¿Qué celebramos?
Frente a aquel dilema que el Gobierno enfrentaba, tiró del mantel, y armó una mesa a su medida, haciendo de la debilidad una virtud
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Dolarización, cierre del Banco Central, sin negocios con comunistas, salarios voladores que precederían a la suba de tarifas, obra pública que no se iba a tocar, ajuste del 15% del PBI. Nada de eso ocurrió; la juntada terminó siendo mejor (¿?) que las fotos que se subieron (en campaña). Tampoco ocurrió lo de Fantochino defendiendo la Obra Pública junto a Gabriel Katopodis, pero seguro que esa fue mala mía.
Apuro el tranco y digo: en Julio de 2022 nos asomamos al abismo. El diagnóstico, por conocido, merece ser recordado: los problemas esencialmente económicos de nuestro país se apilaban a una velocidad infrecuente; el contraste entre su calado y la esmirriada caja de herramientas del Estado argentino para hacerles frente, daba pavor. Cualquiera fuera el vencedor del ciclo electoral, enfrentaría un dilema si pretendía resolver algunos de esos problemas: necesitaría construir sólidos acuerdos, en el momento más ramplón del debate público en nuestro país, y en el ámbito de un Congreso que, se anticipaba ya, estaría más fragmentado que en el pasado. Las cosas no pintaban bien para ti, mi viejo…
El desopilante elenco gobernante tomó una saludable decisión para el elenco gobernante: patear hacia adelante los problemas, maniobrando para frenar justo a tiempo, y evitando que el acoplado se lleve todo puesto, barrancas abajo. ¡Hay mérito ahí, guarda! Del calibre del que le asigno a Massa, pero con notables diferencias en su dirección y sentido.
El hijo pródigo de Tigre, impedido de hacer la suya (devaluar y ajustar más), no tuvo otra que echar nafta al fuego de la actividad económica si quería los votos de Cristina Fernández para ser presidente. Lo hizo a costa de más inflación y pobreza creciente, pero salvando niveles de empleos y cadena de pagos. Su cara en la mañana del domingo de la segunda vuelta, al ir a votar, lo decía todo. Toto, por su parte, optó por una megadevaluación y posterior atraso cambiario (para hacer creíble la tasa de devaluación) y ajuste del orden 3% del PBI para domar la inflación, a costa de los niveles de actividad económica, empleo, poder adquisitivo de los ingresos. Mucho para decir ahí, pero las mediciones de pobreza resumen bien lo peor de sus efectos.
Toto goza ahora de su primavera prestada a base de energía y granos; una primavera a la que no debería haber llegado (y, quizás, ahora también tenga su veranito, aunque no puedo asegurar que lo termine). Una primavera impensada para muchos; pero que tiene pies de barro. Las luces de alarma son significativas aún, y están todas prendidas. Pero permítanme responder a la pregunta “¿Y si sale bien?”.
¿Qué significaría que este experimento salga bien? Inflación del primer mundo, desregulación y apertura de la economía, y a encomendarse a las fuerzas del cielo (las de endeveras) para que el mundo nos de una mano: bajas tasas de interés (y, en consecuencia, flujos de divisas hacia los países emergentes), y altos precios de las commodities (para acumular reservas y honrar las deudas). Alguien dirá: el paraíso. Yo agregaría diciendo: cómo será la laguna si el chancho la cruza al trote.
Cierro: hemos visitado ese paraíso en un par de ocasiones y, sin embargo, henos aquí. Corolario: que salga bien, sin más, significa negocio de unos poquitos. Salvo que el Gobierno haga cosas que, hasta ahora, han estado virtualmente ausentes en sus discursos, tanto en campaña como en el gobierno. Cosas que han estado en la base del desarrollo de los países que el Gobierno dice pretender emular. Cosas que están en las antípodas del discurso del elenco gobernante. Haga Ud. sus pronósticos.
