La gran pregunta para cada gobierno es, siempre y sin excepciones, cuál es el límite de la tolerancia de una sociedad. Gobernar es administrar tensiones y conflictos de intereses, procurando conformar a mayorías a costa de las insatisfacciones de minorías coyunturales. La intolerancia de esas minorías circunstanciales a las que, por ejemplo, se las grave con algún impuesto en pos de la redistribución, o se las limite con alguna regulación, tiene que contrapesarse con la tolerancia de las mayorías que se ven beneficiadas por esas decisiones. Cuando la relación se invierte y se beneficia a minorías a costa de la mayoría, el desafío de sostener la paciencia social aumenta a contrarreloj

Ahí es donde el concepto de una “casta” se hace evidente y empieza a limar la credibilidad y la legitimidad a cualquier gobierno. Fue lo que denunció, con razón y con éxito, Javier Milei para convertirse en presidente. Es lo que hoy, a 9 meses de mandato, parece haber olvidado en su conversión vertiginosa y profunda a una casta que, además, sumó a su viejo ropaje de la impunidad el nuevo de la crueldad.

El episodio vergonzoso que la sociedad argentina debió presenciar en la noche del martes, con representantes de la casta reuniéndose en el palacio a comer un banquete en celebración por haberle negado un mísero aumento a jubilados que reclamaban en la puerta misma de la fiesta, es una provocación propia de un Gobierno que se muestra ajeno a la realidad. Un gesto similar al que, en otro contexto y con otras características, llevó adelante el presidente Alberto Fernández junto a su círculo íntimo en la celebración del cumpleaños de Fabiola Yañez en plena pandemia.

Del Olivos de la casta impune al Olivos de la casta cruel y perversa

DE LA CASTA IMPUNE A LA CASTA CRUEL

Aquella vez, a la sociedad se le exigía el máximo esfuerzo de quedarse encerrada como pudiera para evitar el colapso sanitario. La máxima autoridad del país consintió una reunión social, que le estaba prohibida al resto, que se desarrolló en la residencia presidencial con el peso simbólico que eso implica, y de la cual, encima, se tomaron registros fotográficos. Cuando la sociedad frustrada y hastiada por el impacto de la pandemia y la cuarentena conoció esas imágenes, fue el principio del fin. La casta festejando mientras el pueblo sufría fue el sustrato simbólico y material sobre el que se edificó la rabia que Milei explotó para llegar a la Rosada.

El asado de este martes en Olivos, con diputados trasladados en combis desde el Congreso, mostrando sus looks en las redes sociales o diciendo con liviandad que comprarían “un vinito” antes de ir, tiene enormes puntos de contacto con aquel tristemente célebre episodio de la fiesta de Alberto y Fabiola. Fundamentalmente en esa idea de una casta celebrando mientras su pueblo sufre. Y, esta vez, no hubo que esperar ni por las fotos ni por las protestas. Todo sucedió y fue transmitido y procesado en tiempo real.

La relación fue directa y sin mediaciones. Entre el banquete adentro y la protesta afuera. Entre lo que gastaban unos y lo que reclamaban otros. Los 20 mil pesos que abonó cada comensal resultan casi el doble del mísero aumento de 13 mil pesos que cada uno de esos invitados a la fiesta le negó con su voto en el Congreso como aumento a los jubilados que,  tras ser reprimidos en más de una ocasión, ayer fueron hasta la puerta de Olivos para contarle al país que en muchos casos tienen que elegir entre comprar medicamentos o comer.

Párrafo aparte para el tema “costos” en el país del “no hay plata”. Los $20.000 que pagó cada diputado en concepto de cubierto parecen haber sido la mejor inversión en años. Por ese monto tuvieron traslado en combis desde el Congreso a Olivos, entrada de brusquetas y empanadas, asado, chorizo, morcilla y chinchulines, vinos de más de $17.000 la botella y servicio de mozo, al menos. Cualquier “argentino de bien”, como le gusta decir al Gobierno, que se ponga un restaurant y cobre ese monto por ese servicio, difícilmente resista un mes sin fundirse. Los números de los expertos en economía parecen estar un poco raros.

El gasto en el que haya incurrido el Estado para garantizar la fiestita de Olivos de Milei, que difícilmente pueda conocerse luego de que el Gobierno restringiera el derecho de acceso a la información pública a través de un decreto, no es lo peor de todo. El pueblo, antes que de números, entiende gestos y actitudes. A nadie le importó cuánto gastó Fabiola Yañez en aquel cumpleaños, y si eso se financió con recursos públicos o privados. La indignación surgió de la impunidad del poder al reunirse y festejar mientras toda la sociedad debía confinarse. 

La fiesta de Olivos II va por ese carril. Literalmente le comieron un asado en la cara a los jubilados a quienes les subieron las tarifas, el precio de los alimentos y los medicamentos, les recortaron las coberturas médicas y les negaron un aumento mensual menor al precio de la entrada a la fiesta. Y, además, ostentaron brutalmente esa decisión como si fuera la defensa de un interés nacional.

