En esta columna intentaré dar argumentos a favor y en contra de una mayor apertura económica de la economía argentina. Con tal fin, es útil empezar por lo que, a esta altura, debería resultar obvio: la globalización trae una amalgama de beneficios que son difícil de cuantificar e imposibles de negar. La división internacional del trabajo, racionalizada entre otros por el gran libro La Riqueza de las Naciones de Adam Smith y Principios de Economía Política y Tributación de David Ricardo, es un pilar fundamental para entender los avances en términos de bienestar que ha experimentado la humanidad a lo largo de su historia.

Que cada país se dedique a producir los bienes y servicios acorde a sus ventajas comparativas genera ganancias de bienestar para el conjunto de la población mundial debido a las mejoras de eficiencia subyacentes a dicha especialización. Adicionalmente, desde el punto de vista de cada país, un mayor comercio con el mundo implicaría aumentar el tamaño del mercado para la ventas de sus empresas, logrando economías de escala; acceder a mejores y más variados insumos intermedios con el consiguiente aumento de la eficiencia en la producción; aumentar la variedad de bienes de consumo disponible para la población y disminuir su precio; entre otros. Estudios empíricos encuentran que un mayor comercio con el resto del mundo aumenta, en promedio, el crecimiento económico (ver, por ejemplo, Frankel & Romer, 1999).

Sin embargo, no es todo tan lineal y sencillo como parecería describir el párrafo anterior. Un mayor comercio con el resto del mundo no significa que una apertura unilateral de forma indiscriminada traiga (1) beneficios para todos los residentes del país,  (2) ni que necesariamente signifique el mejor camino hacia el desarrollo económico.

Impacto desigual del comercio internacional

Empecemos por la primera cuestión. Uno de los motivos académicos por el cual se encuentra un impacto positivo de la apertura comercial es a través del “efecto selección”. Debido a distintos niveles de productividad de las firmas de cada sector económico en cada país, una apertura del comercio provocaría un efecto selección, en donde las firmas menos eficientes deben dejar de competir dado el menor nivel de protección y sólo sobreviven las más eficientes. Al sobrevivir las mejores, aumenta el nivel de productividad media de la economía. No obstante, en el propio mecanismo ya se observa el impacto desigual que puede tener una apertura.

Un trabajo reciente realizado para los Estados Unidos ha concluido que las zonas del país más expuestas a la competencia de importaciones de China han tenido un peor desempeño en cuanto a empleo, desempleo y trayectoria del salario, en relación a las zonas menos expuestas. Asimismo, encuentran que dicho impacto es más fuerte cuando el nivel educativo de los trabajadores es menor (ver Autor, Dorn & Hanson, 2013). Si bien,  esto no contradice que el comercio con China pudo traer aparejado en promedio ganancias de bienestar para el conjunto de los residentes de Estados Unidos, si implica que es necesario tener mecanismos de compensación para evitar impactos distributivos no deseados.

Es usual argumentar que estos efectos negativos son transitorios, esfumándose una vez que los ciudadanos y sectores se hayan adaptado a la nueva política comercial.  Si la liberalización favorece a las zonas geográficas donde se concentran los sectores exportadores y desfavorece en donde se concentran las importaciones, la movilidad de los trabajadores sería un mecanismo por el cual los ex trabajadores de la zona desfavorecida se moverían hacia la aglomeración exportadora y evitarían el impacto negativo. Sin embargo, hay evidencia de que dicha movilización no se produce con la frecuencia e intensidad necesaria debido a, entre otras cosas, los costos que requiere dicha movilización y, adicionalmente, a que la adaptación laboral de un sector a otro no sería tan sencilla. Esto, de vuelta, es particularmente importante, en el caso de los trabajadores con menores niveles educativos. En un reseña reciente de la literatura en cuestión (ver Pavcnik, 2017) se asevera que en Brasil hay evidencia de que dichos efectos no solo persistieron en el tiempo (20 años), sino que también se han amplificado con el paso del mismo. Y, por si eso fuera poco, estos efectos adversos concentrados geográficamente implican peores tasas de asistencia escolar de los niños/as de las familias afectadas, perpetuando así el efecto en el tiempo.

La forma, el momento y el tipo de liberalización importan

No obstante, se pone de manifiesto que el impacto de la apertura puede ser muy distinto según cómo se realice la apertura y el punto inicial de cada país. Muy distintos son los casos de India y Vietnam, donde la liberalización realizada por el primero en 1991 implicó una fuerte rebaja de la protección frente a importaciones, mientras que en el segundo la apertura fue principalmente una baja en los aranceles que Estados Unidos imponía a Vietnam. Claramente, en el primero, los estudios suelen encontrar un impacto diferencial negativo entre las regiones más  afectadas, mientras que en el segundo el impacto diferencial es positivo.

Adicionalmente, lo mismo es cierto para el caso de la entrada en la WTO de China. En este caso es muy importante tener en cuenta en qué momento China decidió abrir su economía, cuál fue el alcance de la misma y, por otra parte, no es menor con qué nivel del tipo de cambio decidió esta apertura.

