En la política se contraponen distintas visiones del mundo, ideologías, propuestas sobre el bien común y sobre el individuo, la economía, la sociedad y la política; luchan entre sí estados, jurisdicciones interestatales, grupos, partidos políticos, intereses socioeconómicos, individuos, etc. Por tanto, más allá de la gradación del conflicto, éste siempre se encuentra presente. Hay quienes–como Julien Freund–explican cómo el conflicto lleva al equilibrio. Suponer que en política no hay conflicto equivaldría a creer que las situaciones de “tensa calma” son “lo normal”, desconociendo que eso no sería más que una ilusión que oculta que, de un momento a otro, la correlación de fuerzas y la lucha podrían –incluso–derivar en violencia, a veces extrema. Los últimos 250 años atestiguan esto, sobre todo en los países occidentales.

Sin embargo, la (aún) vigente “normalidad” democrática –en todas las variantes constitucionales del actual régimen representativo– garantiza que la selección de los representantes y de los liderazgos sea mediante procedimientos competitivos, al mismo tiempo que permite que los liderazgos que intentan crear un nuevo orden (o un nuevo régimen, como podría ser en algunos casos) tengan fuerzas opositoras. También, el régimen democrático y representativo muestra en pantalla ciertos conflictos y no otros, lo que genera que aquello que está oculto y que podría emerger, sólo sea susceptible de ser comprendido ex post. Suelen no haber demasiados elementos ex ante para predecir y, por otro lado, cuando están sucediendo las transformaciones sólo contamos con indicios, a veces ininteligibles, sobre qué está en juego en la sociedad política. Pero no es cuestión de renegar del conocimiento científico (por ejemplo, de la sociología y de la ciencia política), ya que podemos hacer conjeturas en base a la difusa evidencia disponible.

En éste contexto, una pregunta recurrente para los partidos con aspiración de poder, es: ¿en qué condiciones puede emerger un liderazgo carismático (“extraordinario”, en el sentido weberiano) y qué características debería de tener? Lo que lleva a ésta otra pregunta ¿cómo crearlo? Sin embargo, por estos días se suman otras inquietantes preguntas que desvelan a esos mismos partidos: en definitiva, en las actuales condiciones, ¿pueden emerger ese tipo de liderazgos? Si ello es así, dado que siempre fue un problema su continuidad y la “sucesión”, ¿pueden ser ellos durables en el tiempo en condiciones tan cambiantes y aceleradas por las tecnologías ubicuas? Porque si en otros momentos emergieron diversos liderazgos carismáticos–no siempre en condiciones de excepcionalidad–, actualmente, quizá, ya no sirvan las mismas herramientas que, hasta hace una década, permitían crearlos utilizando la humana (demasiado humana) astucia política.

Pese a todo, la Historia es una importante consejera. Aunque anclarse en ella puede ser frustrante. Nadie duda, en efecto, que el peronismo fue pródigo en liderazgos carismáticos. No hace falta ser peronista para reconocer el extraordinario liderazgo de Juan Perón en su contexto histórico. De hecho, un acérrimo antiperonista como fue el sociólogo ítalo argentino Gino Germani, en su comparación entre los casos argentino e italiano, no cejaba en interpretar lo que el peronismo significó para los sectores trabajadores y de clase media popular. Aun cuando Germani denominara al peronismo como “la dictadura”, señaló algo que es sabido por quienes leímos su crucial sociología política: en Argentina, en el contexto de mediados del siglo XX, frente al totalitarismo fascista italiano de Benito Mussolini, entre otras cosas, el peronismo brindó un sentimiento de libertad a todos esos sectores no representados en las circunstancias de entonces. En otro marco, a principios de los 2000, Néstor Kirchner primero y Cristina Fernández después, han sabido interpretar el novedoso clima de época y sus oportunidades. Pero, hoy, en la lucha política en torno al bien común, quizá haya que crear nuevas canciones, parafraseando al gobernador de Buenos Aires Axel Kicillof. La cuestión crucial, sin embargo, sería interpretar cuáles serían esas canciones, porque en un marco conflictivo de lucha por el poder, impostar el liderazgo no sería un buen consejo, así como tampoco volver al pasado.  

Estamos en tiempos de cambio. Por ello, ante los actuales liderazgos “de derecha” como el de Javier Milei en Argentina (y como los de Giorgia Meloni en Italia y de Donald Trump en EE.UU.), si bien no podemos predecir qué futuro tendrán, cuándo se agotarán, cómo resolverán el problema de la sucesión, entre otras cuestiones relevantes, sí podemos afirmar–por el momento– que han sabido tener éxito político; por tanto, una cuestión primordial es intentar comprender cómo y por qué lo han logrado. Creer que sólo son el resultado de la manipulación, de electores estúpidos y de los factores internacionales de poder, es restarle a la política la potencia que tiene, al margen de sus aspectos más oscuros. Así, dejando de lado las imposturas, y anclados en opacas realidades, los nuevos liderazgos carismáticos opositores tendrán que ser inteligentes en cuanto a qué tipo de individuo, de política, de economía, de sociedad, se construye. En suma, ello implica crear–en marcos conflictivos–propuestas innovadoras del orden político y del bien común, frente al pasado y lo existente. Eso es la Política, y no la mera astucia que, tal vez, se autoperciba “realista” haciendo un mal uso de la viveza criolla y que, tan sólo, parece apostar a poner propagadas más caras en las pantallas.