Durante la campaña del año pasado en barrio de la zona del Reconquista en José León Suarez, San Martín, un vecino le decía a los militantes que ellos tenían una mirada capitalina. En medio de esa charla uno de los pibitos del barrio, descalzo en medio del olor y la basura del CEAMSE, le preguntaba al vecino si ese día en el Barcelona jugaba Messi. En Berazategui en medio de una mateada entre militantes y vecinos, una doña para la que la década con suerte fue un empate, planteaba su preocupación por que la gente no podía comprar dólares. 

¿Cómo es posible que mundos tan distantes como la especulación financiera y el esfuerzo creativo para llegar a llenar la olla a fin de mes se crucen y conjuguen? ¿Cómo se logra que Messi sea más próximo para un habitante del conurbano que un militante territorial?

¿Los medios moldean la mirada, les dicen a las audiencias que pensar y cómo pensarlo? ¿Las audiencias lo aceptan dócilmente? 

Cada vez que nos levantamos prendemos la tele o la radio, escuchamos noticias sobre el clima, sobre el tránsito, pero también de alguna forma nos ponemos en contacto con eso de lo que imaginamos somos parte, de una comunidad de la que como audiencias somos parte. Entramos en contacto con la genialidad de Messi, con lo injusto de no poder comprar dólares. 

Los medios son parte de nuestra percepción de lo real, del modo en el que construimos y percibimos nuestras miradas sobre el mundo. El problema es cuánto de nuestra realidad construimos desde ellos y cuánto de los medios ya no está en el medio. 

Los medios en muchos casos no son mediadores sino agentes corporativos de producción de discursos. Ya no están en medio de los hechos y las audiencias. Muchas veces directamente construyen los hechos. 

Pero el problema es que les creemos. Socialmente hemos dotado de un poder de credibilidad a los medios que hace que lo que se diga en ellos no se somete a juicio. Se acepta como inmediato.  Se desconfía de un militante territorial, pero no de un periodista que no podría demostrar su nivel de ingreso. 

Y desde allí ya no se discute, no se dialoga, no se confrontan ideas. Se generan gestos. Así un tipo que tiene cuentas en Panamá, cuya mujer mata pibes en talleres clandestinos de ropa, que se separó cuatro veces, que esconde a todos sus hijos salvo a la que tuvo con la actual tratante de personas& y puede parecer un buen tipo. Y las agendas de aumento de precios de los alimentos, el desempleo, la represión, la suba de tarifas es velada y escondida tras una lógica espectacular.

Pero durante este último tiempo se había avanzado en otro tipo de producción de contenidos, de generar agendas y audiencias. Se generaron nuevos canales públicos, nuevas formas de ver y producir formatos audiovisuales. Aparecieron productoras regionales de contenidos. Producción infantil de contenidos. Nuevas plataformas digitales. ¿Cuánto de todo esto había comenzado a generar avances en la generación de audiencias que entendieran a la comunicación como derecho humano?

Es posible recuperar estas experiencias y tomarlas como directrices para saber hacia dónde avanzar para lograr que entretenimiento e información se articulen en una lógica de debate y participación ciudadana y lograr que los agentes corporativos de formación de la opinión no nos vendan más gato por liebre.