Seguramente, como cualquier otra persona que intenta dedicarse al pensamiento, al escribir estas líneas yo no tenga —ni mucho menos— todas las herramientas interpretativas ni, particularmente, las informaciones que resulten claves para intentar explicar y comprender los últimos eventos y acontecimientos de este ciclo histórico que, aun desconociendo su momento originario, se lo puede caracterizar por el auge de gobiernos, partidos políticos y movimientos que se autoperciben como de derecha (más centristas o más ultras). Solo resta proponer algunas hipótesis interpretativas, basándonos en algunas lecturas de autores o teóricos, más o menos clásicos y no tanto, y que a uno lo llevan a proponer algunas claves frente al desconcertante escenario que, para acotar, atraviesa a la Argentina de los últimos tiempos. De modo que a la base de estas reflexiones, recomiendo la asociación libre de marcos teóricos diversos del marxismo que pueden hacer inteligible algún aspecto de la realidad; en particular, la de cómo gobierna el actual presidente Javier Milei y sus más cercanos colaboradores. Demás está decir que, aquí sobresale el nombre de Santiago Caputo, a juzgar por lo que informan algunos analistas.

También, seguramente, estos esfuerzos resulten inciertos o, incluso, frustrantes para quienes intentamos dedicarnos a la reflexión. En contraposición, están aquellos que sí cuentan con la información adecuada, aquellos y aquellas que afrontan los escenarios de un modo más realista, certero y, tal vez, menos frustrante, aun cuando puedan temer sobre su futuro y que, por ello, intentan estar informados en todo momento. Los políticos y otros grupos de poder siempre están un paso adelante en relación con esas llaves que podamos tener rompiéndonos la cabeza para intentar desentrañar aquello que está en juego. Inmersos en el frenesí de las disputas por el poder y de su manipulación, los profesionales de la política y de la movilización humana, si bien no saben cuál será su destino, a veces cuentan con elementos descifrables sobre qué hacer, cuándo y cómo.

En este contexto, por momentos no parecieran caber dudas de que el actual gobierno argentino lleva la delantera y se antepone a todo y a todos en el sutil arte de la política, entre otras cosas, porque —en principio— contaría con más información, recursos y acompañamiento del público que todos los demás agentes del tablero político. No debo ser el único al que le pase, en efecto, tener esa supuesta certeza algunos días, aunque en otros uno se tienta a pensar que ello no es tan así y que, por el contrario, es la oposición más tradicional del país (peronismo y radicalismo) la que siempre está marcando los tiempos; los qué, los cómo, los cuándo e, incluso, los por qué.  Esta sensación esquizofrénica, además de que no es sana, quizá sea tanto causa como consecuencia del desconcierto en que muchos nos encontramos.

Ahora bien, solo para intentar interpretar esta agobiante situación, uno puede recurrir a algunos clásicos (dejando, a pesar de que nos pese, a otros de lado, más allá de que podamos ir a ellos en posibles futuras reflexiones). Al margen de que pueda ser, o bien azaroso, o bien sesgado, recurrir a unos y no a otros, en esta, como en cualquier otra asociación libre, siguiendo indicios de posibles lecturas sobre las acciones del principal actor del momento, no queda más que utilizar focos dejando otros artefactos de lado. En tal sentido, para quien escribe estas líneas, hay una paradoja en aquello de lo que dice y hace el principal actor de todo este drama que estamos vivenciando: su odio al marxismo y a cualquier izquierda, en general. Ya se ha dicho mucho, aunque no tanto, sobre su recurrencia a una idea de quien, en la Italia del fascismo, impulsó un marxismo que puso el acento en la batalla cultural, aunque es sabido que ciertos movimientos de derecha europea y norteamericana vienen impulsando desde hace décadas la apelación a esta idea. Esta apelación a Antonio Gramsci, si bien resulta crucial para comprender al Milei como teórico y actor de las diversas derechas mundiales, quizá no sea la única.

Y es que, a decir verdad, pareciera ser que el carácter contradictorio que asume la realidad y, por tanto, a la cual se puede moldear e imprimir ese constante conflicto entre tesis, antítesis y síntesis, no queda de lado en aserciones y acciones de Milei, sea o no luego de haber efectuado una lectura de las diferentes versiones del marxismo (sea esta supuesta lectura somera o profunda). En tal sentido, y de modo resumido, tal vez, uno podría recurrir a Mao Tse Tung y a sus análisis de las contradicciones, en el marco de los momentos pre revolucionarios, revolucionarios y, por qué no, pos revolucionarios, del coloso y milenario gigante asiático. En su librito rojo y en otros tantos escritos, Mao se explayó sobre las contradicciones y qué hacer con ellas, cómo manipularlas, tanto en el interior como con respecto actores y clases sociales del exterior. Aun cuando para ciertos sectores de las izquierdas (más o menos ortodoxas), el maoísmo puede resultar menos sofisticado que las reflexiones de otras teóricas y teóricos del marxismo desde su origen hasta la actualidad, no puede dejar de puntualizarse que, quizá, Mao haya sido uno de los que mayor realismo le impuso a la conflictividad y a la violencia tanto para la toma del poder como para su manipulación y ejercicio. ¿No serán Milei y sus principales colaboradores, en el fondo, fieles admiradores del marxismo y, en particular, de Mao?

Puede parecer delirante formularse esta pregunta, pero quien la formula no deja de estar, en cierta forma, convencido de que algo de aquella teorización y manejo de las contradicciones propuestas por el marxismo y por Mao (que bien conoce quien lea estas líneas), podría estar a la base del manejo violento y conflictivo del poder en la actualidad y–aunque no solamente– por parte del actual gobierno argentino. Por último, no debe olvidarse que, en su perspicaz análisis del estalinismo, Isaiah Berlin desnudó el feroz, imponente y avasallante manejo del poder por parte de Iósif Stalin, acuñando, para no dejar del todo de lado la dialéctica, la clasificación de su exitoso poder como dialéctica artificial, señalando que “depende de la capacidad de organización de todos los recursos naturales y humanos en aras de controlar por completo la opinión pública, de imponer disciplina férrea a toda la población y, sobre todo, de una sensibilidad temporal por parte de los manipuladores individuales, en especial del dictador supremo, que exige una gran habilidad, rayana en la genialidad”. A lo mejor, podría hipotetizarse, en una hipotética versión mileista de la dialéctica artificial, que no se aspiraría al control de todos los recursos (aunque ello está por verse), aunque sí a una constante manipulación de la opinión pública mucho más acorde a los tiempos que corren, de la mano de tecnologías que Stalin ni ningún otro político del pasado tuvo a la mano, y con las que cuentan actualmente distintos manipuladores individuales de todo el mundo, de distintas ideologías y de distintos partidos, más allá de que algunos sepan hacer usufructo de ellas de formas más eficaces. Hoy pareciera que esas manipulaciones de la batalla cultural la ejercen mejor quienes se autoperciben de derecha, pero la política es dinámica, y Stalin, ¿quién si no él?, haciendo gala de la dialéctica artificial que le atribuye Berlin, nunca olvidó que ello es así hasta su muerte.