Muchas investigaciones a escala global vienen sosteniendo la hipótesis de que no estamos ante una crisis de representación política sino ante el fin de la democracia liberal-representativa. Esta forma de democracia habría sido desbordada y se habría encontrado sin herramientas para constituir un orden sostenible en la pospandemia. La digitalización de la vida y su consecuente concentración de poder, precarización laboral, desigualdades y el empobrecimiento generalizado, la habrían rebasado.

La insostenibilidad social del orden liberal republicano se expresa principalmente en el mercado de trabajo. Las mayorías han quedado relegadas y excluidas mientras que una minoría todavía posee algunos de los beneficios que dan los empleos plenos de derechos, cada vez más en desuso.

Este problema global se endogeiniza de manera particular en nuestro país. La experiencia liberal libertaria no se constituye solamente sobre una crisis sino sobre un proceso de desorganización de la vida que acumula una serie de traumas colectivos. Tal como lo han planteado Esther Solano, Pablo Romá y Thais Pavez en un reciente informe, la prolongada crisis socioeconómica, la ausencia de respuestas por parte del poder político, los efectos de la pandemia y la digitalización de la vida han desintegrado el orden existencial.

La sociedad argentina se enfrenta desde hace más de 10 años a un régimen económico de alta inflación con sucesivas devaluaciones, endeudamiento externo y múltiples tipos de cambio, que se combina con un régimen laboral donde prima la falta de estabilidad y la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos. La pandemia llegó con una sociedad quebrada y que aun así aceptó el encierro que impuso el “Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio” (ASPO). Superado el ASPO, los traumas colectivos continuaron y la población siguió con la imposibilidad de poder planificar su vida.

Lo primero que hay que comprender es que no estamos frente a una crisis económica sino que su prolongación y profundización a lo largo de los años ha producido un desorden existencial. Esto significa que la imposibilidad de planificar la vida se fue constituyendo sobre las disonancias entre las expectativas individuales, la realidad socioeconómica y los discursos de “modernización” y “estado presente” a los que apelaron los dos partidos que ocuparon la centralidad del debate político en los últimos años. Los estudios cualitativos que analizan las posiciones subjetivas de los votantes de Milei coinciden en general que, además, ese sector de la población se ha sentido humillado por la política.

En este artículo se sostiene que es frente a ese desorden existencial que se debería comprender el fenómeno liberal libertario. Consideramos menos que las personas se hayan “derechizado”, y más que se han desesperanzado con el orden político vigente.

Frente a esa desesperanza emergió Milei, un sujeto enojado con el sistema y que propuso una solución simplista y comprensible a las mayorías: durante muchos años el estado gastó más de lo que había recaudado. Surge entonces el déficit fiscal como concepto explicativo del desorden existencial. El reordenamiento de la vida queda reducido a un indicador macroeconómico.

Si durante muchos años “gastamos” más de lo que recaudamos, es el momento del sacrificio. El sacrificio oficia como un concepto de nivel individual y social a la vez. En el plano individual, supone que los sujetos deben “aguantar” hasta que se componga la macroeconomía, que sería el instrumento dinamizador del orden. Mientras que en el plano social, supone la tarea de “limpiar” el estado.

Esta sería la categoría fundamental que definiría el epicentro de la confrontación sociopolítica porque implica definiciones concretas sobre cuánto deberían aguantar los individuos y qué tipo de “limpieza” debería hacerse en el nivel del estado. El rol del estado vuelve a ponerse en disputa.

Por ahora, del lado de la resistencia, han aparecido dos límites claros a esa política: la marcha del 24 de marzo y la marcha universitaria federal del 23 de abril de este año. Mientras que desde las posiciones liberal libertarias, la creación del Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado los obligará a salir de los discursos ideológicos para instrumentar políticas concretas orientadas a reordenar la vida social. Es a partir de ahora que empezará a politizarse el “sacrificio”.