A partir de un oscuro femicidio en uno de los countries más caros de Pilar de la zona norte de Buenos Aires, se produjo un inesperado desfile público mediático de familias de la gran burguesía argentina. Frente al brillo y éxito que pretenden mostrar en sus fotos de vida social espectacularizada, lo que constatamos -entre muchas cuestiones que no vamos a ahondar aquí- es que ese despliegue obsceno de bienes y lujosos estilos de vida, en una sociedad cada vez más golpeada por la inflación y el empobrecimiento, no es consecuencia del trabajo y una moral del sacrificio, ethos constitutivo de la identidad de clase media.

Por el contrario, sus historias y negocios familiares revelan corrupción, negocios espurios con el Estado, especulación financiera, bienes no declarados, exenciones impositivas, vaciamientos varios, violación de leyes, explotación de trabajadores, pactos de silencio y ocultamiento, etc.

Esta visibilización de la riqueza (los sociólogos solemos tener dificultad de acceder a estos mundos) no hace más que agudizar el sentimiento de desigualdad económica del resto de la sociedad, un mes después que se anunciaran los datos de crecimiento de la pobreza. Según el informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, la tasa de pobreza es del 47 % y la de la indigencia 13%.  Estas tasas representan un aumento del 79% y del 32% respectivamente con respecto a las tasas de igual periodo del año 2019.   Ahora bien, este empobrecimiento habría venido de la mano no sólo de la caída del ingreso medio sino también de un aumento de la desigualdad. Al respecto, el último informe del INDEC (2020d) sobre Distribución del Ingreso a nivel país-urbano señala que, en el segundo trimestre de 2020, aumentó la brecha de ingresos entre los más pobres y los más ricos. Así, en los últimos 12 meses, aumentó de 20 a 25 veces la distancia de los ingresos familiares por persona entre el 10% más rico -que recibió el 33,5% de la “torta”- y el 10% más pobre, que percibió sólo el 1,3%.  En un contexto de caída del PBI, se trata de una “torta” más chica y peor distribuida con “porciones” doblemente reducidas para los que ya estaban en la pobreza y para sectores de clase media empobrecida.

Luego de esta contextualización, nos preguntamos, ¿en dónde queda la clase media? Si consideramos que la pobreza se extiende cada vez más, no para de aumentar, ser de clase media se revela como un lugar muy incierto, con horizontes de proyección hacia adelante cada vez más limitados, los cuales rompen con los parámetros constitutivos de movilidad y ascenso social que atravesaron su formación a lo largo del siglo XX, esto es “no vivir para trabajar”.  O en todo caso queda puesta en cuestión la relación, trabajo, educación y sacrificio, la adopción de momentos de austeridad en pos de un futuro mejor.  La inflación permanente, el deterioro del salario y de los ingresos en el caso de los trabajadores autónomos, cada vez más extendidos en el ancho campo de la clase media, debilitan su identidad social en relación a quienes se encuentran más abajo en la escala social. Un indicador del debilitamiento de la clase media, de su capacidad adquisitiva, no solo argentina, sino como rasgo de las sociedades capitalistas fundadas no ya en el trabajo sino en la valorización financiera, es la imposibilidad del acceso a la casa propia. pero que aquí en nuestro país esta imposibilidad se destaca en relación con su pasado.

En las grandes ciudades argentinas ha crecido la cantidad de personas que alquilan, así como cuanto insume el costo de un alquiler en relación a los ingresos de una familia de clase media. Esto que la socióloga urbana Carla Rodríguez denomina “la inquilinización de las clases medias”. Quienes viven en casa propia, en muchas ocasiones es posible porque heredaron algún tipo de propiedad de los padres o abuelos en la mayoría de los casos concretada a través de planes de pagos en cuotas con préstamos del Banco Hipotecario. Son escasos los casos de compra de propiedades en la actualidad con un salario de clase media, calculado entre 45000 y 110000 pesos mensuales. A esta limitación se suman la inflación, la dolarización de terreno urbano, el alto y variable costo del dólar, (las viviendas se venden en dólares, hecho que no ocurre en Brasil, por ejemplo) la especulación inmobiliaria vinculada a fondos de inversión y dineros no declarados, la falta de créditos hipotecarios acordes a los salarios, todas situaciones inexistentes cuatro décadas y media atrás cuando las clases medias argentinas comenzaron a debilitarse.

En síntesis, el casi permanente crecimiento de la pobreza nos habla de la disminución de las clases medias, del enriquecimiento de las clases altas y del consecuente aumento de la brecha social junto con el cierre de anhelos, de proyectos, y algún bienestar de futuro fruto del esfuerzo.  La inestabilidad y el desconcierto atraviesan a las clases medias argentinas.

*Investigadora del Área Estudios Culturales. Instituto Gino Germani- FSOC-UBA