La Pobreza Avanza: “No entiendo cómo en un país tan rico estamos viviendo tan mal”
Diagonales recorre las barriadas populares y, donde muchos opinan desde el prejuicio o la altanería, encuentra historias de los luchadores de la vida. Ariel González es uno de ellos. Le ganó la batalla al paco pero sabe que llegar a fin de mes y vencer al hambre se hace cuesta arriba: desde albañilería y cortar el pasto hasta cartonear en “situaciones críticas”. “No la pasamos bien, pero no andamos diciendo que la pasamos mal porque hay gente que está mucho peor”.
A la Argentina de Javier Milei le “sobran” argentinos. La relevancia total que tiene para el gobierno de La Libertad Avanza (LLA) los números de la macroeconomía, con una inflación a la baja, pero también un modelo económico que concentra la riqueza y expulsa del sistema a millones de personas, parecen ser la regla de oro inamovible en el universo “libertario”.
Lejos del “veranito” de los mercados y de la “plata dulce”, Ariel González vuelve a desandar una lucha contra enemigos igual de poderosos que los que ya dejó atrás. Gracias a la escritura y a su sensibilidad, Ariel pudo alejarse del fantasma del paco.
Ese consumo problemático que lo tuvo al borde del abismo por casi diez años, y del que ya hace casi la misma cantidad de tiempo que “se limpió”, fue la punta del iceberg para que Ariel publicara sus primeros dos libros: “Yo soy Ariel .Narrar la vida y los sueños para zafar del paco” y “Yo soy Ariel 2. Nada se convierte en mucho”.
Ariel insiste en que los gobiernos de turno tomen su mensaje en contra de las drogas en las barriadas más humildes, y que eso se traduzca en políticas públicas que erradiquen este mal de la sociedad.
Mientras le revelaba a Diagonales que hay chances de que el año que viene salga un nuevo libro, González da la pelea diaria por llevar el plato de comida a su nuevo hogar. Esa lucha que tantas personas a lo largo y ancho del Conurbano bonaerense y de todo el país libran cada vez con más dificultades, ante la indiferencia de los dirigentes nacionales.
Él, junto a su pareja Mariana y sus cinco chicos llegaron hace menos de dos años a su nuevo hogar en la ribera de Quilmes. Dejaron atrás el ruido y el movimiento constante de la Villa Itatí, Y lo cambiaron por una casita a la vera del río, por la tranquilidad, por el clima fresco que se refuerza por el machimbre que les tapa el sol más caliente del día, y por la naturaleza que aún hoy se mantiene inalterable en esa zona. Allí pueden criar gallinas, y pusieron su huerta de tomates, lechugas y otras verduras que están brotando.
Con el “vuelto” que le quedó por la venta de su antigua casa en Bernal Oeste compró una casa de madera por Facebook Market a un miembro de Prefectura, que funcionó como refugio provisorio mientras Ariel construía adelante lo que sería su casa con materiales. “Nos metimos todos apretados, como pudimos para adentro. Esto era todo un patio”.
Hace un tiempo pudieron mudarse a su casa nueva de adelante; ya con las paredes revestidas, puertas y ventanas colocadas y un clima fresco con correntadas de viento que solo una zona como la del río puede dar.
Juntaron plata con mucho esfuerzo para comprar un horno y un calefón que calienta el agua del baño. Para calentarla en la cocina, se hace con pava eléctrica. Con cincuenta mil pesos pudieron comprar un freezer y una heladera a un vecino desesperado por mudarse. El sistema de luz que tiene el barrio hace imposible para Ariel que pueda poner termotanque.
La plata que le sobró a Ariel y a su pareja de la venta de la casa en Villa Itatí y la compra del nuevo terreno en el río de Quilmes fue la oportunidad de oro para hacerse de los materiales para seguir construyendo.
“Esta cerámica no las compro nunca más en la vida. Pero hoy tengo la plata y quizás no la vaya a tener nunca más. Por eso siempre que podía, pedía que me guardaran los materiales. Más con la inflación que había. Comíamos guiso a leña, no salíamos a comer por el centro ni nos comprábamos ni un par de zapatillas. Así fue como lo hicimos”, aseguró Ariel.
