No era simpático, parece, porque engañaba a sus visitantes. Qué tal si te invitaran o recibieran en una posada a la vera del camino, para viajeros, en una estación de abastecimiento para el comercio itinerante, y te ofrecieran una cama para descansar que nunca coincida con tu tamaño. Procusto tenía su casa en las colinas, donde una vez alojado el viajero solitario, lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el visitante dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la cama, procedía a aserrar las partes del cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si, por el contrario, era de menor longitud que la cama, lo descoyuntaba a martillazos hasta estirarlo. De ahí el nombre del lecho de Procusto. Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos, una muy larga y otra demasiado corta, o bien una de longitud ajustable, que disponía a su antojo y perversión. Por la noche, entonces, cuando descubría o provocaba el desajuste, ya dormido el viajero, el dueño de casa procedía a cortar las extremidades sobrantes del cuerpo. O, por el contrario, las estiraba hasta cubrir la extensión del lecho. Un martirio feroz, agraviante, goce del gestor del paraje. Hasta ahí podríamos reseñar muy brevemente a don Procusto, el hombre que gozaba contraviniendo la humanidad del otro.

Hace poco hemos oído hablar de un topo que corroe el Estado desde adentro, no tanto copiando la metáfora maldita del topo de la Historia que imaginó Marx, que viaja en el tiempo acechando al sistema explotador desde adentro, sino utilizando la figura del sérpico infiltrado en territorio ajeno para romper el cuerpo desde las fauces o alcahuetear los designios inescrutables.

En el año en que se cierren oficinas públicas dedicadas al combate de la violencia de género, de la discriminación, a la defensa de los derechos humanos consagrados en la Constitución Nacional, a la búsqueda de nietos y descendientes de los detenidos-desaparecidos de la dictadura, y se despiden o tramitan retiros voluntarios de centenares de empleados públicos, un ministro nada menos que de Justicia, va al Congreso y declara: “Nosotros rechazamos la diversidad de identidades sexuales, que no se alinean con la biología, son inventos subjetivos”. Abogado de narcotraficantes y delincuentes de alto calibre, célebre por sus escarceos amorosos durante los años 90, habla un letrado que carece de la noción básica de diferenciación entre ser parlamentario, juez o funcionario público, dado que él no está allí para reformar o modificar leyes, sino para hacerlas cumplir. Ahora resulta que homosexuales, lesbianas, personas trans, bisexuales, travestis no serán admitidos por las fuerzas del cielo. Justo cuando la Iglesia Católica tiene un Papa amigo de las diferencias y los oprimidos, que recibe en la casa de Dios a los distintos, a los postergados, a los últimos, en Argentina se instaura una Inquisición de Cocodrilo y Naftalina. El hombre de la noche de los 90, que aún luce obsceno en la tapa de Gente y la actualidad, repudia las identidades y las orientaciones no hegemónicas, desconociendo acaso que la libertad comienza y termina en los cuerpos, y que sin paz para las personas no puede haber paz para nadie. Una andanada de reproches recibió, aunque todavía involuciona en el cargo.

También los jubilados y pensionados conocieron la impiedad de Procusto, su serrucho y sus aliados secuaces. Al veto de la actualización de los haberes jubilatorios, que propuso la oposición por amplia mayoría, sobrevino una reedición de algo también infame para una sociedad: represión a abuelos y abuelas en la calle. Ni los descuentos para los remedios quedan.También los científicos y el Conicet reciben los cachetazos en el rostro y en sus cuerpos de un Procusto ignorante que delira un desarrollo capitalista sin ciencia, o lisa y llanamente una primarización de la economía, extractivista, sin controles soberanos, sin planes estratégicos.También la Universidad ve empobrecer sus días, sus aulas y sus gabinetes, frente al ajuste de Procusto, el topo del momento. También los obreros de la construcción ven caer día tras día las obras públicas y, las privadas, atañen un sector cada vez más restringido y pequeño del mercado. Y no hay sindicato que pueda rediscutir paritarias razonables.

Los más perjudicados comienzan a deambular en las calles de un nuevo industricidio, tampoco denunciado por la UIA, acaso porque ahora es más fácil despedir trabajadores, blanquear o fugar dinero desde/a al exterior. El gobierno de la ciudad hace propaganda con la limpieza de los sin techo y recibe bendiciones higiniestas. Otra vez la limpieza y la depuración de cuerpos, ahora convertidos en Procusto a rotura de cuerpo entero, porque todo debe ser desechado. La ignorancia del fascismo crece donde no escuchamos el sufrimiento del pueblo real, no el de las imágenes que vemos en redes que nos inmovilizan. Algunos jóvenes, ya no tantos, se fascinan con un oasis tecnológico al que nunca llegarán, acaso porque ya terminaron cuando les dijeron game over. La utopía de Mask es un arca de Noé imposible hacia el planeta Marte, pero la humanidad no entra, se queda afuera, adentro.

Mientras tanto, el desierto y la pobreza crecen. Procusto, o el topo, quizás sean el mismo personaje, y su abogado cavernícola de la sórdida noche, hablan de 40 años de decadencia, de un siglo de fracasos, de mil por ciento de inflación y otras sandeces inchequeables. El nivel de delirio no cabe en una canción. Cuenta el mito que Procusto continuó con su reinado de terror hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien invirtió el juego.Y le hizo conocer cada una de sus tropelías. Y superar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje triunfal desde Trecén, Peloponeso, hasta Atenas, donde fue reconocido oficialmente como hijo y sucesor, y aclamado como nuevo Rey.