Tipo de cambio y ventajas comparativas

La introducción de la variable del tipo de cambio nos da pie para hablar de lo que será la última arista sobre el tema en esta columna de opinión. El tipo de cambio iguala al precio en moneda extranjera de los bienes producidos localmente con los del resto del mundo. Esta variable determinará qué tan rentable o barato es cada país cuando lo comparamos con el resto del mundo, dado el nivel de productividad relativo. Si bien hay argumentos para pensar que en el largo plazo es difícil influir en su trayectoria, está bastante claro que en el corto y mediano plazo el sector público puede tener una importante injerencia.

¿Por qué quisiéramos influir en el tipo de cambio real si sólo puede hacerse por un período de tiempo? Economistas argentinos como Martín Rapetti, Martín Guzman, Mario Damill y Roberto Frenkel podrían dar una respuesta a dicha pregunta. Pero la lista no termina ahí, también economistas internacionalmente reconocidos como Dani Rodrik (Harvard) y Joseph Stiglitz (premio nobel), entre otros, estarían de acuerdo en la utilidad de influir en dicha variable. Según esta línea de investigación, las ventajas comparativas no vienen dadas únicamente por dotaciones iniciales, sino que los países pueden aprender a realizar actividades productivas a medida que las van realizando. Dar una mayor rentabilidad temporal a ciertas actividades, impulsaría su producción y la inversión en dichos sectores, aumentando su productividad relativa a lo largo del tiempo. Luego, la mejora en la eficiencia podría explicar que dichos sectores pasen a obtener una ventaja comparativa en relación a otros sectores productivos. De esta forma, las ventajas comparativas no serían estáticas sino que habría un componente dinámico. En este sentido, el mismo Paul Krugman (premio nobel) ha realizado aportes sobre las consecuencias de largo plazo que puede producir una apreciación momentánea del tipo de cambio real, implicando la destrucción de capacidades productivas que luego son de difícil recuperación.

El objetivo de políticas que favorezcan ciertos sectores económicos tendría como supuesto que son dichos sectores los que tendrían mayores crecimientos de productividad en el largo plazo, permitiendo mejores niveles de vida a lo largo del tiempo.

Conclusión

La apertura de la economía Argentina es tanto deseable como necesaria. La globalización trae ganancias de bienestar innegables y no tiene sentido querer producir todos los productos que se consumen en nuestro territorio. Los bienes importados son fundamentales para la producción de bienes y servicios domésticos de calidad, además de que los consumidores se verían beneficiados por poder acceder a una mayor variedad de bienes.

Sin embargo, surgen interrogantes sobre cuál debe ser el alcance y la velocidad de dicha apertura. Tres puntos son de vital importancia:

  1. La apertura puede tener impactos distributivos negativos. Con el nivel de déficit fiscal actual es difícil creer que el Estado pueda estar en condiciones de generar mejores redes de protección social para la población perjudicada y un plan para su readaptación productiva. Más difícil aún cuando el objetivo es reducir el déficit fiscal.
  2. El objetivo de reducir la inflación impone cierta tendencia a la apreciación del tipo de cambio (mediante una tasa de interés elevada). Esto podría significar que la apertura se realice a un nivel de tipo de cambio que deje muchos sectores fuera de la competencia. Si bien en un régimen de tipo de cambio flexible el valor de la moneda debería ajustarse, eso depende también de la decisión de política monetaria (tasa de interés) que siga el Banco Central.
  3. La apertura debería realizarse en función de un plan de desarrollo de largo plazo. Si existen sectores en donde se visualizan posibles incrementos de productividad o externalidades positivas hacia otros sectores, sería deseable un nivel de protección (o de tipo de cambio real o de subsidios) que permita seguir operando a dichos sectores hasta que logren los aumentos de productividad necesarios.

Son evidentes los beneficios del comercio internacional. Sin embargo, las políticas tienen ganadores, perdedores y consecuencias de largo plazo que son necesarias tener en cuenta a la hora de tomar decisiones de política económica que tienen impacto sobre la población de todo el país. Por último, el nivel actual de déficit de cuenta corriente hace difícil  pensar en liberar importaciones sin antes recordar las recurrentes crisis de balanza de pagos que tuvo el país a lo largo de su historia.

Bibliografía:

David, H., Dorn, D. and Hanson, G.H., 2013. The China syndrome: Local labor market effects of import competition in the United States. American Economic Review, 103(6), pp.2121-68.

Frankel, J.A. and Romer, D.H., 1999. Does trade cause growth?.  American economic review, 89(3), pp.379-399.

Pavcnik, N., 2017. The impact of trade on inequality in developing countries (No. w23878). National Bureau of Economic Research.

*El autor se encuentra cursando el doctorado en economía en la Universidad de Buenos Aires (UBA), es becario del CONICET y del Centro de Estudio de Estado y Sociedad (CEDES). Su campo de estudio es la macroeconomía y el desarrollo. Twitter: @gabrielmpalazzo