Alejandro Catterberg afirmaba días atrás que el Gobierno está más fuerte que al asumir; y no más débil, como muchos parecen creer. Ha corrido algo de agua bajo el puente del mandato pero pareciera que hoy cuesta valorar con claridad las chances de este gobierno de transición para pasar su agenda, por la humareda que levanta la parrilla en la que se cuece, a cielo abierto, la interna libertaria.

Sin embargo, es un error considerar que las chances son o no de este gobierno. El elenco oficialista que ocupa posiciones en dos de las tres ramas del Estado, y cuenta con algo de poder institucionalizado para traducir intenciones en legislación, ha demostrado suma impericia para avanzar en el logro de unos objetivos que enuncian, argumentan, y defienden con convicción envidiable. No sólo no le han sacado escaso jugo a esa magra cuota de poder; han actuado, las más de las veces, como si estuvieran empecinados en ponerse obstáculos donde no los había. Debo insistir: este gobierno, de transición, está a merced de las castas que dice combatir, y que tan fácilmente lo han infiltrado, condicionado, o habilitado y promovido, dependiendo de los intereses de aquellas. La agenda que pasa es la que una coalición mínima, siempre variable, acuerda. Y cuando ese no es el caso, el Gobierno se manca, sus bloques legislativos crujen, y X (la red social) muestra su costado más frenético.

Pero a no confundirse: como Margarita, el Presidente ya ganó. La marca Milei le dará frutos a futuro (al menos, excusas para facturar). Si esto “sale bien” (y él va por la gloria, no tiene nada que perder), soñará despierto con un Nobel de Economía. Y si sale mal, las castas se lo impidieron. Hace bien, entonces, en delegarlo todo, y dedicarse a mirar Ópera y a retuitear a sus soldados más rancios.

A cuento de la paciencia social. Dicho lo anterior, pareciera contradictorio sostener, como pretendo, que el mayor éxito del Gobierno del Cucos es, hasta el momento, de naturaleza estrictamente política. Pero no lo es por dotación, sino por carencia. En primer lugar, la economía no ha volado por los aires. Los problemas en el último trimestre de 2023 eran supremos además de urgentes; y la caja de herramientas del Estado para afrontarlos estaban menguadas por demás. Si dejamos a un lado lo que el presidente decía en campaña y lo que efectivamente hizo (en mi parecer, inédito el contraste entre uno y otro momento en nuestra democracia), me quedo con las constantes: combate a la inflación vía recesión y superávit primario al costo que sea. Un proyecto empobrecedor; no sólo muy empobrecedor en los sectores de ingresos medios y bajos, sino también del capital. Estas medidas nunca se implementaron así, precisamente por sus costos. Que la calle no haya volado por los aires es, consecuencia de lo anterior, atribuible a la política.

Pero no necesariamente a la gestión política realmente existente, sino a la construcción comunicacional y electoral, que hizo posible el acceso del Cucos al poder. Su efecto residual, claro está, se compone de dosis nada despreciables de los fracasos previos. Esa construcción interpeló como nadie a la frustración y el hastío de una sociedad estancada económica y socialmente. Pero en mi parecer, esencialmente, a quienes nunca tenían razón: que buscaban expresar una realidad disonante con el discurso público establecido, y recibían la amonestación de ambos lados de la grieta (en unos términos que sólo agigantaban la sensación de descalce entre las promesas -de unos brotes verdes, o de un estado presente- y su cotidiano).

Y cuando todo parecía perdido en esos doce años de franca alternancia, apareció alguien que pensaba como ellos, que hablaba como ellos (sino peor), y al que le entendían de lo que hablaba. No cuando citaba a Mises, necesariamente; pero sí cuando describía el infierno que se estaba viviendo, y cuando señalaba con el dedo quiénes eran los responsables. Ahora sí: muero con este… Macrismo halconero, pero con huevos. Quiero que gane. Quiero que le vaya bien. Y mandar a cagar a todos los demás.

Ese electorado que parcialmente también tributó electoralmente en gobiernos panperonistas, de identidades políticas más inconstantes, ahora quería que al Loco le vaya bien. A ese, que hablaba de ratas, de chorros, de curros (mucha R, ¿Recuerdan a Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua?). Y que se la bancaba contra cualquiera en la tele. Creo que no hay que subestimar esa conexión: en parte, la calle no vuela por los aires, porque quienes allí lo pusieron votando en PASO y en primera vuelta (al menos, una porción importante de ese 30%) quiere tener razón. Enfatizo el quieren.

¿CAMBIA, TODO CAMBIA?

¿Qué capacidad tiene este Gobierno de transformar radicalmente el país? Sus recetas económicas, suspensión de la credibilidad mediante (como en el teatro) han sido ensayadas ya, y no salen bien. Bajar rápido la inflación a costa de desempleo, pobreza e indigencia, con niveles de tolerancia social como los actuales, nos alejan del abismo: pero no por ello, necesariamente traen aparejado un bienestar para los más. Aún si el gobierno estabilizara en torno del 3,5% la inflación hasta la elección del 2025, la inflación anual sería más cercana al fin del macrismo, muy superior al fin del kirchnerismo. Y en la comparación con diciembre de 2023, parte del capital político de este gobierno, estará siempre a la mano: pero su eficacia se va en fade con el paso del tiempo.

Las y los colegas apuntan, más bien, a un modo de hacer campañas, y a un modo de hacer política. Nadie afirma con seriedad que el sistema político argentino vaya a sufrir transformaciones profundas o duraderas (ni en sus actores principales, ni en sus identidades básicas, ni en sus reglas). Y la verdad es que el interrogante es sugerente. Si hay o no espacio para una política de la crueldad como la que hoy emana desde el oficialismo (y hay que subirse o perder el tren del favor mayoritario) es algo que aún cuesta ver. Si el ecosistema de las RR.SS es el terreno en el que la política hoy se dirime, y si valdrá más un TikTok viral que un acto masivo o un encuentro en casa de familia para conversar, es cosa de especialistas (y los hay muy buenos en este país).

De lo que no tengo dudas, es de que este Gobierno, está llamado a durar cuatro años (con o sin El Cucos al frente). Quien culmine ese mandato es algo que depende fuertemente de la situación económica y la capacidad de sacar conejos de la galera, a la Massa. Caso contrario, hay Plan V (¿se acuerdan?). No tengo dudas de que es un gobierno de transición (política, económica y culturalmente). Y, aquí soy más cauto, sospecho que puede ser un factor de reconstrucción de fuerzas otrora mayoritarias. La UCR, a excepción de la de AMBA en ciertos temas, se ha corrido hacia la derecha. El Peronismo que tiene los votos, se ha corrido hacia la izquierda. Pero el otro, ese que se acomoda bien, gobierne quien gobierne, tiene todos los números para tomar la posta del post kirchnerismo. Y no está lejos del pensamiento del Gobierno en muchas cuestiones (ni de los bloques hoy llamados dialoguistas). De modo que, no sólo por este Gobierno, el péndulo argentino está corrido a la derecha en los años por venir.