse preguntas sobre el accionar de Milei y sobre la ciencia en un país con saberes y tradiciones científicas y tecnológicas acumulados que, más allá de que sean dispersos y puedan ser criticados, tienen muchas virtudes, entre ellas las de ser fructíferos y ser producidos eficientemente. Sobre muchas cosas, quizá, no nos enorgullezcamos los argentinos, aunque sí de otras tantas, y una de ellas –aquí hago explícito mi interés– considero que, por sus resultados, son algunas políticas científicas del pasado, reciente y no tan reciente. En efecto, en un país tan apasionado como el nuestro, haber construido colectivamente durante décadas –por no decir un siglo o más– centros de estudios, universidades, organismos de financiamiento de la ciencia y la tecnología, entre otras instituciones de prestigio internacional abocadas a la producción de conocimiento, no es un logro desdeñable. Aun cuando se puedan criticar muchos aspectos de éste campo –amplio, diverso y, también, apasionado y altamente competitivo, donde no todo son ángeles, sino que también hay demonios–, ello no es motivo para que las pasiones y los intereses obnubilen las decisiones de los actuales policy makers.
En este contexto, ¿qué tipo de acción es aquella que, produciendo un fuerte ajuste sobre la ciencia y el sistema universitario, se inviste de pulcritud y se fundamenta en una visión supuestamente desapasionada como es la de la ciencia? ¿Son decisiones que, desde el punto del gobierno actual, no atentarían contra el bien común y bienes comunes como la ciencia y la Universidad en la Argentina? Vistas desde la perspectiva del gobierno, estas decisiones serían parte de una serie de decisiones políticas sustentadas en la ciencia (léase, una determinada forma de comprender la Economía) y en la búsqueda de una determinada visión del bien común, y que pretenden, primero, reducir el déficit y, segundo, alcanzar el superávit fiscal. Aunque teniendo en cuenta estos posibles resultados y bajo esa misma lógica, ¿se estarían midiendo las consecuencias que traerían aparejadas esas decisiones? ¿Serían los únicos medios para alcanzar estos fines? En definitiva, ¿habría alternativas de medios y fines que, a su vez, podrían traer aparejadas otras posibles consecuencias, mucho menos perjudiciales? ¿Tienen racionalidad estas decisiones y, si es así, qué tipo de racionalidad?
Ante el planteo anterior, me formulo –como observador interesado de la realidad– preguntas sobre qué estaría prevaleciendo por estos días en Milei: reduciendo las facetas del presidente, ¿sería el político o el científico -o, por qué no, el místico, si se tienen en cuentas las hasta el cansancio mencionadas “fuerzas del cielo”? Dejando de lado el costado místico del asunto, pues éste debiera ser objeto de algún especialista sobre el tema, cabe hacerse el interrogante. En efecto, viene bien recordar una de las distinciones más perspicaces que el sociólogo Max Weber realizara hace más de un siglo. Así, Milei se presentó durante muchos años –y lo sigue haciendo ahora– como un economista con una verdad que no reconocería posibilidad de ser refutada; aquí cabe acotar, sin embargo, que fue Karl Popper, alguien con quien Milei –en principio– estaría de acuerdo en su visión del Estado, quien advirtió que toda teoría es falsable y susceptible de ser refutada. Fue también Popper quien sugirió que todo científico debe saber distinguir sus intereses científicos (búsqueda de la verdad) de los extra-científicos (distintos a la búsqueda de la verdad, por ejemplo, la búsqueda de poder). De modo que, aun aceptando en su persona a un científico, podría discutirse la visión que Milei tendría de cómo se produce éste tipo de conocimiento. Posiblemente, su visión sobre la ciencia, apasionada e interesada, esté llevando a que tome –como policy maker– decisiones que atentan contra el bien común y ciertos bienes comunes (la ciencia y la producción de conocimiento en la Argentina, además de la formación científica y profesional).