LO QUE VIENE
Pasado el susto inicial, expulsada la adrenalina y el morbo de nuestro sistema al asomarnos al precipicio, queremos más. Necesitamos más. No nos llena, ya, el haber frenado a tiempo. Las imágenes del precipicio se esfuman, y las de siempre regresan al centro con prepotencia sin par: pobreza galopante, ingresos que no alcanzan, infraestructuras y servicios públicos cuyo deterioro se acelera, y un debate público en sí menor, y con sordina. Es demasiado.
Frente a aquel dilema que el Gobierno enfrentaba, tiró del mantel, y armó una mesa a su medida, haciendo de la debilidad una virtud. Su marca de nacimiento es la debilidad, medida en poder político institucionalizado (sin desmerecer la magnitud de los fierros a disposición de la lapicera del Cucos, sino todo lo contrario). En consecuencia, el Gobierno optó por zarandear a todo el mundo, como suelen hacer los petisos. Qué diálogo ni diálogo: acá mando yo, y eso tiene que quedar claro, dice el presidente. El acting nos sale muy caro en ocasiones; y en otras, $2,50 y el vuelto en radicales.
Pero como en los buenos espectáculos de teatro, entre luces y entre telas, lo que se disfraza es la realidad: el elenco gobernante no podría comprar papel higiénico sin la ayuda de otros u otras. Algunos servicios los presta el Poder Judicial, como con el DNU 70/2023. Pero otros, los prestan Gobernadores de aquí y de allá; peronistas con adjetivos, peronistas resfriados y de los otros; radicales línea colaboracionista; provinciales de toda laya. No piense mal, lector: todos son fervorosos feligreses de la una iglesia cuyo primer mandamiento es “El gobierno necesita herramientas”.
Y como el Gobierno no les cumple, van y ponen la otra mejilla. Y ponen la otra mejilla. Y ponen la otra mejilla. Cuando Ud. se indigne con las salvajadas de este gobierno, recuerde bien que hay coautores: sin su concurso, aquello no sería factible. ¿Cuáles son las razones? ¿Pandemia de Síndrome de Estocolmo? No. Las razones posibles no son infinitas.
Al tope, la afinidad programática (quieren ver realizadas ciertas decisiones, y aportan su granito de arena). Le sigue la sal de la democracia representativa (el quid pro quo), que es un juego que tiene un player dominante, porque en la comparación, tiene bolsillo de payaso. Le sigue el cálculo electoral; una razón que admite varios formatos: a) quizás vomitan luego de cada votación contra sus principios, pero hacen aquello que sus electorados les reclaman que hagan, so pena de migrar hacia otros labios; b) quizás ven en este gobierno a un laborioso grupo que hace, con ganas, el trabajo sucio que hay que hacer (porque luego, gobernar será más sencillo); c) quizás sólo surfean la ola de la opinión pública, y con el mismo fervor que hoy te levantan la mano a favor, mañana te cocinan.
Cómo sea, el Gobierno ha contado con la indispensable ayuda de, al menos, otro poder del Estado y sus ocupantes, para salirse con la suya. Al menos hasta ahora. Porque no sólo el electorado te pedirá más en el futuro inmediato.
Más te alejas del precipicio, más espesa se pone la cosa, y no al contrario (Acuña y Smith, 1996). Los gobernadores quieren más. Los empresarios quieren más. Los Sindicatos quieren más. Los jubilados, los pobres quieren más. Y el zarandeo empieza a joder. Y las promesas incumplidas empiezan a joder.
A las plataformas de repartidores les cayó 30% el trabajo; los programadores siguen con dificultades para traer los dólares al país (las mismas que los empresarios para remitir dividendos a sus casas matrices); los industriales ven la apertura a las importaciones con sumo recelo; los productores de Yerba van al paro, pidiendo reestablecer el INYM; los Gobernadores de la Hidrovía se quedaron afuera; los farmacéuticos ven cómo algo del negocio se les escurre entre las manos; los medios de comunicación le dicen hola al IVA.
Se suman, así, a jubilados, trabajadores universitarios y científicos, trabajadores informales… Y cuando vengan por vos, quizás ya sea demasiado tarde.