Me batieron el dato de buena fuente: la postulación de Javier Gerardo Milei al “Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel” no corre más.

Es cierto que nunca tuvo muchos adeptos, más bien casi ninguno. También es sabido que desde su época de desbocado panelista el ahora presidente acarrea unas cuantas denuncias concretas por haber plagiado sin asco artículos, libros o notas de opinión, lo cual suele ser mal visto en el mundillo académico. Sin embargo, el año pasado, cuando en diversos y estrafalarios escenarios presentó Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica, y se auto-postuló para el ansiado galardón, algunos especialistas suecos le echaron el ojo y comenzaron a seguirlo con cuidado. Sobre todo les resultó intrigante la afirmación –del propio Milei- de que estaba “reescribiendo gran parte de la teoría económica”, y quedaron entusiasmados –yo no entiendo nada del asunto, pero mis amigos suecos saben un toco- con la posibilidad de “derivar optimalidad de Pareto, tanto estática como intertemporal, teniendo funciones de producción no convexas”.

Pero en la última semana el clima en Estocolmo se puso feo: después del criptogate todo se vino abajo. El ala dura del Comité Nobel señala tres problemas que al novio oficial de Amalia “Yuyito” González le resultará difícil de remontar.

En primer lugar, el Presidente habría violado la ley 25.188/99, que regula la ética en el ejercicio de la función pública. En su artículo 2, inciso (f), la norma le prohíbe a cualquier funcionario “utilizar información adquirida en el cumplimiento de sus funciones para realizar actividades no relacionadas con sus tareas oficiales o de permitir su uso en beneficio de intereses privados”; y el inciso (g) veda taxativamente la posibilidad de “avalar o promover algún producto, servicio o empresa”, ya sea para su beneficio particular o para el de “sus familiares, allegados o personas ajenas a la función oficial”. Más acá del asunto del fraude con $LIBRA –cuestión que le tocará determinar a la justicia, de aquí y de afuera- el Presidente no puede promocionar una moneda de dudosa calaña o una pinturería, por honesta que ésta última pueda ser en la venta de colorantes.

El punto es importante porque pone la lupa política y judicial tanto sobre la figura de Milei como sobre los manejos de su entorno; en particular, se abre una sugestiva investigación (ya veremos si el Congreso toma cartas en el asunto) sobre el modo en que ciertos empresarios de la runfla tecnológica se vuelven –de buenas a primeras- “allegados” al círculo presidencial. Que hoy los miembros del gabinete se estén pasando facturas por los diarios es signo de la ebullición interna que se vive en las altas cumbres del poder. Habrá que ver cómo termina esa mancha venenosa, pero desde Gotemburgo a Upsala nadie se come el amague: si por estas horas el gobierno quiere que Santiago Caputo se “lleve las marcas”, es porque Karina y su hermano están metidos hasta las pestañas. ¿Será que parte de esa criptoguita –se pregunta un economista de Malmö especializado en memecoins y con buen manejo del lunfardo- era tarasca oscura para financiar la campaña electoral? “Piensa mal y acertarás” dice un antiguo proverbio escandinavo.

El segundo golpe no es menos relevante: el escándalo hirió la credibilidad de Milei en lo que se creía que era su campo de expertise–la economía en general y la cuestión monetaria en particular-, y se produjo en el ámbito que hasta ahora solía considerarse el coto de caza preferido de La Libertad Avanza: el territorio digital. Ha sido una proporción nada desdeñable de sus propios seguidores quienes se han sentido –y lo vienen diciendo en las redes- políticamente engañados, moralmente defraudados o materialmente estafados.

Si bien las primeras encuestas de opinión que se conocen no parecen haber movido mucho el amperímetro en términos de imagen, los estudios sobre conversaciones en las redes presentan un panorama más negativo para el gobierno. Según datos de la consultora Ad Hoc, el jueves 14 de febrero –antes de que se desatara el escándalo- las menciones al Presidente rondaban las 268.000 puntuaciones, pero las referencias a Javier Milei en las redes sociales se dispararon el fin de semana hasta un máximo de 3.500.000 publicaciones. Con un pequeño agravante para el ex arquero de Chacarita: “6 de cada 10 menciones en el último fin de semana fueron negativas”. Para decirlo con una frase que suena cada vez más fuerte en las gélidas orillas del Mar Báltico: se está hablando mucho y se está hablando mal de Milei.

Por supuesto, que esta grotesca foto de circunstancias se transforme en una película, y que además llegue a tener un significativo impacto electoral en los próximos meses, es otro boleto. Entre otros factores (donde resalta la dinámica socio-económica del plan de ajuste), mucho dependerá de cómo sigan jugando sus fichas el gobierno y las distintas fracciones opositoras, cómo evoluciona el tema en las diferentes arena del espacio público, e incluso de qué novedades puedan aportar –cruel ironía para un discípulo vernáculo de Donald Trump- las indagaciones abiertas en los Estados Unidos.

El tercer cachetazo sacude un costado especialmente preocupante de la personalidad de nuestro Jefe de Estado: hablar (no) resulta gratis. Menos que menos en tiempos de circulación de mensajes a velocidades astronómicas, de audiencias con preferencias tan diversas como intensas, de huellas digitales que dejan los dedos pegados detrás de cada click. Como nos enseñaron hace mucho tiempo los filósofos analíticos: se hacen cosas con palabras. Y un presidente le puede hacer muy bien o muy mal a sus conciudadanos con ellas; ya sea que sus mensajes sean tranquilizadores y prudentes, o que sean destemplados y pendencieros.

En pocos y febriles meses Milei pasó de ser un opinador pintoresco y deslenguado a ser un presidente discursivamente irresponsable y peligroso. Hasta hace unos pocos días, el primer mandatario estaba (mal) acostumbrado a agredir impunemente con sus insultantes palabras a diferentes colectivos sociales (ecologistas, disidencias sexuales, “econo-chantas”, periodistas “ensobrados”, “zurdos de mierda”, etc.) o a personas en particular (especialmente a artistas mujeres…). Pero esos actores estaban –en gran medida- ubicados en alguna de las veredas críticas; y en la mayoría de los casos, tenían una escasa capacidad de incidencia sobre la base de apoyo electoral del oficialismo. Ahora las palabras que el Presidente escupió le fueron devueltas por el viento en contra que él mismo desató.

El vendaval disparado por el negociado de $LIBRA tal vez le enseñe al líder de La Libertad Avanza –aunque tengo mis serias dudas sobre su capacidad efectiva de aprendizaje- que hablar siempre tiene sus consecuencias, y en muchos casos, se deben pagar gravosos costos. Y si no aprende, más temprano o más tarde descubrirá en carne propia una vieja verdad de la vida política. 

Mi fuente en Suecia se despidió con cierta congoja (por motivos que no alcanzo a comprender Milei les resulta simpático a ciertos nórdicos), pero a través del Zoom me dejó una frase muy sabia que quiero compartir con nuestros estimados lectores: ”Fisken dör genom munnen”.

O sea, el pez por la boca muere.