De manera que ya nos introducimos en la otra faceta de Milei: el político. A esta altura, estaría demás resaltar que quien llega a la presidencia de cualquier país –incluso, la Argentina– tiene ambición de poder y puede utilizar cualquier medio para conquistarlo, como considero que ha hecho Milei a lo largo de su corta vida política. Ahora, Milei el político que, al parecer, simuló ante los otros –y/o ante sí mismo– ser un científico, ¿pareciera no haber diferenciado sus diversas pasiones e intereses políticos respecto a su autopercepción como científico? ¿Qué duda cabe que el economista agitando una motosierra sería todo lo contrario a la imagen de un científico? Imagen que, por otra parte, se impuso en parte de su electorado. ¿Es por su saber de tipo científico que Milei ganó las elecciones y es el actual presidente o lo es porque prevaleció en la lucha por el poder, ante un electorado hastiado de gobiernos sin capacidad de lectura de situación y de acción política, es decir, alienados de la realidad? El Milei –por momentos feroz– apasionado en y por la política, que se mostró violentamente en la campaña, que lo sigue haciendo y que genera, al parecer, pasiones en un sector de su electorado, muestra una de sus maneras de hacer política –sobran las evidencias sobre esto– mediante la violencia y el miedo, frente a una población que se siente tan desconcertada como muchos de los políticos opositores.
Ante la pregunta acerca de si prevalece un Milei u otro (el científico o el político), quizá solo podamos responder con las consecuencias que sus decisiones están teniendo en millones de argentinos, consecuencias que ya no hace falta recordar porque nos afectan a todos y son susceptibles de ser evaluadas racionalmente. En particular, aquí interesan esas millones de personas que son parte de los sistemas científicos y universitarios que, producto de decisiones del gobierno, se encuentran en un marco de incertidumbre que atenta contra la producción de conocimiento científico y la formación profesional, actividades que es preferible que se lleven adelante sosegadamente. Y es que no está de más recordar que en la acción racional, también en la política, los policy makers deben sopesar medios, fines y consecuencias (no solo desde el punto de vista valorativo, también desde la realpolitik) y alguien podría hacerse la pregunta, si en el caso de Milei y su gabinete, no se están anteponiendo pasiones e intereses frente a ese tipo de racionalidad que Weber consideraba como una tendencia irrefrenable y universal: la racionalidad con arreglo a fines. Bajo la misma idea, el sociólogo alemán propuso que el científico debe brindar a los políticos los medios para llegar a determinados fines, para que las decisiones puedan ser evaluadas desde el punto de vista técnico, pero el caso es que –podría hipotetizarse– en Milei político y científico están imbricados, de modo que sería el presidente quien formula las políticas y las evalúa y que, por tanto, no terminaría de definirse qué es el presidente y su rol principal, es decir, bajo qué criterios toma las decisiones que toma. De modo que, ¿cuál es su know how y su expertise real: la política, la ciencia, las dos o ninguna?
Para atemperar las anteriores conclusiones y preguntas, aunque para resaltar lo relevante de la ciencia en el actual contexto argentino y en su historia, me interesa terminar con algunas palabras de Bertrand Russell, pensador universal, quien señaló en el artículo “El lugar de la ciencia en una educación liberal”, escrito originalmente en 1913, e incluido y publicado en su libro Misticismo y lógica, de 1917: “La curiosidad desinteresada, origen de casi todos los esfuerzos intelectuales, descubre con deleite asombrado que la ciencia puede desvelar secretos que podrían parecer perfectamente imposibles de descubrir. El deseo de una vida más plena y de intereses más amplios, de una evasión de las circunstancias privadas, e incluso de todo el círculo humano de la vida y de la muerte, lo colma el concepto cósmico e impersonal de la ciencia mejor que cualquier otra cosa. A todo esto hay que añadir, porque contribuye a la felicidad del hombre de ciencia, la admiración ante un logro espléndido y la conciencia de una utilidad inestimable para la raza humana”. Podría finalizarse afirmando, frente al avasallamiento de todo lo que el actual gobierno considera contrario a su visión interesada y pasional del (y los) bien(es) común(es), tomando decisiones que están haciendo sufrir a millones de argentinos y, en ese caso, a quienes hacen ciencia y forman parte de la comunidad académica, que la ciencia –además de poder medirse y cuantificarse– posee otros valores que exceden una mera racionalidad técnica y/o política.