Por primera vez un presidente hace un acto político partidario en el Congreso, donde debería garantizarse la diversidad. Esa es la novedad, más allá de ser el primer presidente que presenta un presupuesto (y no su ministro de economía). Lo hizo solo con propios y aliados, con mensajes descalificantes (su violencia simbólica y verbal ya no es noticia) hacia la oposición, que por cierto va a necesitar acordar para que el presupuesto efectivamente sea aprobado.

Enamorado del veto, realizó un discurso poco empático, a base de números fríos y con poca evidencia empírica, pisoteando derechos y necesidades humanas. Mostró una frialdad monstruosa que incluyó el festejo por despidos laborales pero que nada dijo de la difícil situación económica que viven millones de argentinos.

Dejó en claro que está dispuesto a imponer su agenda, su voz única. Un gobierno que emparenta orden con represión física en la calle contra quien manifiesta y discursiva frente a todo aquel que no lo vea como un león. No es casual que Patricia Bullrich y Victoria Villarruel completen el podio junto al primer mandatario de los dirigentes mejor valorados según las consultoras.

Un discurso de agradecimiento a su principal aliado legislativo, el PRO. Pero con una sensación de dominación bastante grande. Se sumaron al león y no al revés. De cara al armado electoral es una señal con mucho eco, principalmente en la provincia de Buenos Aires que contaba con la atenta mirada de Cristian Ritondo. Y un agradecimiento especial a los radicales libertarios conversos y su líder Luis Petri, que sin ellos los jubilados hoy estarían un poquito mejor.

Se viene el veto al financiamiento universitario. Pensemos que fue la única gran marcha genuina que el gobierno tuvo que aceptar una derrota, entre otras cosas porque allí, a diferencia de los jubilados, se encuentran muchos votantes. Se avecina una nueva marcha, aún más multitudinaria y en ese tire y afloje no solo que Milei ratifica su accionar sino que les dice directamente “ratas” y “degenerados fiscales”, ratificando que no se le mueve ni un pelo por vetar todo lo que imposibilite llegar al “déficit cero”.

Esto es para el gobierno todo lo que está bien.  Su estrategia es convencer por las buenas (negociar con su jefe de gabinete) o por las malas a través del ahogo financiero. La SIDE o los “viajes relámpagos” a convenciones partidarias entendería uno que entran en esta bolsa, ¿o no? Lástima que se tiene restringido, curiosamente, el acceso a la información pública.

Mucho se habló de la macroeconomía con la intención de comunicar esperanza en la resolución de problemas, algo que todavía se ve en las encuestas que persiste. Fuera de su núcleo duro (votantes principalmente de la primera vuelta) hay un sector que necesita retener a base de resultados y cierta esperanza. El resultado palpable es la baja de inflación, y con la proyección de un ambicioso 18% para el 2025 con un dólar planchado en $1200. Esta es una noticia que busca tranquilidad en medio de la incertidumbre. Luego, un discurso que con fórmulas económicas buscó tapar derechos logrados por las diferentes minorías sociales.

Para finalizar, la presentación del presupuesto fue un acto político partidario y una muestra contundente del sello de un gobierno populista (utilizar una institución pública para un acto político y contraria a su espíritu democrático) de extrema derecha; anarco capitalista en lo económico y ultra conservador en lo político, que como indica el manual populista construye un mito y un relato para legitimar su poder: las fuerzas del cielo.

Fue el montaje de la película “La ola”, aquella con aplaudidores seriales sin ningún pensamiento crítico y con un particular saludo que aquí se transforma en insulto, pero todos al unísono lo repiten. Una posible antesala a la autocracia.