En los últimos años, el surgimiento y la consolidación de las nuevas derechas dentro de la región y en particular en nuestro país, son hechos que no se dieron por fuera de la creciente influencia de las redes sociales a través de las cuales se ha ido reconfigurando, de modos nuevos, la cultura democrática. La creciente fragmentación que ha generado una atmósfera de enemistad cívica permanente es un resultado preocupante de un proceso que redefine el tejido social argentino. Desde estos movimientos se promueven categorías y dicotomías que refuerzan un lenguaje polarizador donde las diferencias se convierten en antagonismos y la confrontación es la constante. En ese contexto resulta crucial preguntarse: ¿cómo debemos enfrentarnos con estos desafíos y qué tipo de relaciones deberían construirse con quienes fomentan las grietas y el odio en el espacio público y en el espacio digital?

La esfera política enmarcada en una retórica que sustenta la lógica binaria y que exacerba la diferencia entre “nosotros” y “ellos”, se torna cada vez más una esfera monocromática. Si las dinámicas de la esfera política cristalizan esos esquemas excluyentes en los que se reproducen mecanismos de segregación, lo que crecerá en este país será el desprecio por la otredad. Se ha hecho urgente comenzar a pensar la necesidad de comenzar a tejer lazos para formar una ciudadanía democrática activa que promueva el desarrollo de una conciencia crítica sobre cómo y cuánto las redes pueden desciudadanizarnos. Esta conciencia ciudadana debe recolectar y ejercer estrategias de denuncias sobre cómo y cuánto las redes sociales nos pueden manipular y cómo los discursos de odio riegan el campo social con combustible.

Desde una forma activa de la ciudadanía, deberíamos sospechar y condenar abiertamente las dinámicas que ponen a los adversarios políticos y opositores como enemigos de la patria y a los valores “verdaderos” porque esas dinámicas erosionan los cimientos del respeto y la diversidad que constituyen el ideal democrático. Las redes sociales han sido un catalizador importante de esta tendencia polarizadora en tanto han dado voz a minorías intensas. Esas voces recorren canales en los que se amplifican mensajes que generan reacciones emocionales. Así, en lugar de un intercambio de ideas, las redes sociales se transforman en campos de batalla simbólicos en los que las posturas moderadas son marginadas, y las posiciones extremas se normalizan. Las ideas llevan tiempo, por ello, se resumen en imágenes, reels, memes, que desplazan los datos y la información compleja. La ciudadanía democrática que debe levantarse no solo debe cultivar una actitud activa frente a la polarización y los mecanismos que la promueven sino que debe ser capaz de comprometerse a reponer el compromiso con una cultura de la tolerancia y el respeto de la pluralidad que caracteriza a la democracia.