Nunca desde el retorno de la democracia, el peronismo fue tan débil en la provincia de Buenos Aires.  Con una intención de voto que hoy ronda los 35 puntos, el peronismo ha dejado de ser la fuerza predominante del sistema político bonaerense. En esta debilidad residen las bases de sustentación de Cambiemos, que alcanzó la gobernación con menos del 40% de los votos y que le permite, aún sin alcanzar resultados económicos satisfactorios y sin candidaturas atractivas, estar disputando cabeza a cabeza en las encuestas quien ganará la elección a Senador.

La dispersión en el voto peronista y la pelea por el liderazgo no constituyen una novedad. En el año 1985 el proceso de renovación encarado por Antonio Cafiero en la provincia dividió circunstancialmente el voto peronista para unificarse en 1987 y ganar la elección a Gobernador. Incluso en la elección presidencial del año 2003, hubo tres ofertas electorales que respondían a esta tradición y que aglutinaron más de la mitad de los sufragios a nivel nacional, nos referimos a Carlos Menem, Nestor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá. También recordemos que la ausencia de un liderazgo unificado fue lo que habilitó la competencia electoral por afuera de la estructura partidaria. Un recurso utilizado por Eduardo Duhalde para evitar el triunfo en la interna por parte de Carlos Menem. 

Lo novedoso es que esto viene sucediendo a nivel de la provincia de Buenos Aires desde el año 2009 la ausencia de una propuesta electoral lo suficientemente amplia que logre articular el voto peronista en una única opción política. Solo el 2011 fue una excepción tras la muerte de Nestor Kirchner, pero la salida de Massa del Frente para la Victoria en el año 2013 vino a confirmar esta tendencia.

Lo que los sondeos antes de la elección nos vienen marcando son tres situaciones claras.  La primera es que el Frente para la Victoria garantiza un piso de votos con alta fidelidad y lealtad política. Un porcentaje considerable de ciudadanos están dispuestos a votar lo que sus principales referencias sugieran. La segunda cuestión es que este piso de votos, envidia para cualquier fuerza política que quiera competir en el escenario bonaerense, tiene dificultades para incrementarse, o para seguir con la metáfora arquitectónica, aún tiene un techo bajo. 

Al FPV le cuesta sumar sectores que solían votar al partido justicialista pero es probable que lo hicieran con menores niveles de compromiso ideológico y por pragmáticas razones.  La tercer y última cuestión tiene que ver con que los liderazgos que desafían a la actual conducción,  ya sea internamente o por fuera de la estructura partidaria, no han demostrado ser más efectivos en términos electorales. Para desplazar a quien conduce, hay que ganarle primero y conducir el colectivo luego. Esta prueba, no la ha pasado hasta el momento ninguno de los desafiantes. 

En mi opinión, hasta que el peronismo en sentido amplio no salde esta disputa por su orientación y liderazgo, su competitividad en la provincia de Buenos Aires se verá reducida, acrecentándose las chances de triunfo y conservación del poder por parte de cambiemos.