Sin mí no habría sociedad posible ni relaciones sólidas 

y agradables en la vida.

Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam

Se escapó un loco del manicomio de la pantalla, pero antes que devolverlo, le dimos calce, y como es de prever, tomó decisiones a cada cual más loca.

Propios y extraños sabían tres cosas: que no mentía, que mentía y que estaba loco.

No mentía con lo de la motosierra (al Estado y todo sostén, salvo al odio) y la licuadora (del salario y de la promesa cierta de una vida mejor), ni con eso de que venía a “romper todo”; si bien parte de lo que rompe ya estaba roto, tanto que el cuerdo, en su lugar, aunque con otras formas (“graduales” o “a favor del pueblo”), no hubiera hecho algo muy distinto.

Mentía a sabiendas cuando decía que, de llegar alto, iría contra la “casta”.

Está loco de ira de puro resentido, que como buen loco, cree sano juicio.

La que aún toman por loca, la que quemaron en plaza mediática y judicial, había dicho: “Nos desordenaron la vida”. Eso era el paraíso y no lo sabíamos. Este loco la desquició.

Al país con uno de los mejores cines y universidades de la región, el loco lo deja sin recursos y borra el horizonte. A esta patria con política de derechos humanos que no tuvo la Alemania que mató de a millones y encarceló solo a una docena, la lleva a reivindicar el robo de bebés, la tortura y la desaparición de personas. En la tierra que produce alimentos a escala mundial hace que cada vez se coma peor y manda retacearle comida a su gente, como medicamentos a quienes no han hecho más que trabajar.

Son recetas de viejos locos, celebradas –como los palos a la protesta–, incluso, por quienes enloquecen cada día más y no tienen otro refugio que la pantalla de donde el loco salió.

Estos viejos y nuevos locos no son los únicos locos. Los hay de otro tipo de locura, sabia como la que habla por boca de Erasmo, la de quienes entregan algo de sí a otro/a, la de quien confía en que “la locura une en lazos de amistad”. Aquel era sueño de locos humanistas que solía haber no mucho tiempo atrás.

Ayer nomás era cosa de locos no andar midiendo tanto al otro, contándole las costillas. De locos era no usar bufanda en casa en el invierno y bajar del todo el aire en el verano sin miedo a la boleta que pagar. Locos éramos de tirar manteca al techo con préstamos a ancianos de ochenta y más, con satélites al espacio, entrega de netbooks en escuelas y asadito los domingos.

Era realmente cosa de locos. Como es de locos soñar con que un día volvamos a soñar.

La locura de hoy, a la que cada quien, por acción u omisión, contribuyó, no es más que desquicio, mezquindad y mucha, pero mucha soledad, la soledad del loco, que es reverso de la sana locura erasmiana que algún día volverá.