¿Estará de veras preocupado el oficialismo por las PASO del domingo próximo, o se tratará de otro acting que ejecuta un clásico de Jaime Durán Barba: aparentar que corren de atrás para, apostando al miedo por el adversario (la campaña negativa es la única opción para un gobierno sin logros por exhibir), arremeter en la última semana y dar la sorpresa? Si bien sobran antecedentes para inclinarse por la segunda alternativa, esta vez hay elementos llamativos aún para la costumbre amarilla: el tono y los constantes giros temáticos. De videos de recorridas por obras, a acusar de marxista a Axel Kicillof; de ahí, a decir que CFK no es el enemigo, para terminar en el ruego de exhibición del voto “sin argumentos ni explicaciones”. Un poco mucho.

Si se piensa, hace juego con la científica Sandra Pitta, quien dice sentir miedo pese a que reconoce no haber sido perseguida durante el kirchnerismo, a que afirma no creer que los Fernández vayan a atacarla si vencen y a que explica que la política del macrismo en ciencia y tecnología es desastrosa (igual que en tantos otros rubros). El paroxismo del voto que descarta racionalidad por emocionalidad, otro hit del manual duranbarbista. Pero que el Presidente lo haya explicitado equivale a mostrar el truco de magia. La gracia es también mantenerlo oculto.

Diego Genoud sintetizó bien la disyuntiva que se juega dentro de unas horas: desencantados con Macri que antes se habían decepcionado con Cristina volviendo vía Alberto Fernández ante la comprobación de que el cambio fue peor, o resignación a que la mediocridad es el único horizonte posible en Argentina. Es tentador pensar que el fracaso en convencer de lo segundo impulsa la violencia que va adquiriendo el relato oficial. Entre los tweets en modo zen del amanecer de un 2016 en que todo era (para ellos) prometedor, al del Presidente que califica de vagos, mafiosos y otras barbaridades a quienes no lo votan, se acumulan una pila de datos que exponen lo fallido del mandato, social y económicamente hablando.

Por su parte, la última columna previa a la veda de Joaquín Morales Solá, alguien de excelente llegada a Olivos, en la que el periodista destaca como meritoria novedad que “pese al ajuste” Macri conserve competitividad, pareció apertura de paraguas. Aunque lo que define como rareza no lo es, porque se trata del piso de voto no-peronista duro histórico (38% no optó por Juan Domingo Perón en 1973, 37% obtuvo Eduardo Angeloz en medio de la hiperinflación radical de 1989), que simplemente se mantiene unido desde la conformación de la alianza PRO-UCR-Elisa Carrió, no habría mucho más para mantener la moral de la tropa ante un eventual traspié en las primarias de cara a los dos meses y medio que quedarán hasta octubre.

La incomodidad, en resumen, está en esta ocasión del lado cambiemista, entre desinteligencias inocultables al interior del elenco dirigencial y un mensaje que transmite de todo menos esperanza. Ello ilustra el contraste con un 2015 en que, a diferencia de ahora, el peronismo no lucía como en esta previa: la diferencia no es sólo cuantitativa, por lo que ha sumado el Frente de Todos, sino cualitativa, por el entusiasmo con el cierre construido, que se tradujo en una movilización militante que hace cuatro años sólo se activó, tarde y por efecto espanto, recién cuando el balotaje despertó a quienes ni lo consideraban. La identificación (y, más importante, por la positiva) con la boleta no tiene fisuras.

La ruta que trazó Alberto para robustecer una hipotética candidatura de su compañera de fórmula, y que terminó tocándole transitar cuando ella aceptó que otro habilitaba una arquitectura más robusta, se cumplió a rajatabla. La foto final en Rosario exhibe un mestizaje (del progresismo de Matías Lammens al conservadurismo popular de Gildo Insfrán) que tras doce años había perdido el viejo Frente para la Victoria, y suena más adecuado para afrontar las complejidades del escenario a heredar. El candidato encajó en rol, tras una vida de operar a favor de otros. Y la campaña, tras alguna dureza inicial, propias de algo que al peronismo le cuesta en la sintonía del siglo XXI, se encarriló, con discurso moderno y coordinado que pudo concentrarse en lo que quería: el modelo económico macrista y sus devastadoras consecuencias. Así, dada la magnitud del daño en curso, logró explorar el centro, mientras su rival, antes habituado a ello, solo pudo cultivar lo propio.

Si el comentario casi unánime mientras transcurría el acto en el Monumento a la Bandera era de reconocimiento por el éxito de los Fernández en la convocatoria que significa Todos, la duda del epílogo es si la batería desesperada con que se les contestó alcanzará para frenarlos.