Si la foto de Alberto Fernández y Fabiola fue un signo de impunidad, las múltiples imágenes de ayer representan la crueldad, la insensibilidad, la falta de empatía y la perversidad de una casta dándose un festín enfrente de un pueblo que cada vez tiene más hambre. Jugada riesgosa por parte de un Gobierno que hizo de la ostentación y la soberbia un modus operandi, que resultó efectivo en campaña y durante unos meses pero que es un arma de doble filo. La falta de registro del oficialismo parce no permitirle ver al presidente y los suyos que esa fórmula le sirvió solamente porque se montó sobre la bronca de una sociedad cansada. Hoy los responsables de esa bronca ya no son los que festejaban mientras obligaban a la sociedad a quedarse encerrada, sino quienes se auto celebran en banquetes mientras le quitan al pueblo la posibilidad de comer dos veces al día.

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EL TERCIO QUE NO FUE

El error de cálculo político fue total. No solamente el oficialismo brindó un espectáculo deplorable para con la sociedad, sino también para con el círculo rojo y quienes necesitan que el Gobierno dé muestras de gobernabilidad. Ayer, Milei no quería celebrar su defensa del equilibrio fiscal ni el veto a los jubilados. El trasfondo era un mensaje hacia el poder real del país, en el que el presidente pudiera exhibir una fuerza legislativa propia de al menos un tercio en una cámara, que en lo concreto significaba mostrar un blindaje para cualquier decisión de política económica. 

“Les vamos a vetar todo”, dijo el Presidente luego de la aprobación de la nueva fórmula jubilatoria en el Senado. Detrás de esa frase estaba el mismo gesto que Milei mostró cuando les hizo saber a los gobernadores que los iba a “fundir a todos”. Un ejercicio del poder que no se detiene en las formas, los procedimientos ni las normas. Si hay que dejar de pagar obligaciones constitucionales o si hay que vetar y sostener el veto de leyes mayoritariamente aprobadas por el parlamento, es lo mismo. El presidente manda y tiene aceitados los resortes necesarios para hacer respetar a rajatabla ese mandato, independientemente de lo que piense la sociedad y el resto de sus representantes. 

La jugada le salió mal a Milei, y los responsables son los mismos que le dieron línea para que se envalentonara tras ratificarle el veto: Mauricio Macri y la UCR. El oficialismo no pudo juntar ayer a los 87 diputados con los que rechazó la fórmula jubilatoria en Diputados, y que le aseguran ese tercio en la Cámara Baja con el que podría sostener cualquier otro veto presidencial. Hubo ausencias que, por termómetro social o cálculo político de parte de los legisladores y sus jefes partidarios, debilitaron la imagen de un presidente totalmente blindado del Congreso que Milei pretendió mostrar anoche.

De los radicales invitados a la fiesta de Olivos II, los famosos 5 diputados “panqueques” que habían impulsado el proyecto al que después le reafirmaron el veto, hubo 4 que se ausentaron. El tucumano Mariano Campero, el más polémico de los panqueques por la forma en la que había defendido el proyecto que luego ayudó a rechazar, fue el único que dio el presente, avisando previamente en LN+ que compraría “un vinito” para llevar. Los demás se excusaron, y detrás de sus motivos puede suponerse la encerrona en la que se verán en breve ,cuando tengan que debatir un nuevo veto de Milei a otra ley impulsada por el radicalismo: la de financiamiento universitario.

Por su parte, Macri también movió sus fichas y hubo 13 diputados del PRO que no fueron al asado. De ellos, sólo 4 no habían sido invitados, por lo que la marcada de cancha del ex Presidente resulta tan evidente como cuando permitió con los votos de sus senadores los dos tercios con el que se aprobó la fórmula en el Senado. Macri juega al gato y al ratón con Milei, mostrándole su fuerza legislativa primero, reculando para favorecerle el veto después, y finalmente vaciándole la foto del tercio propio. Su mensaje es claro: no hay blindaje del Gobierno sin el apoyo de Macri, quien a su vez libra una guerra a cielo abierto con dos de las tres patas del triángulo de hierro: Karina y Santiago Caputo. Una novela que tendrá infinitos capítulos cuando se empiecen a discutir los armados electorales, sobre todo en dos territorios clave como la CABA y la PBA.

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LA SORDERA DEL PALACIO NO TAPA LOS GRITOS DE LA CALLE

Milei, que no parece conocer otro lenguaje que el de la soberbia y el atropello, quedó muy expuesto frente a la misma sociedad que encauzó su bronca contra la casta para hacerlo presidente, y a la que hoy le pide sacrificios extremos mientras celebra banquetes para felicitar a la casta por garantizar que esos sacrificios sean lo máximo posible dentro de los límites de la tolerancia. De nuevo, la pregunta fundamental es por la paciencia de esa sociedad. 

Macri empezó a tocar fondo cuando se metió con los jubilados, en medio de un proceso de aumentos tarifarios que minaban la estabilidad económica de los argentinos. Alberto Fernández empezó su declive cuando se conoció su gesto de impunidad frente a las exigencias que impartía al resto del país. Milei parece esforzarse por combinar ambos errores

En su delirio ideológico de que la sociedad apoya su visión de que la reducción del déficit a toda costa es el único e ineludible camino a la prosperidad, fuerza al extremo las condiciones de vida del pueblo con los sacrificios que impone, y se regodea en la soberbia de ostentar poder en la defensa de una causa en la que nadie cree realmente. Si el Presidente piensa que lo votaron para lograr el equilibrio fiscal con el hambre del pueblo y celebrarlo en asados con la casta, bien haría en escuchar los testimonios que se multiplican día a día en los móviles que los medios sacan a la calle para contar la realidad de la crisis. Pero la sordera del palacio ante los gritos y padecimientos de la calle es un signo de la casta en el que Milei parece sentirse cada vez más cómodo.