Luchas de clase en pandemia
Pobres a favor de los ricos que los empobrecen y nuevas condiciones de lucha política
La pandemia cambia las condiciones objetivas en que se desarrollan las luchas inmanentes a la sociedad, llamadas genérica y púdicamente “luchas sociales”, y en términos más precisos, “lucha de clases”. Pero no las inventa. Un virus no genera ni elimina contradicciones sociales.
En Argentina, como en casi todo el mundo, se está registrando una gran caída del PBI, índice que expresa, de algún modo, la riqueza social. Cuando se achica la torta, los comensales se dan codazos más fuertes para apropiarse de algo de ella. Pero es una característica de las luchas sociales que no todos los actores bregan por sus intereses; a menudo ocurre que algunos subordinan a otros para luchar en favor de los intereses de los primeros, aunque vaya en detrimento de los propios segundos. Ejemplo notable de esto fue la movilización en contra de la expropiación de Vicentin, en la que participaron muchos de los estafados por esa empresa. O que enarbolaran consignas en defensa de la propiedad privada muchos desposeídos, privados de toda propiedad.
En general, los afectados en sus condiciones de existencia tienden a buscar chivos expiatorios; así, algunos sectores medios (comerciantes, profesionales liberales, etc.) son susceptibles de ser movilizados en pos de tales fetiches, y culpan a las medidas gubernamentales de sus padecimientos, cuando, en realidad, las medidas sanitarias y económicas son para paliar la situación. Lo que no logran ver esas personas, es que, si la riqueza social se redujo un 10%, y algunos crecieron o, al menos, no se achicaron en esa proporción, es porque se apropiaron de recursos de los que antes disponían otros.
Estas reacciones sociales son largamente conocidas. A inicios del siglo XIX el movimiento ludita, compuesto por artesanos británicos, destruía máquinas porque veían en ellas la fuente de destrucción de sus trabajos. De manera similar, muchas veces sectores empobrecidos ven en los extranjeros peligrosos competidores por el salario.
Todo esto es conocido por los grupos dominantes que, montándose en esos prejuicios, en esas aparentes evidencias, producto del pensamiento ramplón, instigan a fin de reclutar tropa para la defensa de sus intereses. Esto es más eficaz cuanto más simples son los mecanismos sobre los que se montan: en vez de construir argumentos complejos asentados en la razón para mostrar lo que no es evidente a simple vista (que es lo que hace la ciencia), despertar pasiones (amor u odio) avivando el temor y el deseo, simplísimos y primarios resortes de la conducta, produce ese efecto que parece paradójico: pobres a favor de los ricos que los empobrecen.
Es difícil exagerar la potencia de esto. El “parecer” (por no poder “ser”) desata un deseo fuerte de distanciamiento simbólico de los propios pares: esto explica, en gran medida, los votos al macrismo en barriadas populares (aunque no es el único factor).
Entonces, el análisis de la lucha de clases no puede limitarse al cómputo de conflictos manifiestos, ni al examen del antagonismo de intereses objetivos, porque la política afecta subjetivamente a los actores, que, con la pretensión de creer que entienden su situación, quedan apresados por emociones (sabiamente alimentadas) que son rectoras de sus pensamientos y conductas.
En síntesis: la pandemia genera nuevas condiciones de lucha política, que no se restringe al partidismo, con altas probabilidades de agudizamiento de las tensiones sociales: tanto por la oportunidad de romper velos ideológicos (para algunos), como de fortalecerlos (para otros). Los más hábiles son los que sacarán mayor tajada de esto. Y sostener la infundada creencia de que todos conocemos nuestros intereses, es la mejor forma de que las inequidades se profundicen. Creer que uno se empobrece por estar encerrado por la cuarentena es equivalente a pensar que el Sol “sale” cada mañana, porque así lo percibimos. La ciencia nos invita a desconfiar de nuestros sentidos, también de nuestras sensaciones.
*Doctor en Cencias Sociales - Prof. Titular regular en la UBA, investigador independiente de CONICET con asiento en el Insituto Gino Germani