No pudieron con los cacerolazos. Tampoco con el intento de convertir a Techint en víctima, ni con el reclamo a “los políticos” de que se bajen los sueldos o con el inverosímil pedido de reabrir el Congreso. Ni siquiera con la exagerada reacción por el retuiteo de un insulto al hijo de Mauro Viale. Ya casi ni se habla del episodio de las compras calificadas como polémicas en Desarrollo Social.

Ayer se leía en Clarín que la cuarentena extrema es “un éxito”. Bandera blanca. Finalmente, han asumido la realidad: eso que llaman la gente apoya la estrategia sanitaria del presidente Alberto Fernández. Pero eso no significa que cesarán los ataques, ni mucho menos. Apenas que dejarán de hacerlo a través de la salud que, mérito del jefe de Estado, se ha convertido en valor prioritario a partir de la mega-crisis global que disparó el COVID-19. Casi a la misma hora, y con el troll center amarillo residual como termómetro indicativo de la operación, empezó a leerse en las redes “dólar a $100”. En realidad, se trata del precio de una de las variantes de la divisa a la que sólo acceden los muy privilegiados. Y acá sí hay que poner las barbas en remojo. Lo que no logró ni el desastroso operativo del día que volvieron a abrir los bancos para los cobros jubilatorios (porque se corrigió rápido), puede sí conseguirlo el ítem más sensible de los nervios nacionales. Aquel a cuya calma Mauricio Macri consagró la destrucción de toda otra variable (para nada).

No se trata aquí sola ni principalmente de quién paga el desastre, como vulgarmente se dice. Lo que se discute es el futuro. La nueva economía que habrá que construir, adaptada a un mundo que, gracias al distanciamiento social inevitable que impondrá el nuevo coronavirus (con o sin más aislamiento), no volverá a ser el mismo. Y a bolsillos más flacos, claro. Que podrán comprar, por buen tiempo, sólo lo imprescindible. Rubros que deberán reconvertirse a lo esencial. Cuidado: no como bajo el macrismo, por las suyas, sino con guía y financiamiento público.

Esa economía orientada hacia otro tipo de comportamiento humano, se insiste, requiere de un Estado mucho más presente, incluso en la dirección hasta de las pautas inversoras. Y un compromiso de rango diferente, que pondere mucho más que sólo la ecuación de rentabilidad. Ese mundo nuevo al que vamos, mientras se edifica, y quién sabe por cuánto tiempo, no dará para todo lo que daba hasta que apareció esta pandemia. Pero para alcanzar el consenso que se requiere para dar el giro, es imprescindible que nadie quede afuera. Si ya resultaba intolerable el caldo social hasta acá, es impensable seguir dejando en el olvido a quienes no bancan aún más miseria.

Fernández, quien está obteniendo resultados heroicos en su pelea por la salud y la vida, especialmente mirando un promedio mundial en el que Argentina salió a la cancha con muchos menos recursos que otros que hoy apilan cadáveres, corre peligro si no aplica todo el crédito que merecidamente se ha ganado a emprender los cambios a que arriba se hacía referencia. Si el bolsillo aprieta, y con lógica las personas vuelven a las calles abandonando el cuidado, entonces el Presidente será derrotado en todos los terrenos. El gobierno nacional tiene claro el futuro, pero parece ubicarlo un segundo después del eventual fin de este período de excepción. Atravesar el vendaval primero para pasar al ataque recién después. Error: por lo ya apuntado, la posibilidad misma de derrotar definitivamente al coronavirus depende de una nueva economía.

Está claro que quienes se oponen a un cuestionamiento semejante al statu quo disponen de lo necesario para mover el contado con liqui. Pero no vale quedarse en la queja. Hay que repelerlos. El reclamo por un “consejo de notables en economía” habla bien de Alberto, porque demuestra que nadie del establishment lo influencia en la arquitectura del futuro que, a nadie le escapa, se impone casi inevitablemente. Pero si no avanza, se sabe, lo harán sus adversarios.

Mientras se escriben estas líneas, el pueblo está dispuesto a respaldar definiciones pesadas, porque cree que es en Casa Rosada que se aloja el antídoto para una enfermedad sanguinaria. Pero si no empieza a notarlo en lo concreto, poco le costará ubicar entre los culpables también al elenco que hoy lleva las riendas del país. Entonces será demasiado tarde para ir por cosas que demandan un músculo que, si se deja pasar la oportunidad, acaso nunca más regrese.