Vínculos y pandemia
La restricción de los encuentros personales y las consecuencias en la salud mental y emocional
A lo largo de los millones de años que lleva el humano sobre este planeta han sido muchísimas las pandemias, epidemias y cambios o desastres naturales que lo han obligado a adaptarse, evolucionar o perecer. Hoy en día, en pleno siglo XXI, nos encontramos con una pandemia que nos saca de nuestro eje rutinario, conocido y “seguro”. Los riesgos son múltiples, vemos amenazada nuestra vida, nuestra economía, y nuestros vínculos también. Y la forma en que la pandemia y el consecuente aislamiento han afectado nuestros vínculos, es el motivo de esta nota. Desde la perspectiva de la salud mental y emocional, son varias las consideraciones que se pueden hacer. Porque primariamente lo obvio es la preservación de nuestra vida y el cuidado de nuestra salud física, pero no siempre parece tan obvia la importancia de nuestra salud mental. ¿Por qué estoy hablando de la salud mental y emocional? Porque el ser humano es un animal gregario, necesita del contacto con sus pares, en mayor o menor medida, y el intercambio de afecto en todas sus formas es importante para su bienestar y equilibrio.
Ahora bien, esta situación no ha afectado a todos en la misma forma.
En el caso de quienes viven en familia o en pareja, las variables en juego son muchas y variadas, según el caso. De mis consultas, y la de varios colegas, puedo extraer algunas situaciones comunes a la mayoría: aumento de los roces y discusiones con el correr de las semanas; desmotivación y descenso del deseo sexual en la pareja; desorden; desestructuración de las rutinas y pautas de convivencia; incremento del tedio y el aburrimiento; incremento de malos tratos; rupturas de pareja.
La comunicación por un lado se incrementó, pero, al mismo tiempo, el contenido se fue vaciando de novedad, y unos pocos temas disponibles, comenzaron a hacerse reiterativos, tediosos, y hasta nocivos, por monotemáticos. Lógicamente, nuestra rutina se vio afectada, muchas cosas de nuestra vida están suspendidas y la información y opiniones sobre el virus, avasallan.
Por otro lado, están las personas que se vieron aisladas físicamente en el sentido más literal y estricto. Padeciendo las implicancias de la pandemia en soledad, sin poder interactuar físicamente con nadie -sobre todo en el primer momento-, y aún luego de varios meses, la incertidumbre respecto de cuáles son los potenciales riesgos, una de las pautas de seguridad que mayor relevancia tiene, es el no mantener contacto físico a menos que hay plena seguridad de que no hay infección.
¿Qué tienen en común ambas situaciones aparentemente tan dispares? En ambas hay una importante restricción de los vínculos, en particular de los encuentros en persona, donde uno puede relacionarse en una forma completa, plena, haciendo uso no solo de la voz y la mirada (lo que, afortunadamente, hoy en día puede hacerse a través de una pantalla) sino con todo el cuerpo, energía incluida. La presencia, el lenguaje corporal, la palmada, al abrazo, han quedado suspendidos en un recuerdo que cada vez parece más lejano, esperando un futuro que lo parece aun más. Una situación semejante, extendida en el tiempo, ha de tener consecuencias que, tarde o temprano, habrán de hacerse notar. Depresión, tristeza, ansiedad y angustia, cuadros de ataques de pánico y fobias, trastornos del sueño, insomnio, problemas de concentración y la lista podría seguir… Es importante tener en cuenta que los síntomas no siempre aparecen inmediatamente y que estos pueden darse en un lapso de tres años en adelante. El estrés post traumático es silencioso, hasta que explota, obvio. Entonces es importante la contención y el abordaje en forma lo más inmediata posible para evitar que cualquiera de esos problemas se instaure en nuestras vidas.
La sensación de soledad, el vacío, la tristeza, son una reacción normal o esperable en una circunstancia como la que estamos viviendo, pero eso no implica ni garantiza que vayan a desaparecer por sí mismas. Lo conveniente es trabajarlo, hablar al respecto, y evitar también el sobresaturarse de información, para no sobrecargarse de negatividad. Mucha información no significa mejor; mucha comunicación no es sinónimo de buena comunicación. Y esa es una gran lección que nos ha dado esta pandemia, vivíamos “conectados” (enchufados) a las redes, con el celular en la mano, en vez de apoyarla en el hombro de nuestro amigo. En la apariencia y creencia de que estábamos “hiper- conectados”, pero la vida nos ha dado una bofetada que nos giró la cara hacia donde nunca debimos dejar de mirar: a los ojos de nuestros seres queridos.
*Psicóloga y sexóloga