A partir del femicidio de Micaela García algunos sectores encontraron una oportunidad para reforzar su discurso de mano dura y represión. Aún sumidos por el dolor, los familiares y compañeros de Micaela preferimos ser más cautos y buscar respuestas más abarcativas, y acordes a esa enorme vocación por la justicia social que nuestra Negra supo expresar en vida.

Es necesario que el Estado actúe una vez que sucedieron los hechos, que haya una pena, que haya un castigo tras un crimen, pero esto no vuelve el tiempo atrás, no redime a las víctimas, ni previene de que vuelva a suceder. Está demostrado que el aumento de las penas no reduce los índices delictivos ni la reincidencia.

Tampoco es cierto que los "garantistas" busquen solamente defender a los victimarios y olvidándose de las víctimas. Se simplifica así una doctrina que pretende poner un límite al poder cuando avasalla derechos. 

Las relaciones de género están marcardas por la subordinación y los crímenes de género no son producidos por "enfermos", no son "anomalías" del sistema. Es el sistema patriarcal el que actúa a través del cuerpo de los machos violentos. Los violadores, los femicidas, los travesticidas, quienes maltratan y abusan por razones de género, lo hacen para reafirmarse como los machos viriles que se les exige ser.

Rita Segato, Ileana Arduino, María Pía López han producido interesantes reflexiones al respecto en estos días. Y también el padre de Micaela -el Yuyo- respondió varias veces con una metáfora muy lúcida, cuando intentaron usar su conmoción en contra del juez que firmó la libertad condicional de quien terminó siendo el asesino de su hija. Yuyo dijo que era "como si el piso estuviese lleno de chinches, y nosotros quisiéramos evitar que se pinchen los globos sacando una sola de las chinches". La solución no es ir en contra de un juez, ni contra un grupo de jueces La batalla es cultural, y la disputa es política.

Esta escalada del discurso punitivo se inscribe en una saga que proviene de las usinas del PRO. Ante el ajuste, cabe suponer que habrá protestas. Y para reprimir el conflicto social, el primer paso es deslegitimar. A nivel electoral, los macristas puros sienten que les rinden bien los discursos punitivos, y se presentan como la opción del orden y la mano dura, la opción de las calles vigiladas, de opositores castigados, de delincuentes "pudriéndose en la cárcel".

La escalada represiva y el ajuste económico son centrales en la estrategia política del gobierno nacional. 

Más allá del protocolo antipiquetes que anunció Patricia Bullrich por TV a poco del cambio de gobierno, la compra de camiones para "disuadir" manifestaciones, o la propuesta del cambio de legislación, de modo tal que quede a la libre interpretación de algún juez temeroso o policía considerar como "arma contundente" a cualquier objeto que alguien porte en contexto demovilización. Más allá de estos gravísimos avasallamientos al derecho a la libertad de expresión y a la protesta, se viene construyendo un clima propicio para convencer y distraer al conjunto de la sociedad.  

La respuesta del PRO para los conflictos sociales no es la gestión, no es la política. La respuesta del Pro a los conflictos sociales que produce su modelo económicamente injusto y excluyente son los palos, los gases y las acusaciones mediáticas. La estrategia del pueblo siempre ha sido organizarse para visibilizar las injusticias y construir respuestas desde el Estado y la sociedad. En la disputa se crece, se organiza, se construyen alternativas para resolver conflictos. Las mujeres bien los saben, con sus históricos Encuentros Nacionales, con su protagonismo en las ollas populares de los 90, en los piquetes, en las organizaciones sociales. Las mujeres, con la conquista del voto femenino, fueron también las responsables del segundo triunfo de Perón y en nuestros días las impulsoras del primer paro internacional.

Ahora lo punitivo también debe funcionar. Las restricciones perimetrales deben empezar a cumplirse a rajatabla, y los femicidas deben ir presos, pero no para tranquilizarnos pensando que así nos los sacamos de encima, "que se pudran en la cárcel", como si eso fuese un punto de llegada. Lo central es asumir que la violencia de género es parte intrínseca del patriarcado, que el patriarcado es parte central del sistema cultural de valores que mantienen viva a esta sociedad de consumo, a esta cultura del descarte, como la llama el Papa Francisco. 

Apelando a una máxima sanitarista, es mejor prevenir que curar, hay que llegar antes, de eso se trata . Esto se puede empezar a resolver si atamos dos elementos la organización popular de las mujeres, sus experiencias y recorridos con políticas activas, que involucren a la escuela pública, al sistema de salud integral, al conjunto del poder judicial. Recién así podremos empezar a parir y ser una generación que deje de culpabilizar a las mujeres, y empiece a modificar la violencia que irradia nuestra sociedad machista.