Un mensaje de Ariel en favor de la naturaleza recorre su pensamiento y justifica su elección para mudarse de Villa Itatí: piensa que hay que salir de “todo el quilombo del cemento que se come el verde” y que es “una fábrica de enfermedades”. Lo que se les enseña a los pibes es que el árbol está en su camino, y lo que debe haber ahí es una pared o una calle”, graficó. La alternativa suena tentadora: “Estos árboles que nos rodean sí valen fortunas. Prefiero tenerlos para los atardeceres cuando nos vamos a tomar unos mates y ver el río”.
Enfrente de su casa hay una cancha de fútbol 11, un buen plan de fin de semana para Ariel es ver cómo se juegan los torneos amateurs allí. “Devolvemos todas las pelotas que vienen de la canchita”. La filosofía de Ariel es contundente: “Si los pibes juegan acá a la pelota, no se están drogando en otro lado, porque no andan tirados en la calle, y no están practicando cómo ir a robar. Mantener estas canchas es un futuro total”.
Las referencias al rock nacional y a músicos internacionales como John Lennon o Bob Marley marcan una impronta en la casa que se termina de consolidar cuando Ariel muestra con orgullo los parlantes enormes con los que musicaliza el barrio. Bandas argentinas como Rata Blanca o Catupecu Machu se cuelan en la conversación. Pero hay variedad musical en la casa: Kevin, uno de los hijos de la pareja “está sacando” clásicos de la cumbia villera y la santafesina.
Ariel no puede tocar “ni un do ni un re” en la guitarra porque, durante uno de sus trabajos, se lastimó un tendón con la amoladora. “Yo quiero ir a que me atienda un médico por esto, pero sé que arranco con eso y me terminan operando por todas las otras cosas”. Su pasado de albañil en la juventud le pasó factura en la espalda. Por eso tampoco puede seguir tirando del carro sin la bicicleta cuando sale a juntar cartones por la ribera y el casco urbano de Quilmes.
El momento de la división del trabajo del día entre Ariel y Mariana comienza cuando los chicos se van para la escuela por la mañana temprano. Tres van a la escuela Primaria Nº 79 y los otros dos a la secundaria que está a la vuelta, la Nº 58. Un colectivero de la línea 85 hace un recorrido “especial” y los lleva gratis a ellos y a todos los chicos de la zona que van a esos colegios, tanto a la ida, a las 7.40, como a la vuelta al mediodía. Cargar la SUBE no es una opción cuando no hay plata.
Reemplazó el carro, que estaba en malas condiciones, y el caballo, que un vecino del barrio le robó hace unas semanas, por la bicicleta. “Me mataba mucho físicamente”, aseguró. “Para juntar cartón y otras cosas tenés que caminar muy lejos para conseguir, esta zona del río de Quilmes es un lugar donde están todos muy apretados los carreros”, completó Ariel.
Pero es mejor para él salir a cortar el pasto, así no “compite” por el mismo pedazo de cartón con decenas de vecinos que atraviesan su misma situación de tener que juntar plata como sea. Esta semana su trabajo en la calle se vio cortado porque lo único que le interesaba era avanzar con la puerta de entrada. “Pesa como setenta kilos, espero que la pared aguante”, se sinceró. En su mente está ahora la construcción de las habitaciones para la familia. También tiene en la lista de pendientes la chimenea.
El trayecto de Ariel en un día normal cuando sale con la bici y el carro incluye desde su casa hasta llegar a la calle 12 de Octubre y Avenida La Plata, es decir, 15 kilómetros entre ida y vuelta. Todo mientras escucha música con sus auriculares. “Mariana dice que estoy loco, y adelgacé un montón desde que hago este recorrido. Cuando hay que subir la barranca, que es tan pesada, no hay que mirar para atrás nunca”, remarcó. La gente es buena y te deja pasar por el costado cuando te ven con todo el bulto de bolsas, no te ‘pasan finito’”.
Su alimentación básica durante el recorrido diario es a base de frutas que descartan en los locales. Y cuando puede comprar, Ariel pide las bananas más maduras. También en ese momento, miro y les pido lo que veo que están por tirar”. “Con las carnicerías, lo que hago es ir donde veo el pasto alto. Antes que me digan que no, cuando les pido plata para cortarles adelante, les digo que me den lo que tengan. Ninguno te va a decir que no. Eso me salva más que cuando les pido plata”, observó. El ejemplo es tan preciso como gráfico del momento económico. “Con tres kilos de carne picada, metemos salsa para ñoquis, para fideos. Para mis caldos, esto va diez puntos. Para hamburguesas, a ella y a los chicos no le gustaron”.
Otra opción antes del cartoneo es la albañilería. “Pero eso me está explotando el cuerpo. La otra vez, puse cerámica en todo un comedor gigante con el dueño de una casa acá en el río”, aseguró Ariel. Es consciente de que el cuerpo se le va a resentir y por eso juega algún partido de fútbol o sale a pedalear en la bici cuando no tiene que juntar en la calle. “Todo mientras pueda hacerlo”, sintetizó.
En el orden de opciones para “parar la olla” está cortar el pasto, primero; luego las changas en albañilería; y, finalmente, salir con la bici y el carro a recorrer las calles. “El perro pierde la maña para no pierde el coso”, rememoró la frase de los campeones del mundo Leandro Paredes y Rodrigo De Paul.
“Yo era tan ‘ciruja’ antes. Estaba tan acostumbrado al cirujeo, juntar botellas, tanto salir, que llegó un momento que rompía las bolsas después de cortar el pasto, y miraba adentro de la bolsa, pensando que estaba cartoneando", aseguró.
Se explayó sobre el trabajo del cartoneo, que cada vez deja menos material para reciclar por la crisis económica y por la caída del precio de venta del insumo: “La persona que lo hace queda excluida de la sociedad y también es un trabajo insalubre. Es muy poco lo que se gana”.
“Alguien que está juntando cartones todos los días con un carro, cosas en la calle, debe estar ganando ahora 300 mil pesos, rompiéndose el culo. Y en la carnicería es el mismo precio la comida para el tipo más rico y para ese pobre cartonero que no llega a fin de mes. Y que la gente no pueda comprar carne es por la decisión de los gobiernos. Estoy seguro de que Milei nunca fue a una carnicería a comprar, lo ves en su ego”, vociferó.
Ariel se plantó contra los “negadores” del ajuste, que apoyan las políticas del Poder Ejecutivo y sus funcionarios: “Les gusta discutir para ganar discusiones entonces te dicen ‘no, a mí no me aumenta la carne’. Y vos los estás viendo y ves que tienen una vida de mierda y pasan miserias. Lo que pasa es que esos no quieren perder nunca. No entiendo como en un país tan rico vivimos tan mal. Es increíble”.
“¿Sabés lo que es Argentina? Es un vehículo funcionando con combustible, que puede andar perfectamente pero solo algunos de nosotros lo estamos empujando. No deberíamos por qué empujarlo si anda y lo empujamos en marcha”, te digo la verdad, hasta palomas comemos en casa. Pescamos del río, porque no queda otra, comemos pescado. La verdad no la pasamos bien. Pero no andamos diciendo que la pasamos mal, porque hay gente que está peor”, cerró su idea Ariel.
La charla con Ariel lo llevó a un momento de reflexión autocrítica, cuando él escribía sus libros sobre la adicción a la pasta base. “A mí nunca me gustó ninguna clase política y ninguna clase de presidente. Cuando yo la empecé a ‘pegar’ estaba Cristina como presidenta. Y yo veía que ella hablaba de muchas cosas pero nunca del tema del paco. Entonces me la ponía en contra. Después vino Macri, dije este sí que va a hacer bien las cosas. Y tampoco él hacía nada. Después viene Alberto, y tampoco habla de eso. Y después viene otro como Milei y tampoco. Entonces me di cuenta y dije ‘la puta madre Cristina Kirchner hizo la mejor revolución de la Argentinaְ’", aseveró.
Y fue más allá: “Con la plata que se cobra de la asignación Universal (AUH) no se puede comprar un terreno en la costa ni una camioneta, ni se la puede puede gastar en drogas. Gracias a eso, los chicos están yendo a la escuela y se hacen los estudios en un hospital porque si vos no tenés el estudio de tu hijo y las vacunas, y tu nene no va a la escuela no te dan la asignación. Mirá que pilla que fue la mina. Está bien volcar la plata en la gente y en cosas así”.